siempre hay algo que contar...

martes, noviembre 18, 2008

Esputo...

Fue hace mucho mucho tiempo, tanto que das para atrás en la agenda del móvil y ni siquiera llegas. Antes de los Euros, de los paneles solares, del botón de rellamada y de las caras esas amarillas de acid. Los hombres, las mujeres y los unicornios luchaban por hacerse con el poder en las lúgubres tierras Franciscas (opacas). Cada bando defendía su territorio con mentiras y escupitajos, que eran entonces las únicas armas de destrucción masiva (+16%). Los unicornios no sabían mentir pero eran expertos en el manejo del escupitajo. Eran tiempos de corrupción (si eres mi colega, pillas a piñón) y nadie se fiaba de nadie. Fue entonces cuando todo cambió. El pueblo de las mujeres dio el primer paso y decidió que su princesa Esputa se casaría con un miembro de uno de los clanes rivales. Eran muy listas y sabían que esa unión dejaría en desventaja a hombres o unicornios, facilitando así la expansión mujeril. Esputa (la llamaban así por lo bien que escupía) recibió en la corte a los dos pretendientes. Durante semanas, hombre y caballo demostraron sus artes con el fin de encandilar a la princesa. Por inteligencia, nobleza y dotación reproductiva, la decisión era unánime: las mujeres preferían al unicornio. Todo parecía acabado. Todo neutro. Todo gaussiano. Pero fue entonces cuando el hombre, abocado a la extinción en un mundo de centauros cornudos, utilizó sus artimañas (con tus truquitos me engañas). El príncipe Malmeto, en un gesto afable de conciliación, invitó a cenar a Rocky Nante, heredero unicornio, la noche anterior al gran nombramiento. La estrategia era sencilla: cebar y cebar al agradecido equino (hay quien viva). Cientos de sabrosos manjares sobre la mesa a los que Rocky no pudo negarse. A la mañana siguiente todo el reino estaba reunido en palacio, engalanado para la gran recepción. Y ahí empezó el ocaso ecuestre. Malmeto ya estaba situado junto a la princesa cuando empezaron los gritos. La entrada de Nante fue apoteósica. Desde el inicio de la alfombra roja hasta el mismísimo trono, el animal fue defecando por todos los rincones. Rocky, víctima de su incontinente naturaleza, defecó sin parar sobre muebles, escalones y paredes. Las mujeres, de recta pulcritud, no se lo podían creer. Era tal revuelo que el hípico aspirante fue expulsado de palacio por semejante falta de respeto mientras Malmeto sonreía ante la perfecta ejecución de su plan. Así fue como hombres y mujeres llegaron a dominar la tierra.
Los unicornios, sometidos, desaparecieron dando lugar a una raza más simple. Hoy en día, sus descendientes, aun heridos por el fatal desenlace, defecan en nuestras calles en señal de protesta.