siempre hay algo que contar...

miércoles, marzo 29, 2006

los ojos del dragon...

Podríamos viajar a la desconocida Edad Media, o incluso antes, y situarnos en uno de esos mundos de fantasía que sólo el cine y la literatura ponen a nuestro alcance. Podríamos ubicar en escena a un caballero, Silvan, por ejemplo, en medio de una lucha encarnizada con un monstruoso animal. Podríamos describir, detalle a detalle, cada coletazo de aquel coloso de tonalidad verde, cada golpe de espada de nuestro héroe incansable, cada brote de sangre y cada sonido desgarrador. Un castillo descomunal, de muros grises y agrietados, con una lenta pero impasible puerta tirada por enormes cadenas. Podríamos situar un abismo rodeando su perímetro, con un profundo lago oculto entre la niebla. Entonces, podríamos buscar el modo de darle la vuelta para sorprender o buscar una pincelada de originalidad en nuestra narración. Optar por la vía, no desdeñable, de que aquella criatura, de algún modo, también luchaba por unos ideales tan dignos y tan justificados como los de Silvan. Así podríamos humanizar a la criatura, darle un sentido emocional, más allá de usarlo de títere condenado de antemano cuya única función fuera la de morir para encumbrar el valor y la gesta de nuestro caballero. Podríamos cambiar la historia, intentar que en el último instante, justo antes de degollarlo, Silvan sintiera lástima por aquel enorme ser de mezquindad impuesta. Y así, pretender magullar la fibra sensible de aquel que lo leyera. Una gran y violenta batalla con un desenlace inesperado. Una batalla más con un desenlace más.

O podríamos, simplemente, pensar en todo ello, desmenuzarlo para nuestros adentros, exprimirlo y, finalmente, resumirlo en un solo instante, más intenso y más dotado de significado que todo el episodio en sí. Así, esperando que quien lo lea aporte su contexto, su historia, su modo privado de desgranar toda sensación, simplemente escribiríamos:

De repente vio ternura en los ojos del dragón.