vulnerable..
Me gusta ver a la gente llegar, y no que me sorprendan. Así tengo tiempo de preparar el gesto con el que voy a recibirles. Así es, todo preconcebido e intencionado. La mirada melosa, los ojos algo achatados, los labios arqueando con suavidad su comisura, la cabeza ligeramente escorada hacia el suelo. Actos, todos ellos, profundamente meditados. Nada sin atar. Todo fruto de la psicología, la experiencia previa y la observación. De igual modo, me gusta llamar en lugar de que me llamen, pudiendo así disponer y estructurar previamente la conversación. Sin tener que improvisar, ni elucubrar a bote pronto respuestas poco precisas y, por lo tanto, poco convincentes. Me gusta mirar en lugar de que me miren. Y analizar a la gente en sus estados naturales, cuando sus actos, sus gestos y sus intenciones son más reales y más vulnerables. Cuando despiden su verdadera naturaleza, exponiendo sus pasiones, sus miedos y sus carencias. Me gusta partir con ventaja en todo encuentro o relación. Estar más preparado, más informado y más prevenido que mis interlocutores, acompañantes, congéneres o contemporáneos en general. Me gusta saberme, o sentirme, menos frágil.
Pero en ocasiones, muchas más de las que desearía, todo este robusto castillo de naipes se desmorona. A veces soy incapaz de reaccionar ante la sinceridad aplastante de una mirada. A veces mi habilidad mimética se petrifica ante cualquier gesto carente de intención. Y caen las corazas ante la obviedad de un guiño, un roce o una palabra. A veces, la naturalidad de la vida me vuelve vulnerable. Absolutamente vulnerable. Entonces siento miedo.