siempre hay algo que contar...

viernes, febrero 24, 2006

luz y sombra...

Decidió convocar a las dos partes que luchan por dirigir los designios de todo hombre. Las sentó en su cama y así los tres, que eran uno sólo, se dispusieron a destripar el molesto desazón que le invadía de un tiempo a esa parte. La luz, la parte de él que le ligaba con fuerza a la vida, pidió respeto. Rogó compasión a la sombra. Rogó tiempo para enhebrar, una a una, todas las ilusiones con las que lograría el pronto retorno de la paz exiliada. La luz expuso con calma y ternura todos sus nobles proyectos. Y los demás la escucharon. Después le tocó a la sombra, al magma gris y autodestructivo que anida en todos nosotros. La sombra llevaba tiempo prevaleciendo sobre la luz. Era su momento de gloría, aquel en el que toda realidad se siente fuerte y poderosa. Él las miraba, cabizbajo, atento a las exposiciones de una y otra naturaleza. La sombra afirmó que no era la época de recurrir a ilusiones. Dijo, además, que la mayoría de éstas permanecerían inalcanzables por lo que la situación empeoraría aun más. La sombra avaló el aislamiento, la lúgubre introspección, como única arma a utilizar para una futura regeneración. Avaló el dolor de hoy como la semilla de la que recolectar la alegría de mañana. “Estás mintiendo”, interrumpió la luz. “De tu mano, ni mañana ni nunca brotará la alegría pues tú eres incapaz de generarla. Y lo sabes. Tan sólo es una estrategia para prolongar el dolor hasta eternizarlo. Y así, acabar con todos nosotros”. “Si acabara con vosotros… ¡estúpida!”, gritó la sombra “… también acabaría conmigo. Y, desde luego, esa no es, ni será nunca mi intención” “Lo que quiero…”, continúo, “… lo único que quiero es que abráis los ojos y seáis consecuentes con la vida que, hoy por hoy, llevamos”. “La que tú has elegido…”, increpó la luz, “llevamos la vida miserable en la que tú nos has sumido. Una vida repleta de dudas y penurias. ¡Qué digo una vida¡ una tortura, eso es lo que vivimos, una constante e irrevocable tortura”. “Mírate…”, contestó la sombra, “… eres tan pura e idealista que tú misma derrumbas tus endebles argumentos. ¡Sufrimos… sufrimos! Pues claro que sufrimos, como sufre todo el mundo. E intentar ocultarlo bajo falsas promesas de prosperidad y regocijo no conseguirá que seamos más felices, sino más vulnerables”. “Eso no es cierto…”, saltó enojada la luz.
“Parad. Parad, por favor. Me vais a volver loco”, dijo él.

En ese momento entró su padre en la habitación “¿Con quién hablas?”, le preguntó. “No. Con nadie. Con nadie. Sólo pensaba en voz alta”. Luz y sombra se desvanecieron. Él se quedó absorto, mirando la pared. Una vez más, la solución quedaría aplazada.