siempre hay algo que contar...

martes, marzo 14, 2006

el estanque...

Me ha dicho la libélula que no duerme por las noches, que le molestan los renacuajos, que el estanque no es lo que era, que ya ni come mosquitos y que está deprimida. Los renacuajos, en cambio, no me han dicho nada. Son demasiado pequeños y demasiado cabezones como para saber lo que hacen. Además, los pequeños han estado lamiendo a papá sapo, y ya se sabe, se les ha ido un poco la olla. Papá sapo tampoco dice nada, mira embobado a mamá sapo, le lanza un pequeño chorro de agua para refrescarla. Y la mira, y la adora, y le susurra “ningún verde como el de tu lomo”. Ella se revuelve, coqueta y ensimismada, provocando un ligero remolino en forma de corazón. Mientras, los bebés libélula, ajenos a la desdicha de su madre, juegan con el colibrí que se saca un extra ejerciendo de babysitter. Juegan a ver quién aletea más deprisa, quién se queda más tiempo estático, suspendido en el aire sobre un nenúfar que acolchará la caída del perdedor. El colibrí siempre se deja ganar. Y las libélulas crecen felices. Por lo visto, papá libélula los abandonó, se marchó a otra charca con una abeja mucho más joven que él. Por ello llora mamá libélula. De ahí el insomnio y la ansiedad. En la esquina noreste, en un triángulo de sombra, nacen mosquitos. Aparecen sobre el agua turbia tras romper su minúscula incubadora, con las patitas extendidas y aturdidos. Esperan unos instantes antes de despegar. Los mosquitos han hecho un pacto con sapos y libélulas. Nadie los atacará en su esquina noreste pero lejos de ella serán presa común. Aun así, los mosquitos son listos e invitan a otros mosquitos de estanques vecinos, que sí son devorados por la selecta fauna local. Es la armonía del trueque justo. Los sapos, saciados, los dejan en paz sus diez o doce días de vida. Algunas noches, sin avisar, aparece el circo itinerante de luciérnagas. Los pequeños están encantados con el espectáculo de luz que éstas ejecutan a la perfección. Una incluso, la de mayor rango artístico, ha aprendido a nadar y deja a todos perplejos al avanzar serpeteando bajo el agua como una pequeña bombilla submarina. Aplauden los sapos y aplauden las libélulas. Los mosquitos no están pues han salido a buscar comida al hotel rural que hay a varios cientos de metros. La noche de circo, fluorescencia y piruetas, se alarga en la madrugada. Las libélulas pequeñas se duermen bajo el cobijo de las alas de mamá. Los sapos pequeños, sobre las plataformas nenúfar, sueñan que son grandes y se convierten en príncipes. Y los renacuajos descansan apoyados en el primer escalón de piedra cubierto a medias por el agua. Al día siguiente todos dormirán hasta tarde. Incluso la libélula, curado por una noche su mal de amores.