el estanque...
Me ha dicho la libélula que no duerme por las noches, que le molestan los renacuajos, que el estanque no es lo que era, que ya ni come mosquitos y que está deprimida. Los renacuajos, en cambio, no me han dicho nada. Son demasiado pequeños y demasiado cabezones como para saber lo que hacen. Además, los pequeños han estado lamiendo a papá sapo, y ya se sabe, se les ha ido un poco la olla. Papá sapo tampoco dice nada, mira embobado a mamá sapo, le lanza un pequeño chorro de agua para refrescarla. Y la mira, y la adora, y le susurra “ningún verde como el de tu lomo”. Ella se revuelve, coqueta y ensimismada, provocando un ligero remolino en forma de corazón. Mientras, los bebés libélula, ajenos a la desdicha de su madre, juegan con el colibrí que se saca un extra ejerciendo de babysitter. Juegan a ver quién aletea más deprisa, quién se queda más tiempo estático, suspendido en el aire sobre un nenúfar que acolchará la caída del perdedor. El colibrí siempre se deja ganar. Y las libélulas crecen felices. Por lo visto, papá libélula los abandonó, se marchó a otra charca con una abeja mucho más joven que él. Por ello llora mamá libélula. De ahí el insomnio y la ansiedad. En la esquina noreste, en un triángulo de sombra, nacen mosquitos. Aparecen sobre el agua turbia tras romper su minúscula incubadora, con las patitas extendidas y aturdidos. Esperan unos instantes antes de despegar. Los mosquitos han hecho un pacto con sapos y libélulas. Nadie los atacará en su esquina noreste pero lejos de ella serán presa común. Aun así, los mosquitos son listos e invitan a otros mosquitos de estanques vecinos, que sí son devorados por la selecta fauna local. Es la armonía del trueque justo. Los sapos, saciados, los dejan en paz sus diez o doce días de vida. Algunas noches, sin avisar, aparece el circo itinerante de luciérnagas. Los pequeños están encantados con el espectáculo de luz que éstas ejecutan a la perfección. Una incluso, la de mayor rango artístico, ha aprendido a nadar y deja a todos perplejos al avanzar serpeteando bajo el agua como una pequeña bombilla submarina. Aplauden los sapos y aplauden las libélulas. Los mosquitos no están pues han salido a buscar comida al hotel rural que hay a varios cientos de metros. La noche de circo, fluorescencia y piruetas, se alarga en la madrugada. Las libélulas pequeñas se duermen bajo el cobijo de las alas de mamá. Los sapos pequeños, sobre las plataformas nenúfar, sueñan que son grandes y se convierten en príncipes. Y los renacuajos descansan apoyados en el primer escalón de piedra cubierto a medias por el agua. Al día siguiente todos dormirán hasta tarde. Incluso la libélula, curado por una noche su mal de amores.
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