siempre hay algo que contar...

jueves, marzo 09, 2006

particulas de polvo...

Mirábamos con ternura las partículas de polvo que flotaban en el aire cálido arañado por los primeros rayos del día. Al fin y al cabo, habíamos tenido parte de culpa de aquella maraña de piel, tejido y ácaros surcando la habitación. Cada arrebato compartido nos dejaba solos sobre el colchón. Y solos significaba solos; sin oxígeno, ni luz, ni átomos de lo que fuera que hubiera tenido a bien posarse en su cama. Por ello quedaba suspendida cada brizna natural o artificial, animal, vegetal o humana, desterrada de las sábanas aun calientes de entrega. Después, cuando nos habíamos calmado, volvían despacio a posarse como minúsculas hadas. Caían, como estrellas fugaces, centelleando entre las sombras de cebra que proyectaban los estores venecianos. Y nosotros, impasibles. Desnudos, sobre nuestra góndola fucsia, dejando que la corriente eligiera qué canales seguir y cuáles vetar. Más tarde, al recuperar aliento, habla y movilidad, estirábamos el brazo hasta la pequeña bolsa de cuero oculta bajo la ropa previamente extirpada. Extendíamos sobre la cama todo lo necesario para destapar la sonrisa rojiza y adormilada. Mezclábamos y deshacíamos sobre la palma de la mano. Y después fumábamos; ahora tú, ahora yo. Y en un instante, sin dejar de flotar sobre nuestros dulces canales, Venecia era Ámsterdam. Bajábamos un poco el telón de las pupilas y nos desperezábamos entre suspiros y ligeros gruñidos. Deslizando, en un lento slalom, las yemas de los dedos, seguíamos el trazo sinuoso del cuerpo ajeno. Rotábamos, ligeramente, como rotan las piezas de un puzzle hasta encajar. Y volvíamos a desalojar, en variables arrebatos, toda existencia intrusa instalada entre nosotros. Así hasta desfallecer de nuevo. Y quedarnos exhaustos, felizmente abatidos, mirando con ternura las partículas de polvo.