siempre hay algo que contar...

jueves, mayo 31, 2007

arboles caidos...

Te juro que volveré caminando, bordeando los olivares. Avanzaré despacio, oculto, en un pulcro mimetismo con grises de roca y ocres de campos sedientos. Pararé cuando deba hacerlo, cautivado por los buitres, las hojas quebradas o el murmullo hueco de alguna de las pozas en las que se bautizan en masa los renacuajos. No volveré la mirada pues he oído que a veces el cuello no vuelve a enderezarse. Me mantendré atento a todo. Me informarán las ramas caídas y me alentarán las rasantes, enredando con cuidado entre mi pelo sus peines de corteza. Me dirán si estás aquí, o allí, y trazarán con su savia mi tatuaje de carreteras. Y así, mientras siga, no habrá más vida que el camino ni más reloj que el alba. Me hidrataré de rocío y me abrigaré de brezo. Y todo aquello capacitado para hacerme daño, incomprensiblemente, no me lo hará. Me dejará avanzar, abriendo un corredor entre espinas y alimañas, bestias y tormentas. Quizá me obsequie la arboleda con sombreros de hojarasca, o el sol se autocensure respetándome la piel. Quizá se retuerza el río hasta mí cuando lo necesite y lejos cuando el andar me aconseje evitarlo. Quizá sean las raíces mis anclajes contra el viento, y la hierba la alfombra por las que deslizarse en bonanza. Arbustos y madrigueras. Luz de lechuza y sábanas de musgo.

No contaré los días si no los árboles caídos. Una lágrima por tronco. Y tras un millón de ellas, habré llegado a casa.