siempre hay algo que contar...

jueves, noviembre 06, 2008

Hocico...

Aquellos que lo vivieron aun lo recuerdan. Los que no, no. Obvio. Todo sucedió durante los años potolos, aquellos en los que la gente se comunicaba únicamente mediante la frase “Si partes el corcho, me jodes la comida”, que recitaban a través de diversas y variadas tonadillas. Las personas reptaban por el suelo y se erguían tan sólo para dormir. Sí, eran tiempos difíciles. Todos eran viticultores menos los que no poseían un diccionario. Estos últimos se dedicaban a cultivar uva y hacer vino. Habían ideado un sistema infalible mediante el cual hacían rodar sus cuerpos sobre la vid. Por la mañana trabajaban y por la tarde bebían el néctar fruto de su trabajo. Todos disfrutaban de sonrosados mofletes y largos períodos de cogorza. Fue una época parca en artistas y prolífica en filósofos. Así pasaron escarpias y alzacuellos hasta el día en que nació un niño al que llamaron Hocico. Hocico creció como cualquier otro chaval (sucio de barro y beodo) sólo que mucho más deprisa. Tímido y solitario, aprendió a pensar mientras reptaba, hecho que le causó constantes peleas consigo mismo. Desarrolló una inmensa capacidad de liderato (yo decido y tú calla un rato) y a los dos años ya contaba con millones de fieles seguidores que atendían absortos a sus extensos discursos en los que repetía una y otra vez la frase única. Era tal su oratoria y poder de convicción (yo soy especial y tú del montón) que un año más tarde ya dirigía su propio ejército de recolectores, machacadores y atractivas animadoras que arrastraban pompones de parra. Pronto, Hocico se convirtió en un verdadero y precoz tirano (mando en invierno y mando en verano). Mejoró la productividad gracias a la implantación de novedosos sistemas como el charco falso, las manoplas de cemento y la depilación pectoral. Erudito (yo leo mucho, tú lees poquito) escribió 4 novelas que se convirtieron en grandes éxitos: “La Comida”, “El Corcho”, “Si partes” y “Me jodes”, esta última, autobiográfica, la publicó a los tres años y medio. Su vino era el más apreciado y venerado de la comarca. Pero su historia duró lo que dura la margarina en la nevera de Mickey Rourke. Fue un héroe fugaz, un Dios perecedero, una esperanza en almíbar. A los 4 años se vio implicado en el terrible escándalo de las bombas racimo. Bañaba sus racimos en una mezcla de dinamita con una leve aleación de poliuretano y alcaparras y las arrojaba sobre los viñedos vecinos arruinándoles la cosecha. Eso jamás se lo perdonaron. Hocico se vio obligado a abandonar para siempre las Tierras Ebrias a la temprana edad de 4 años dejando atrás tamaña leyenda.

Algunos dicen que, en su camino, la borrachera le llevó a despeñarse por un acantilado.

Otros afirman que ciertas noches una sombra pulula por la región dejando aleatoriamente corchos partidos dentro de los buzones.