la memoria del agua...
De repente, un día cambiaron los flujos de la memoria del agua. Ya no avanzaba si no que retrocedía. Pero no retrocedía, simplemente, permutando el sentido y la dirección de las corrientes. No remontaba de repente el río que ayer descendía en cascada. No. Era mucho más complejo. En su trayectoria inversa enroló al tiempo, y lo hizo timonel y líder de su opuesto itinerario. Así, en súbita reencarnación, todo retrocedía. No sólo el flujo. Todo. En tiempo y espacio. Por ello, el difunto tronco que atravesaba la bahía daba media vuelta y regresaba a la orilla. Allí, reactivaba su sabia y raíz para reconquistar la tierra. Y con una torpe firmeza, se incorporaba lentamente hasta que, erguido, recuperaba su naturaleza y volvía a ser el árbol que fue. Lo mismo sucedía con los barcos anegados y con los marineros sumergidos que poblaron sus cubiertas. Volvían. Todo volvía. Los peces, por generaciones, brincaban de las bañeras de los pesqueros viendo como las redes se abrían a su paso. Y allí se encontraban de nuevo con sus escamados progenitores. El agua había perdido su memoria y había invertido el tiempo para intentar recuperarla. Pasado y presente convivían caóticos en aquel sinsentido. Dulzura y destrucción. Caminaban absortas por las playas las víctimas de riadas, ahogos y maremotos. Niños y ancianos sin más vida ni época que la recién adquirida. Y a la vez, línea a línea, se desintegraba el espacio que habíamos robado al mar. Casas, puertos, hoteles, urbanizaciones repletas de gente iban en procesión desapareciendo. En una inquietante sensación, la tierra devolvía la lluvia que había absorbido. Y llovía, en su absurdo, de abajo hacia arriba, acumulándose con ímpetu en la bóveda de unos paraguas que se nos escapaban de las manos como incontrolables cometas. La transición era paulatina. Y cada estadio, menos amable y más doloroso. Se invertían los mapas desdibujando islas y continentes ya descubiertos. Sin previo aviso, volvían los ríos, las pozas, los torrentes y las lagunas, a ocupar los pueblos y las ciudades de las que fueron desterrados. Empezaron las lágrimas, pretéritas y olvidadas, a volver a inundar las cuencas de nuestros ojos. Manchadas de arena, y restos de piel, y tinta de despedidas, remontaban nuestra mejilla como gusanos húmedos de nostalgia. Y así los que más sufrían eran los que más habían sufrido. El recuerdo del agua era, a partes iguales, el recuerdo y el olvido de los hombres. Muchos no lo soportaron. Los veíamos caer, abatidos, semicubiertos por los charcos de su propia melancolía. Al percibirlo, el tiempo se detuvo y miró la obra dantesca que se representaba a su alrededor. El agua, sin duda, le había engañado, embarcándolo en una cruzada mucho menos compasiva de lo prometido. -Ya basta-, grito el tiempo. -No pienso seguir con esto-. El agua aguantó, y avanzó lo que le permitió su impulso. Después se detuvo, desconcertada, y fue recuperando, sumisa y lentamente, el lugar que le correspondía. -Desde hoy…-, sentenció el tiempo -…tu memoria, pasada, presente y futura, te será arrebatada. Ya que no sabes utilizarla, carecerás de ella-.
Así fue como el agua perdió definitivamente su memoria. Y con la suya, cruel coherencia del entorno, entregó la de los peces.