siempre hay algo que contar...

jueves, marzo 16, 2006

en una botella...

Navegaba en un barco pequeño dentro de una botella. Su horizonte era el estampado floral de un salón anacrónico. Su paisaje, dos olas inmóviles y desteñidas de cartón piedra. Su cielo, la madera ajada de una estantería moldeada en los reflejos de su burbuja de cristal. Creía avanzar. Creía vivir aventuras inimaginables. Y creía conquistar tierras y mares en el arropo de su minúscula bandera de papel. Cerraba los ojos y creía sentir la brisa vital de los vientos tropicales. Pero sólo era polvo y ácaros, aire sucio y oxígeno contaminado. Corría por cubierta, de popa a proa, blandiendo su espada mondadientes, intentando izar velas y voltear el timón hacia el rebufo de barlovento. Y, en realidad, nada cambiaba y nada se movía. Pero daba igual. No importaba si jamás contemplaría playas ni tiburones. O si jamás sentiría el salitre latiendo en sus heridas. No importaba si jamás tocaría un cabo mojado, ni lo olería, ni escucharía el tintineo de los mástiles en la madrugada. Daba igual si nunca admiraría la puesta de sol al cruzar el Cabo de Hornos, o trazaría sus rutas sobre una gigantesca carta amarillenta, o encallaría en cualquier paradisíaco atolón. No importaba nada de eso. No necesitaba vivirlo pues lo imaginaba, y al hacerlo, era mejor incluso que tenerlo presente. Había aprendido a vivir todo lo que la vida le había negado. Y, con eso, sólo con eso, ya tenía más que la mayoría de los hombres.