siempre hay algo que contar...

martes, febrero 28, 2006

la verdadera vida...

Deduzco que el motivo principal de nuestra existencia se reduce a facilitar la existencia de seres que, deduzco, deben ser más importantes que nosotros. De ahí nuestra encomiable dedicación vital y exclusiva a la causa de algún empresario, algún mafioso, alguna influyente corporación, alguna administración lucrosa o algún poco escrupuloso capataz. Ocho horas diarias, que viene a ser el 50% del tiempo que permanecemos despiertos, dedicados al próspero fluir de una existencia ajena. Y no vacilamos a la hora de reconocer que ésta es la vida que hemos elegido. No vivimos para nosotros sino para otro u otros cuya “enorme generosidad” nos regala algo de tiempo, no mucho, para hacer con él lo que queramos. Es decir, no vivimos nuestra vida sino que la dedicamos a esforzarnos para que otros sí vivan la suya. Es así. Si intentamos simplificar los conceptos, huir de los demagógicos conceptos de libertad individual y oscurecer por un instante el lógico devenir de nóminas, hipotecas y deudas varias, es así, simple y llanamente. Y cuando uno se sale de este redil de marionetas, se le tacha de iluso. No sé cómo pero lo han hecho. Han inhibido todos los procesos de ilusión y futuro personal que todo hombre debería incubar. Los han borrado, formateado y sustituido por otros en los que el triunfo social devendrá de una sumisión más afortunada que la de nuestro vecino. Una sumisión más políticamente correcta. Una entrega menos visible y, si cabe, menos humillante, hará que se nos vea como unos triunfadores personales. Es esta la gran falacia de la sociedad moderna. Vemos como poderoso al esbirro del poderoso que ocupa en la pirámide el escalón inferior a este. El maquillaje del poder hace que veamos como amo al que actúa, vive y siente como esclavo. Y hace, además, que lo admiremos y envidiemos. Vemos mariposas donde sólo reptan gusanos. Y así, nuestra propia mariposa, si es que aún la tenemos, hiberna confundida soñando con ser gusano. Ya no tenemos vida, señores y señoras. Pues no es vida el lujo de una casa o un coche mejor. Ni es vida el viaje soñado de siete días al año. Ni vida las cenas caras. No. Eso son complementos, los complementos a los que se nos consiente acceder para sedar nuestra lógica rebeldía. Complementos que, metódicamente dosificados, nos parecerán un precio razonable por el que vender nuestra existencia. La vida, la verdadera vida, será la que cada uno imagine ahora mismo como tal en su cabeza. Y no es cuestión de enormes necesidades, ni grandes lujos, ni inalcanzables proyectos. La verdadera vida es la modesta felicidad que se dibuja al cerrar los ojos. La verdadera vida son las mínimas necesidades cubiertas y una casi permanente sonrisa en la cara. Cuando llevemos tiempo sin poder compaginar estas dos realidades, entonces, sabremos que en algo nos hemos equivocado.