Pandemia...
Hay algunas palabras que atraen sobremanera a los medios de comunicación. Palabras de esas que llenan la boca de quien las pronuncia o escribe. Que recorren la garganta, se agarran a las cuerdas vocales y, flexionándolas hacia atrás, salen despedidas como piedras en un tirachinas. Este es el caso de Pandemia. ¡¡Pandemia!! Ufff… se supone que sólo con oírla se nos deberían poner los pelos como plastidecors. Lo mismo sucede con términos como Holocausto, Masacre, Catástrofe y algunos más que quizá por aterradores no alcanzo a recordar. Grandes titulares nos avisan de una inminente Pandemia que llegará de la mano, o de las alas en este caso, de media docena de pollos enfermos. Sí señores. Por lo visto, ni Al Qaeda, ni los sobres del banco repletos de Ántrax, ni los desastres climatológicos, ni la insostenible contaminación, ni los aviones de Bush. No. Ahora resulta que lo que acabará con la raza humana serán los pollos. O, al menos, eso nos aseguran. Hoy, que el miedo vende más que la carne desnuda, todos se apuntan a la moda de ponérnoslos de corbata. Debe ser incluso divertido. Augurar y augurar muerte y destrucción, sea por lo que sea, esté o no justificado. Crear y crear alarma para desquiciarnos a todos. Hoy debemos salir diez minutos antes de casa para chequear con minuciosidad todo aquello capaz de aniquilarnos. Así, miramos debajo del coche por si las lapas, miramos el cielo por si los aviones camicaces, miramos el buzón por si el veneno, miramos al vecino por si lleva una mochila y, desde ahora, miramos también de reojo las gallinas del vecino. Es tan sencillo manejarnos que eso sí debería darnos miedo. Quizá lo que quieran es que nos quedemos esposados al sofá y así nos traguemos enterita toda la bazofia que nos sueltan por la tele. Sí. Puede que todo sea un enorme proyecto de marketing. Si no, no lo entiendo. Porque, además, nos alarman y nos alarman sin ofrecernos soluciones. En este caso concreto, no hay nada que podamos hacer, ¿no? No estará en la carne, ni en el aire, ni en las plumas, ni en los Mc Nuggets (que aglutinan todo lo anterior). Quizá estará en la mirada. Sí. Oculta en la mirada de los pollos, que lanzarán sus rayos virulentos matándonos a todos. No podremos hacer nada para evitarlo. O así es como nos lo dan a entender. Nos titulan, en cuerpo 1000, PANDEMIA. Pero así, sin pasar de 80 pulsaciones, sin pararse a pensar que quizá se estén precipitando, o exagerando, o inventando. Así, sin contrastar, nos colocan de un día para otro una enfermedad contagiosa y genocida que se expandirá por la tierra a la velocidad de La Macarena, aunque algo menos dolorosa. Y ni se inmutan o detienen a pensar en cómo se lo tomará la gente, en qué tonterías puede llegar a hacer, en el absurdo y gratuito colapso de los centros sanitarios, en la falta de información. En nada. No piensan en nada. Ellos tienen su súper palabra, dolorosa y terrible, que les bulle en el paladar. Y la sueltan, así, sin más miramientos. Yo, que supongo que soy de los pocos que sobrevivimos al Ébola, al Ántrax, a ser aplastado por un aerolito y a la Coca Cola contaminada, no sé cómo superaré esta nueva amenaza epidémica. Y si también la supero, pues será la siguiente. Por si acaso, señores dueños de la información, yo ya les propongo algunos; un calamar mutante de tinta corrosiva que se expande a cuestión de 2 millones de crías por segundo, una lluvia de pelotas de golf nucleares lanzadas por clones de Tiger Woods desde Irán, una mosca que se infiltrará en nuestro cerebro y cantará ininterrumpidamente el disco de Emilio Aragón hasta que nosotros mismos nos abramos la cabeza o una espora, pequeña pequeña, que se esconderá entre los pliegues de nuestros botes dentífricos y, en una sola noche, nos liquidará a todos. En fin.