siempre hay algo que contar...

martes, marzo 07, 2006

mis dos riberas...

Ayer llovió en mis dos riberas. Sufrí, sin preverlo, tremendas inundaciones. Vi como el vendaval doblaba y sometía, enteras, mis arboledas. Y tuve miedo. Miedo por los animales y por sus cuevas inestables de tierra y corcho. Miedo por el color de las flores anegadas. Y miedo por los peces desterrados del río, engañados, destinados a morir en la evaporación de los charcos. Vi correr aterradas a las liebres y vi volar aterrados a los halcones. Ambos en una misma y armónica dirección. Juntos, olvidando sus obligadas e innatas depredaciones. Vi un manto de agua extenderse sobre helechos, encinas y madrigales. Vi llorar a los insectos más torpes, resbalando hacia el río en millones de lágrimas imperceptibles. Y vi asfixiarse al musgo abrazado al oeste del inmenso cuerpo del roble. No pude salvar nidos ni madrigueras, frutos ni cosechas, ni el cuerpo verde del pasto o las franjas leonadas de un trigo agonizante. No pude, o no supe. Y no pude tampoco mirar a los ojos de aquellos que iban perdiendo la vida; gaviotas, martas, tortugas o alacranes. No pude alcanzar sus plumas, corazas o pezuñas, en los instantes previos al remolcar de la corriente. Yo, que les había prometido paz y confianza. Yo que les había garantizado seguridad y sosiego. Yo, los vi caer sin poder siquiera anunciarles la tempestad. Y así me quedé; frío y desolado. Solo. Absurdo en medio de mi bosque vacío. Inerte. Gris y desangelado. Inútil y torpe, lloré y achiqué y lloré de nuevo, maldiciendo la lluvia y maldiciendo el destino de aquel mundo de ilusión que, aun sin necesidad, había creado. Viento, aguacero y barro arrasaron con todo. Así murió el lugar donde decidí depositar toda mi ternura. Así se cerró, incompleta, una página más de mi vida.