siempre hay algo que contar...

miércoles, octubre 19, 2005

Pandemia...

Hay algunas palabras que atraen sobremanera a los medios de comunicación. Palabras de esas que llenan la boca de quien las pronuncia o escribe. Que recorren la garganta, se agarran a las cuerdas vocales y, flexionándolas hacia atrás, salen despedidas como piedras en un tirachinas. Este es el caso de Pandemia. ¡¡Pandemia!! Ufff… se supone que sólo con oírla se nos deberían poner los pelos como plastidecors. Lo mismo sucede con términos como Holocausto, Masacre, Catástrofe y algunos más que quizá por aterradores no alcanzo a recordar. Grandes titulares nos avisan de una inminente Pandemia que llegará de la mano, o de las alas en este caso, de media docena de pollos enfermos. Sí señores. Por lo visto, ni Al Qaeda, ni los sobres del banco repletos de Ántrax, ni los desastres climatológicos, ni la insostenible contaminación, ni los aviones de Bush. No. Ahora resulta que lo que acabará con la raza humana serán los pollos. O, al menos, eso nos aseguran. Hoy, que el miedo vende más que la carne desnuda, todos se apuntan a la moda de ponérnoslos de corbata. Debe ser incluso divertido. Augurar y augurar muerte y destrucción, sea por lo que sea, esté o no justificado. Crear y crear alarma para desquiciarnos a todos. Hoy debemos salir diez minutos antes de casa para chequear con minuciosidad todo aquello capaz de aniquilarnos. Así, miramos debajo del coche por si las lapas, miramos el cielo por si los aviones camicaces, miramos el buzón por si el veneno, miramos al vecino por si lleva una mochila y, desde ahora, miramos también de reojo las gallinas del vecino. Es tan sencillo manejarnos que eso sí debería darnos miedo. Quizá lo que quieran es que nos quedemos esposados al sofá y así nos traguemos enterita toda la bazofia que nos sueltan por la tele. Sí. Puede que todo sea un enorme proyecto de marketing. Si no, no lo entiendo. Porque, además, nos alarman y nos alarman sin ofrecernos soluciones. En este caso concreto, no hay nada que podamos hacer, ¿no? No estará en la carne, ni en el aire, ni en las plumas, ni en los Mc Nuggets (que aglutinan todo lo anterior). Quizá estará en la mirada. Sí. Oculta en la mirada de los pollos, que lanzarán sus rayos virulentos matándonos a todos. No podremos hacer nada para evitarlo. O así es como nos lo dan a entender. Nos titulan, en cuerpo 1000, PANDEMIA. Pero así, sin pasar de 80 pulsaciones, sin pararse a pensar que quizá se estén precipitando, o exagerando, o inventando. Así, sin contrastar, nos colocan de un día para otro una enfermedad contagiosa y genocida que se expandirá por la tierra a la velocidad de La Macarena, aunque algo menos dolorosa. Y ni se inmutan o detienen a pensar en cómo se lo tomará la gente, en qué tonterías puede llegar a hacer, en el absurdo y gratuito colapso de los centros sanitarios, en la falta de información. En nada. No piensan en nada. Ellos tienen su súper palabra, dolorosa y terrible, que les bulle en el paladar. Y la sueltan, así, sin más miramientos. Yo, que supongo que soy de los pocos que sobrevivimos al Ébola, al Ántrax, a ser aplastado por un aerolito y a la Coca Cola contaminada, no sé cómo superaré esta nueva amenaza epidémica. Y si también la supero, pues será la siguiente. Por si acaso, señores dueños de la información, yo ya les propongo algunos; un calamar mutante de tinta corrosiva que se expande a cuestión de 2 millones de crías por segundo, una lluvia de pelotas de golf nucleares lanzadas por clones de Tiger Woods desde Irán, una mosca que se infiltrará en nuestro cerebro y cantará ininterrumpidamente el disco de Emilio Aragón hasta que nosotros mismos nos abramos la cabeza o una espora, pequeña pequeña, que se esconderá entre los pliegues de nuestros botes dentífricos y, en una sola noche, nos liquidará a todos. En fin.

Mat & Eve

MAT:
¿Sabes? En Iowa había un hombre, James se llamaba o algo así, que, jugando, se
tragó sin querer su anillo la noche antes de la boda. Bien… pues al día siguiente
tuvieron que interrumpir la ceremonia, hasta que le entraron ganas de ir al
servicio y pudo recuperarlo.

EVE:
En Iowa son protestantes, ¿no?…

MAT:
¿Qué?!! Y yo que coño sé. ¿Qué más da?

EVE:
Entonces, esa mierda que me has contado… ¿era un chiste?

MAT:
No. Es cierto, lo escuché en el programa de Johnny Tast.

EVE:
Los protestantes no usan anillos en sus ceremonias.

MAT:
Joder!! .. ¿Qué coño te pasa? ¿Por qué siempre… siempre tienes que venir a joderme
cada vez que cuento algo?

EVE:
Si no te pasaras el día soltando gilipolleces…

MAT:
¿Sabes Evy? (este diminutivo la sacaba de sus casillas) creo que tu problema es que eres
una puñetera amargada y te gustaría que todos fuéramos como tú. Creo que lo que de
verdad necesitas es…

EVE:
¿Qué?… Venga!! Di lo que ibas a decir. ¿Un buen polvo? ¿Un tío que me de caña?…
Seguro que ibas a soltar uno de tus asiduos comentarios de leñador machista… ¿no?..
Pues que sepas que con hombres como tú en el mercado prefiero seguir montándomelo
sola…

MAT:
Pero si yo sólo… yo sólo te he explicado una historia graciosa que escuché anoche por
la puta radio.. ¿Por qué tienes que convertirlo todo en un asunto vital? Es tu.. tu
puñetera filosofía esta que tienes… ¿Te crees superior? Yo que sé…¿Te crees mejor
que los demás sólo porque lees todos esos libros en vez de ver la tele o en vez de ir a la
feria de Carson o a la bolera o al centro comercial o a Pizza Pat o a cualquiera de los
sitios a los que vamos la gente normal que no tiene la suerte de tener tus malditos
traumas?…

EVE:
Eh.. eh!!.. Cómo te pones por nada.

MAT:
No es por nada, Eve… no es por nada… siempre acabamos igual. Siempre me lo chafas
todo…

EVE:
¿Y, al final, se casaron?

MAT:
¿Quiénes? ¿Quiénes se casaron?

EVE:
Los del chiste… bueno, los de la historia esa de Iowa.

MAT:
Sí. Tardó casi una hora en sacarlo, todo apurado el hombre, y se pasó como diez
minutos frotándolo con jabón.

EVE:
Pues así seguro que a ella le entró en el dedo en seguida!!!

MAT:
Sí! Dicen que cuando se lo puso aun olía un poco mal…

EVE:
Ja!! Qué bueno!!

MAT:
Vaya! Una boda de mierda!!

viernes, octubre 14, 2005

sere natura...

Con un poco de ayuda, romperé una lanza a favor de los aromas de la naturaleza. Expiraré romero, jazmín y hierbabuena. Me envolveré con menta y crisálida de eucalipto. En estado de sitio, parapetado tras olivos, dormiré en las barricadas tapizadas de hierba y grama frescas de rocío. Despediré el azahar que derogue a distancia mi rastro y presencia. Haré del nogal mi atalaya y de la encina el hogar desde el que echar raíces. Seré reliquia de corcho y savia nueva que recorra pausada subsuelo y riberas. Viajando, entre brezo y ausencia, buscaré el sol para encararlo. Bendecido, dejaré que insectos y brisas hormigueen en la sangre helada de mis miembros de madera. Con alma de pájaro y cuerpo de marioneta, observaré sin inmutarme mundos y estaciones. Me agitaré, en un baile perturbado, al son del aire que precede a la tormenta. Y en la lluvia, seré trampolín y paraguas, absorbiendo, sacrificado, la energía de fuego y luz que escupan las nubes. Vegetaré en las ramas más altas de mi fiel fortaleza. Debatiré con los mirlos sobre todas las cosas vacías que pueblan nuestros desvanes. Lloraré junto a ellos y, en invierno, cuando el bosque dibuje una nueva glaciación, dormiré acurrucado en sus nidos, cuidando a sus criaturas en simbiótico ritual. Torpe y desacostumbrado, algunas veces caeré. Pero será el musgo, húmedo y agradecido, el que acolche con dulzura cada precipitar. Levantaré mi muralla en un crisol de enredaderas, bosquejando en sus claros la cárcel que abandoné. Salvo voz y palabra, ya nada en mi será humano. Nada corrupto de vísceras caducas. Nada de sueños e ideas contaminadas. Nada de miedos y nada de fracasos. Seré balsa indestructible de troncos y lianas. Transitaré afluentes, lomas, bosques y montañas. Visitaré oasis, tristes de soledad, y parques, tristes de dependencia. Seré parte viva y laboriosa de todos y cada uno de ellos. Sin recordar lo que fui o lo que pude haber sido. Y así mi delirio, lejos de una condena, será una absolución.

Galaxia D'Or...

Vale. Ya está todo claro. Los Extraterrestres llegarán a la Tierra el próximo día 24 de abril de 2006. En un principio, la fecha elegida había sido el día 23 pero como es domingo y hay fútbol, los Extraterrestres pensaron que no les haríamos ni puñetero caso. Tras un viaje de 9.000 nanomicras (medida aun no conocida por nuestra ciencia actual), pasarán la noche del 23 escondidos tras la estrella Polar para no ser descubiertos y chafar la sorpresa. Así, el lunes 24, a primera hora de la mañana (hemisferio sur), aparecerán en nuestra atmósfera y tomarán tierra. Lo harán en las gasolineras, floristerías y estancos, puntos seleccionados tras un minucioso estudio de la raza humana. El mismo estudio ha hecho que transformen sus naves en coches de fórmula uno para suavizar el primer contacto. Asimismo, sus vehículos han sido dotados de potentes altavoces por los que sonará el Jailhouse Rock de Elvis como señal de fraternidad y buenas intenciones. Lo primero que harán al llegar será regalar gasolina, flores y tabaco a todos los humanos con los que se vayan cruzando para ganarse así de inmediato su confianza. Otro de los problemas con los que se han encontrado reside en el rechazo que pueda provocar en nosotros su extraña morfología; sus desagradables capas pilosas, sus flagelos resinosos y su capa térmica formada por enormes ampollas repletas de un líquido anticongelante. Por ello, han decidido adoptar cuatro patrones humanos tipo bajo cuya apariencia aparecerán ante nosotros. Los modelos elegidos han sido Nicole Kidman, El Fari, Yoko Ono y Dominique de Villepin. Una vez avisados, no os extrañéis si aparece de repente el primer ministro francés ofreciéndoos un Ducados. Y, sobretodo, no los rechacéis pues son seres extremadamente sensibles y no sabemos cómo podrían reaccionar. El establecimiento correcto de las primeras interacciones comunicativas ha llevado de cabeza a nuestros lejanos visitantes. La solución: un procesador de frases humanas pregrabadas que irán emitiendo al azar para darse a entender. Algunas de las oraciones elegidas y a las que hemos tenido acceso serán: “Hola rubia, ¿te vienes a mi nave?”, “Toma, campeón”, “Que pasa tronco”, “Parece que viene frío” y “Que putada lo de Sete”. Una vez establecido contacto, los extraterrestres darán paso al objetivo principal de su visita; una gran campañas de promoción con el objetivo de captar turistas interestelares para llenar las nuevas y magníficas instalaciones que dicen haber creado en el complejo “Galaxia D’Or, universo de vacaciones”. Bajo el lema “Una experiencia de otro mundo”, recorrerán el nuestro y otros planetas en la mayor campaña de marketing jamás realizada.

martes, octubre 11, 2005

chocaron...

Se encontraron en el equinoccio de dos afluentes paralelos. Chocaron. Y de su colisión, drenó el enorme caudal de las mareas suicidas. Anegaron los márgenes de sus comprometidas fronteras y así, riada y sinsentido, destrozaron las presas que dosificaban su avance. Esbozaba un final y dibujó un principio. Desatados, como los flecos violentos que replican la tormenta, se fundieron en humores y rituales contenidos. Sin preguntas y sin métodos, libres, sonsacando lo más dulce del instinto y la premura. Buscaron y encontraron un hueco donde latir, donde dejarse reposar ajenos a la inconstancia de los mundos comunes. Latieron, día a día, sin saber, tras cada expirar, si superarían en cadena un crepúsculo más. Y siempre lo superaban. Mimaban su tiempo y pulían sus contornos, como el que teje, sin preverlo, una inmensa manta a partir de retales. Torpes pero sinceros, jugaron, baza a baza, viendo como las cartas les iban saliendo. Y ganaron, mano a mano, más de lo que esperaban. Retozaron, en la vereda furtiva que rodea el acantilado, sin miedo a precipitarse. Más cerca y más lejos, más intenso y más pausado. Y así, escorzo y desliz, se precipitaron. Cedieron, pero en lugar de caer, desataron los brazos y, al abrirlos, planearon. Volaron, hasta mundos mejores y menos contestatarios. Volaron hasta los tranquilos claros en los que nadie juzga, ni embiste, ni imposta calendarios. Por el camino, restos de otros y sueños descompuestos de los que se acercaron demasiado. Por el camino, cielos más limpios y noches más oscuras. Días más largos y bocas malheridas que sanaban al contacto. Traspasaron así todas las estaciones y, con ellas, todos los termómetros. Calores y ternuras. Caminaron, y al hacerlo, sus huellas escribieron, sin saberlo, las páginas más gloriosas de una historia agradecida.

lunes, octubre 10, 2005

palabras...

Las palabras se secaron, víctimas del desuso. Se agrietaron y diluyeron como polvo tras el silbido de aquellos que no supieron darles valor. Se pudrieron, enfermas y contaminadas, por culpa de los hombres. Algunas fueron cayendo como copos de nieve de las bocas menos generosas. Otras, simplemente, murieron solas en el rincón donde yacían abandonadas. Callaron las voces y, con ellas, la esperanza de aquellos que quisieron construir mundos mejores. Sin palabras, ya no podrían convencernos, ni instruirnos, ni ilusionarnos. También callaron las voces de los que con ellas conseguían controlarnos, fieles y sumisos. Callaron los amantes, vacíos de susurros, vacíos de perdones y vacíos de promesas. Llegó el silencio y, de su mano, la mayor angustia que una raza jamás hubiera sentido. No sólo no podíamos pronunciarlas, tampoco podíamos recordarlas. Y así, vacíos, no podíamos si quiera recordar quiénes éramos o quiénes fuimos alguna vez. Sin palabras, dejamos de entendernos, de respetarnos y de necesitarnos. Sin palabras, dejamos de querernos. Ese fue el fin. Mudos, ausentes, carentes de fórmulas con las que desgranar las emociones. Algunos, los mayores culpables, tardaron en notarlo, pues en su monótono caminar hacía tiempo que no confiaban en ellas. Los demás, en el acto, nos fuimos apagando. Sin gritos de rabia, sin bocas de consuelo y sin secretos. Sin nada que confiar, ni predecir, ni protestar. Asistíamos petrificados al horror del olvido, atónitos, presenciando la vertiginosa destrucción de nuestra historia. Nos mirábamos, aterrados, como si ya no estuviéramos presentes. Uno a uno, sentíamos como éramos absorbidos por el inmenso hueco de la carencia total. Y nada, absolutamente nada que hiciéramos, conseguiría evitarlo. La vida se precipitaba y, justo en el instante en el que cedió, consciente de ello, y bajó la cabeza, despertó. Despertó y se sintió repleto de vida, repleto de deseos y, sobre todo, repleto de palabras. Grandes, pequeñas, torpes, sensibles, crueles, profundas, alegres o insolentes. Todas volvían a estar allí, desfilaban ante él, dentro de él, como en un inmenso y jubiloso hormiguero dispuesto a sellar su imaginaria resurrección.
Respiró, sonrió y, decidió, aquella mañana, que dedicaría su vida entera a honrar las palabras.

tiempos de paraiso...

Fueron tiempos de lluvia, espejos y regaliz. Nos despertábamos con el brillo de las luciérnagas y nos volvíamos a dormir con el ronroneo de los grillos. Nos queríamos, como narraba la minicadena de discos de la tierra, con total desmesura. Otoño y radiaciones de mundos ultravioletas. El cuerpo disipado de sombras y miedos. Las manos servían como única cubertería y así, en la penumbra, nos alimentábamos, sin atragantarnos, el uno del otro. Fueron noches de estrellas, y risas, y nubes aromáticas que se adherían al techo. Fuera, colgaban las toallas en su secadero, traicionadas por el crepúsculo e hidratadas de rocío. Ascensores de arañas y reptiles, traviesos, recortando la luz, proyectando magnificada su figura en el cielo. Buhardillas, y ropa dispersa por un mar de enredaderas. Fueron días de blanco y turquesa. Sal, espuma y pupilas dilatadas en excesos de luz. Márgenes de campos y estampas lunares en las que amontonar toda promesa. Fueron tiempos rurales, marinos, desiertos. Manchas de alegría en los lienzos contaminados que cubren nuestras rutinas. Y un corazón, enorme, trasquilando a navajazos todo lo sucio de los mundos ajenos. Ajenos a ti, y a mi, y al rumor pausado de nuestro humilde paraíso. Tenían razón. Tenían razón las voces que callaban por respeto, susurrándole a la luna y mimando nuestras quimeras. Tenía razón el bordado del tragaluz, ocultando pero dejando entrever la desnuda y entrelazada maraña de cuerpos. El baile, sin cadencia, de la muerte controlada. Fueron postales archivadas en bloque a través de la retina, y el objetivo, y la palabra. Gatos, perros y enormes pájaros argénteos patrullando el acantilado. No faltaba ni sobraba nada en el cómputo impreciso del sueño común. Todo en su sitio y, por extensión, todo en el nuestro.
Por eso, cierro los ojos y me aderezo en el salitre que te robaba en cada roce.
Por eso, abro la boca y se me llena de ti.

jueves, octubre 06, 2005

la soledad...

La soledad te hizo borrar colores. Buscar otras formas, más sinuosas y más comprometidas. La soledad te hizo transitar la penumbra. Y en ella, descubriste realidades prescindibles que habitarían, desde entonces, en el grueso de tus sueños. La soledad te hizo más listo y menos espontáneo, más fuerte y menos confiado, más previsor y menos entrañable, más despierto y menos entregado. Te curtió con la inestable sutura del miedo y, a medida, te trenzó una coraza tras la que aislarte de ti y de ellos. Más frío y menos vulnerable. La soledad te enseñó a impostar la voz e, impostada, a emplearla como escudo y arma arrojadiza. Te hizo buscar a hurtadillas detrás de los ojos, allí donde se pierde, maquillada, la pureza. La soledad te hizo esperar recompensas que antes ni hubieras imaginado poder desear. Ofrecer en anticipo sólo una mínima parte de ti. Calcular el dolor antes que la alegría. La soledad te blindó el alma de forma preventiva, limitando tu deseo y anulando tu paz. La soledad te pidió que dejaras de volar. Y una vez en el suelo te pidió que dejaras de creer. Y así, vacío, te nombró su marioneta. Seco de madera y frío metálico, más razón y menos locura. Te dotó de lo más sucio de las cosas maduras y te arrancó lo puro de las que son infantiles. Te dosificó la sonrisa y el afecto con el gris cuentagotas de un conformismo acatado. Te hizo mayor y te hizo pequeño. Más cansado y menos natural, como las ramas obsoletas cuya esperanza reside en posponer su caída. No sé si la soledad, pero, créeme, algo te fue deshilachando. Y vi volar tus hilos, dispersos, hacia mundos mejores. Al principio, recuerdo, lo peor fue la soledad. Al final, lo peor fue que la soledad te hizo compañía.

Milady...

Acto 3 – (dependencias de la princesa)

JOHNS
(entra apresurado en la habitación donde la princesa lee sobre la cama)

… Lamento haber osado perturbar así vuestro merecido descanso, Milady, más hubiera muerto antes de hacerlo si la razón que aquí me empuja no fuera de vital importancia para el devenir de nuestro reino y para el suyo propio, mi Señora. Eh por ello que…

MILADY

… Johns, apreciado vasallo, ¿por qué diablos habláis de forma tan enrevesada?. Y no sólo vos lo hacéis, también los demás. Y… ¡demonios!… hasta yo empiezo a hacerlo sin darme cuenta. ¿No sería mejor pasar por encima de tanta estúpida sutileza e ir directos al grano? ¿No podríamos evitar la parafernalia y así no perder tanto y tan valioso tiempo de nuestras efímeras vidas? Sin duda, este sería un reino mucho más próspero si aprendiéramos a sintetizar la información de nuestro lenguaje… ¿No crees Johns?…

JOHNS

Si… bueno, no. La verdad es que no alcanzo a comprender la naturaleza de su explicación Milady, más no debido a la falta de atención con la que pudiera haberos ofendido sino muy probablemente por mera causa de mi limitado intelecto, muy inferior al de su merced, que me priva sin duda de obtener el honor de verme capacitado para descifrar en la totalidad sus profundos testimonios.

MILADY

… ¿Ves? Ya lo has vuelto a hacer. Hablas y hablas y no dices nada. De hecho, si te das cuenta, aun no me has hecho partícipe de la trascendental misiva con la que llegabas tan exhausto y tan acongojado.

JOHNS
(de nuevo inquieto y gesticulando)

… Cierto es Majestad, le pido disculpas, desde lo más profundo de mi ser, por semejante abandono de mis delicadas funciones en un momento tan tan…

MILADY

… ¡Jonhs! la misiva… La información, por favor…

JOHNS
(aturdido)

… Disculpe, mi Señora… Al estar hablando no he podido escuchar…

MILADY

… ¡La misiva¡, Johns… comunícame la misiva y deja de irte por las ramas… Llevamos quince minutos perdidos en este inútil intercambio y, por tu celeridad inicial, deduzco que no tenemos toda la tarde. ¿No es así?…

JOHNS

Así es Milady, si usted no…

… James interrumpe la conversación entrando apresurado en los aposentos.

JAMES

Disculpe, Milady, semejante forma de irrumpir en su presencia pero…

MILADY

¡Un momento James! De uno en uno. Johns estaba primero. A ver, Johns, ¿podrías, por fin, transmitirme tu mensaje, de una forma sencilla, escueta y directa?

JOHNS

Si Milady. Si usted no me acompaña y lo remedia, su prometido, Sir Robert, está a punto de retar en duelo al vecino Señor Dumont en nombre de usted, Señora.

MILADY

¡Dios mío! ¿Para qué demonios va a hacer eso? Dumont sólo es un borracho bocazas. Vamos de inmediato Johns, yo le pararé los pies. ¡James!, después le atiendo. Entenderá que lo suyo puede esperar.

JAMES

No, mi Señora. Sucede que usted no llegaba y… ha habido un duelo y… un tropiezo y … ¡El Señor James está muerto, Milady! Lo siento.

MILADY

¡Que desastre! ¿Ves? ¿Ves John? ¿Ves de lo que hablaba?

evacuacion...

En el consejo se acordó por unanimidad que los primeros en ser trasladados serían los niños. Conscientes de que la evacuación del planeta sería lenta y complicada, debía ponerse a salvo primero a los más pequeños. Si nuestra raza albergaba alguna posibilidad de supervivencia, ésta sin duda pasaba por ellos. Aun así, eran muchos los escépticos que auguraban nuestra más que probable e inminente extinción. Todo había sucedido tan deprisa que aun no habíamos desarrollado la tecnología ni encontrado el medio en el que poder subsistir de forma estable fuera de nuestra atmósfera. No se podía garantizar el éxito de la repoblación. Estábamos bien organizados pero mal informados. Nadie tenía claro qué hacer ni de cuánto tiempo disponía para hacerlo. Ni siquiera sabíamos si toda aquella alarma se había dado demasiado pronto o era incluso exagerada. Pero no podíamos arriesgarnos. E hicimos todos los preparativos. Empezamos, como indicaba el protocolo, por los hijos de los líderes mundiales, científicos de todas las ramas, filósofos, doctores, pensadores, matemáticos y un reducido número de gente del arte. Se pretendía garantizar un legado genético capaz de sacar adelante la especie en condiciones hostiles. Era un tiro a ciegas pero, al fin y al cabo, una idea preestablecida que no debíamos ni podíamos cuestionar. Se instauró la edad límite de los 16 años para la primera criba. Los adultos que acompañarían a los niños en las plataformas, formaban también un grupo reducido: personal cualificado de agencias espaciales, médicos, educadores y miembros de aquella elite invisible designada a prevalecer. Seguimos el procedimiento embarcando a la mayoría de los niños del primer mundo. Así, un total de 62 millones de menores ‘privilegiados’ fueron enviados al espacio en los ocho planetas plataforma que se habían construido a una velocidad inimaginable. En un principio, orbitarían en fases entre las constelaciones Perseo y Casiopea realizando experimentos para buscar en condiciones para reestablecerse y crear una nueva sociedad. Muchos opinan que fue apresurado, pero el 25 de noviembre de 2077 dimos la orden de lanzar las plataformas. Había llegado el momento de ser testigos de excepción de la destrucción de la tierra. Pero, una vez más, nuestros cálculos habían sido erróneos y la lluvia de ‘basura’ que iba a destruirnos, viró y pasó de largo. Entonces llegó la consternación. Hacía meses que habíamos perdido el contacto con las plataformas. Más tarde supimos que no habían completado su recorrido desintegrándose ante el colapso de una estrella. Habíamos destruido nuestro futuro y nadie disponía de fuerza ni voluntad para justificar lo sucedido. Así fue como se unificaron las razas. Tuvimos que acudir al tercer mundo y ‘robarles’ a sus hijos para garantizar nuestro futuro. Tuvimos que centrar todos nuestros esfuerzos en criar y rescatar a aquellas criaturas que hasta entonces habíamos dejado morir de hambre. A las mismas a las que no habíamos dado ni una oportunidad para salvarse durante la evacuación. Fue tan vergonzoso como necesario. Aquello fue el colapso del hombre y el nacimiento de una nueva época. Nunca podremos explicar qué sucedió. Pero sucedió.

bosque de sueños...

Entonces, ordenó a los sentimientos que se alejaran de él. Sólo así podría adentrarse en el bosque donde moraban, escondidos entre raíces, todos los sueños. Sólo vacío de los contenidos que guiaban su alma, podría avanzar. Aunque su ilusión parecía ilimitada, no lo era su fuerza. La fuerza fallaba y sin ésta no podía ni comprender ni evaluar todo el peso y el ahogo que sentía. Sabía que sin fuerza llegaba el abandono. Y sabía que el abandono era tan cruel y brutal que se lo llevaría por delante. Así, despidió a la alegría y al cariño, emplazándolos a esperarle por aquellas latitudes hasta un futuro cercano. Despidió también al miedo y a la angustia, exigiéndoles una tregua a la que no podían negarse. Se deshizo de todo lo que lo mantenía vivo y así, despoblado, se adentró en la espesura. El paisaje era por momentos mágico y desolador. En un lado se amontonaban, sucias y hacinadas, las pesadillas de los que no sabían o no podían deshacerse de ellas. Listas para regenerarse y atacar de nuevo. En el otro descansaban los sueños más gratos, los que iban a convertirse en realidad y esperaban en la antesala de las promesas por consumar. Parecía increíble que dos mundos tan diferentes habitaran tan cerca uno del otro sin contagiarse. Pero, precisamente, ahí residía la solución que todos habían buscado. Desde aquel angosto paso pedregoso que delimitaba ambas zonas del bosque, contempló el constante y veloz trasiego de materia de uno a otro lado. Le conmocionó ver como cualquier pesadilla podía volatilizarse y convertirse en un sueño cargado de futuro. Y al contrario, cualquier sueño compacto y presto a materializarse, podía, en un segundo, caer atrapado en la fosa de la desesperación y teñirse de oscuridad. Como un simple cruzar de calles, aquel flujo constante de cambios de percepción le abrió los ojos. Si de verdad lo deseaba, sólo con proponérselo, podría anular de un plumazo sus peores pesadillas. Y podría, con dedicación y cuidado, mantener intactos sus sueños evitando que se descompusieran. Mentalizado y enormemente instruido, salió del bosque. A varios metros, sobre la hierba fresca y humedecida, le esperaba ansioso el cariño, como un animal consentido que añora enfermizamente a su amo y protector. Junto al cariño, casi dormida, estaba la alegría. Recogió a ambos y siguió su camino. Barrió el horizonte extrañado pero no encontró rastro alguno de la angustia ni del miedo que antes lo acompañaban. Simplemente, se habían evaporado.

miedo portatil...

A veces siento envidia de las voces que te rondan por las noches. Me pregunto qué te dirán y cómo te convencerán para que quedes dormida. Y a veces siento miedo de las líneas que trazan los conjuntos ideales. Miedo de la perfección vulnerable que incuba con persistencia la semilla del cambio. Como decía mamá; “líbranos Señor de las buenas personas”. Concibo ideas, miradas y juicios que no había transitado en pensamientos anteriores. Reposo en las cumbres de toda indiferencia y, desde ahí, oteo el devenir de las sonrisas marchitas. Veo secano en los ojos de hombres y mujeres. Veo como ponen su corazón en barbecho durante algunas estaciones, largas o cortas, para que se regenere y poder volver a cultivar en él. Y adquieren sentimientos, esperanzas, ilusiones y carencias portátiles, para evitar quedarse estancados. Para llevarlas siempre encima. Para no depender de un mundo que no cree en ellos. Deambulan, sin dejar que enmohezcan del todo sus quimeras, livianas y moldeables en un trozo de papel. No importan los cómos de los cuándos obsoletos. Y no importan las preguntas de los perfiles paralelos pues nunca convergerán para poder responderlas. Así es. Y concebirlo es en sí mismo entenderlo. Pues el ser inexplicable es ya de por sí una explicación. Simple cuestión de ilógica. A menudo fracasan las promesas previsibles, por frágiles y prematuras. Y triunfan, ante ellas, los fogonazos sin cimientos, el paladar instantáneo de las entregas no razonadas. La estrategia dilata las guerras pero sólo en la batalla se gana o pierde terreno. Al fin y al cabo, son éstos los cánones de la libertad. Ganar o perder, en un millón de millones de facetas de todo tipo y condición. Ganar o perder, en escalas ínfimas o monumentales, tan inocuas que ni las percibamos o tan dolorosas que nos fragmenten en pedazos. Por eso, debido a las fluctuaciones del sentir, el miedo es inherente a todo lo que respira. Coarta e inhibe al individuo, aunque éste lo desconozca o lo niegue. Pobres de los que ignoran la naturaleza del miedo, pues intentarán escapar de él. Y eso no es posible. Al igual que los sentimientos, las esperanzas, las ilusiones y las carencias, el miedo también es portátil, y viaja con nosotros

no la tendras...

Lamento explicarte que nunca podrás tenerla. Aunque la desees con toda la fuerza que eres capaz de generar y con el eco enfermizo de cada latir de tu inconsciencia. No será tuya como no serán tuyos los mares y los montes que se elevan inalcanzables. Aunque morirías por hacerlo, nunca probarás si quiera el rumor que generan sus labios cuando tiemblan y se entregan. Jamás te iluminará con el mirar pausado que dibuja el deseo, ni te abrazará más allá del tacto estipulado para el devenir común. Déjame decirte que nunca conocerás su pasión, ni compartirás su cuerpo, ni amanecerás en su regazo. Ella, por la que pierdes la razón y la inercia, no va a recompensarte con el pudor ni con la admiración de un corazón ciego de ternura. No verás hambre en sus ojos, ni percibirás jamás el desespero de sus manos por tocarte. No recorrerás en paz su cartografía, ni sentirás la emoción de su piel al rozar la tuya. No escucharás el rubor de su felicidad desnuda dándote las gracias por estar a su lado. Lamento decirte que nunca suspirará por ti como tú suspiras por ella. Que en cada acercamiento en el que tú ves la luz, ella no ve nada en especial. Que no serás tú quien alimente el fuego que desborda en sus entrañas. Que jamás soñará con tenerte cerca. Que la seguirás deseando sin poder alcanzarla. Y que eso, sin duda, acabará por hacerte daño.

Lo siento. Así es la vida.

Sra Thomas...

Cuando abrió la caja y vio la cabeza de la señora Thomas supo de inmediato que aquello iba a traerle problemas. No se trataba, como hubiera deseado, de una sutil sorpresa en forma de una calabaza de Halloween podrida, una mina abandonada de la guerra del Kurdistán o una sinuosa boa constrictor como la de El Principito mantenida en ayunas. No. Ojalá. Se trataba de una cabeza, una cabeza humana, la de la señora Thomas para ser exactos. La señora Thomas, esa urraca abominable del portal 47. La misma que lanzaba cubos de agua a los niños y apestaba a naftalina. La misma bruja que desmantelaba de un grito cualquier actividad mínimamente lúdica que tuviéramos a bien practicar en la calle. Supongo que todos debíamos pagar el que alguien le hubiera usurpado a ella su infancia. Por un momento fue reconfortante el ver aquella boca cerrada, incluso inmerso en lo terrorífico de la escena. Era la primera vez que el tenerla delante no activaba las gestiones musculares previas a salir corriendo. Pero, ¿qué demonios iba a hacer? Todos habían desaparecido endosándole, y nunca mejor dicho, el muerto a él. En un principio ni siquiera se preguntó qué había pasado o cómo había llegado hasta aquel recipiente la melena sucia, gris y enmoñada de la señora Thomas. Y, desde luego, cómo éste había acabado en la puerta de su casa. Sin duda, parecía un trabajo limpio y bien ejecutado, lejos de las travesuras torpes y mundanas que acostumbraban a cometer los chicos de la cuadrilla. Se sentó en las escaleras del porche y miró a su alrededor. Un día tremendamente soleado, una pareja de jilgueros coqueteando sobre el columpio, los aspersores del vecino salpicando los contornos del enorme seto con forma de oso panda, él, una caja con la cabeza decapitada de una vecina quisquillosa y media hora por delante antes de que sus padres llegaran de trabajar. Sin duda, aquello era un problema.

trofeos caducos...

En los días de tormenta se abrazaban como dos niños asustadizos fundiéndose en uno sólo. Instauraban, para superar el frío, una férrea política de roce y cercanía. Normas estrictas sobre las áreas y porciones de piel compartida, el movimiento a consensuar, las pautas de cada susurro y el vaho común que alteraba el termostato de cualquier paisaje conocido. Según marcara la intensidad de sus temores, aplicaban mayor o menor énfasis en la cadencia de sus ritos. Debían intentar mantener inmutable su humilde invernadero, incubar allí la galaxia de momentos, ajenos ya a todo y a todos. A veces, resultaba complicado tensar los hilos que apuntalaban su alianza. Y los susurros no pactados se convertían en minúsculas heridas por las que supuraba su coraza. Errores breves pero intensos, frases mal descifradas por falta de complicidad, o por exceso de imaginación. A veces, no podían incluso mostrarse sus cicatrices, ocultas tras los velos del rumor inoportuno. Y así colapsaron, como colapsa la tierra cuando deja de llover. Sin palabras que hidrataran sus fuentes de compromiso. Sin sueños comunes. Secos. Sin el sustrato extraído de las pieles que se entregan. Y las tormentas, pasaron a ser interminables horas de desvelo. La música se hizo repetitiva. Y el frío entraba, y entraba, depositándose en el resquicio de una delimitada frontera. Cuerpos separados, sin importar cómo o cuánto. Dos orillas de un torrente árido, tosco y moribundo. Sin impulso, planearon. Y al planear, caían y viajaban sin remedio hacia el suelo. Sin estrellarse, sí se posaron. Y posados, en metas diferentes, supieron de la necesidad de regenerar sus alas. Obviaron la crudeza de formalizar su desencuentro y el lamentable tormento de las explicaciones insuficientes. Sintieron, como sienten los pájaros, que el nido se les había quedado pequeño, que ya nadie acudiría a alimentarles las promesas y que era hora de marcar unas nuevas coordenadas. Al fin y al cabo lo habían conocido, y lo habían vivido, arraigando uno en el otro con la misma intensidad con la que ahora se desterraban. Quedarían en un lugar preferente de sus galerías de nostalgias. Piezas clave en sus álbumes de ternuras extirpadas. De trofeos caducos. De lágrimas de cristal.

BOMBA!!!

Es muy probable que si expongo en este párrafo términos como BOMBA, ALÁ, CASA BLANCA o PRESIDENTE, seamos víctima, el párrafo, vosotros y yo, de un seguimiento preventivo durante una temporada. En cambio, si menciono palabras como PAZ, JUSTICIA, AMOR o CONCORDIA, nadie se preocupará ni ocupará de ello. Bien pensado, lo que uno quiere es que lo lean, cuantos más mejor. Bajo esa premisa, ¿por qué no incluir en esta selecta lista de consumidores a un aburrido agente de oficinas del FBI y a algún traductor del servicio secreto patrio? Quien sabe. Quizá alguno de ellos descubra, de la forma más fortuita, un diamante en bruto cuyos modestos escritos presentar a su cuñado, importante editor. Y de ahí directo a producir guiones con Spike Lee y copar las góndolas de novedades en la sección de best-sellers de Mark & Spencer. Claro, si es que nos preocupamos demasiado en criticar según que iniciativas sin pararnos a pensar en el provecho que podríamos sacarle. Esta aberrante supresión de la privacidad, por ejemplo, podría acabar con mis huesos contoneándose en pomposas y multitudinarias presentaciones en la Casa del Libro de la Gran Vía madrileña. Ya puedo ver enormes titulares en los tabloides: “De sospechoso a superventas”. Eso si sale todo bien. Si no, igual se nos cabrean y ya nos veo a todos en Guantánamo, de butanero y con la cabeza cubierta por una de esas bolsas de tela en las que vienen las fichas del scrabble. No sé. Creo que el riesgo merece la pena. Supongo que sabréis asumir este pequeño sacrificio. Comprenderéis que oportunidades así no se presentan todos los días. Si esto sale, os garantizo que también tendréis vuestra parte. Así que nada más: BOMBA!! BOMBA!! BOMBA!!. La suerte esta echada.

garantizarnos...

Nos conformábamos con mirarnos a los ojos. Y así, sin palabras, descifrábamos y
comprendíamos todos los enigmas que deambulaban entre nosotros. Éramos nubes
dispersas, hoy aquí, mañana allí, por cielos desconocidos. Caminábamos a contraluz, atraídos por el sol y empujados por las sombras. Un paisaje ondulado de arena y troncos desterrados que habían llegado hasta nosotros a merced de las olas. En la orilla había piedras, y conchas, y un tamizado mausoleo de formas y colores. Como siempre, nos dejábamos guiar por la marea, encharcados a rachas de cintura para abajo. Aquello era lo más parecido a ser inmortales, como el olor a salitre y como la curiosidad innata de los peces más pequeños. Recogíamos restos de historias naturales, entre vida y fósil, resignados a prevalecer. El mar, como lente de la vida, engrandecía y exageraba los dedos de nuestros pies, hundidos en materia, entrelazados. Sedados, implicados de lleno en aquella levedad, en mitad de un carrusel de aromas y sonidos, nos conformábamos con mirarnos a los ojos. Pues de los ojos, en silencio, podía extraerse la colección de versos que componían nuestra existencia. Una existencia que era, al fin y al cabo, la única realidad que necesitábamos garantizar.

te dije...

Te dije que no hicieras tantas preguntas. Te dije que no hurgaras en mis cosas. Que no escucharas mis conversaciones. Te dije que no me siguieras. ¿Qué coño haces aquí? Siempre tan curiosa. Siempre metiendo las narices donde no te llaman. No te imaginas lo que has hecho. Hasta qué punto la has cagado. ¿Recuerdas? Un día te dije que mis asuntos eran sólo de mi incumbencia, que no te inmiscuyeras y que no te preocuparas. Y no me has hecho caso. No sabes cuánto lo vas a lamentar. Y yo. ¡Mira! Sí, mira bien, mira a tu alrededor… total, ya que has entrado y ya que no vas a salir, puedes mirar lo que tanto te intrigaba. Sí. Son personas. Toda esta gente se equivocó al cruzarse en mi camino, igual que has hecho tú. ¿Ves ahora la magnitud de toda esta historia, no? Como comprenderás, no puedo dejar que le cuentes esto a nadie. Tranquila… tranquila, deja de llorar y hablar a la vez porque no entiendo nada. Ya sé, ya sé que no ibas a contarlo, que puedo confiar en ti y todas esas historias. El problema no eres tú, soy yo. No puedo permitirme que salgas de este sótano como si nada hubiera pasado. ¿Ves esto? No te asustes. No notarás casi nada. Será como si te fueras durmiendo. Dentro de unos minutos… ¿Sabes? Me fascina esta situación en la que alguien es consciente de que está a punto de morir. Tú, por ejemplo. Me pregunto si puedes pensar con claridad o si el miedo te colapsa. Morir. Se dice deprisa. Pero ser capaz de analizarlo debe ser horrible. Justo antes de morir; saber que ya nunca volverás a ver el mar, ni el cielo, ni la gente que te importa. Saber que nunca más volverás a reír, o a silbar esas estúpidas melodías, o a leer esos libros que sueles leer con los pies colgando del puente. Que ya está. Que nunca volverás a despertar por la mañana, abriendo los ojos mientras hueles el café que hierve en la cocina. Que no habrá más sábados, ni más cenas, ni más hogueras tras las que beber y fumar hasta caer rendida. Que nunca volverás a besar, ni acariciar, ni amar a nadie. Debe ser muy duro. Saber que lo que has hecho hasta hoy es todo lo que habrás hecho en tu vida. Todo por lo que te recordarán. En fin, no pretendía ponértelo más difícil, tan sólo es algo en lo que he estado pensado. Creo que es mejor que te cubra la cabeza, no se si soportaría verte los ojos. ¡Joder! Mira que te lo dije. Mira que te avisé. Bueno, se está haciendo tarde y tengo cosas que hacer. Ven aquí. ¡No! No te revuelvas. No me obligues a hacerte daño. Así, tranquila, será rápido... Deja que te coja el brazo un momento… Muy bien… ¿Ves?… Ya está... Perfecto. Ahora tengo que irme. Si notas que te mareas, es normal. Después volveré para ordenar todo esto. Adiós. Tienes dos minutos para hacer lo que quieras. No los desperdicies.

deslizadores...

Los deslizadores ocupaban una extensa llanura al oeste del Tevere (Tíber para los forasteros). Según las exageradas creencias populares, pues jamás se ha podido registrar con exactitud dato o imagen alguna de estos animales, se alimentaban de pequeños roedores, piedras deshidratadas y objetos sin identificar que les suministraban seres interplanetarios que los adoptaron como mascotas. Su reinado se distribuía a lo largo de los dos brazos del río; Ostia al sur y Fiumicino al norte. Los deslizadores eran del tamaño de una mazorca de maíz pequeña y se movían, como su nombre indica, deslizándose, tanto sobre la tierra como sobre el agua. Desde en Monte Fumaiolo al Mar Tirreno, podían observarse en enormes manadas desplazándose a gran velocidad. La leyenda afirma que aunque eran incapaces de volar tal y como lo concebimos, sí podían avanzar sin tocar el suelo, unos centímetros por encima de éste. La ciencia no ha podido jamás demostrar semejante fenómeno aunque algunos estudios afirman que podría ser cierto. Según estos últimos, el secreto residiría en unos extraños poros situados en las plantas de sus pies. Poros que, tras un complejo proceso, expiraban el aire respirado a una velocidad y presión tan importantes que permitirían al animal elevarse en una especie de levitación. El deslizamiento lo provocarían una serie de membranas retráctiles que emergían de su costado y, a modo de vela, hacían que el animal, de por sí ligero, adquiriera una velocidad asombrosa. Se habla de unos 200 a 300 kilómetros hora, aunque, una vez más, no ha sido contrastado. Y es que todo el misterio que gira en torno a los deslizadores se queda en una enorme e inquietante hipótesis. Desde luego, poco ayuda el hecho de que la región se encontrara prácticamente despoblada. Tan sólo un pueblo, el de los Nómadas del Viento, habitó la zona un tiempo hasta que, asustados por lo que ellos llamaron “las Balas de Pelo”, decidieron abandonar. Las Balas de Pelo, sin duda, no eran otra cosa que nuestros encriptados deslizadores. Mito, leyenda o realidad, lo cierto es que la cuestión cayó en el olvido. La gran mayoría de científicos y estudiosos del tema cerraron sus expedientes sin conclusión alguna. Nadie, desde Roma, ha exigido jamás un análisis profundo acerca de lo que podría haber sido el animal más emblemático y sorprendente que jamás habitó nuestro planeta. Muchos prefieren pensar que nunca existieron. Otros, entre los que me incluyo, estamos convencidos de que sí.

en la isla...

Antes de irme, quiero pensar que en la isla recobraré las palabras que este tiempo me ha arrebatado. Las más dulces y las menos densas. Las sinceras, aquellas con las que siempre quise conmover a las estrellas en lugar de atascar los corazones. Quiero pensar que en la isla los sonidos atávicos de esta cruel monotonía se verán superados por el austero tintineo de la espuma sobre las rocas. Que los pájaros negros que se columpian en el desconsuelo emigrarán superados en número y hermosura por aquellas gaviotas que sobrevuelan La Mola. Quiero pensar que la isla inoculará su poción y placebo a través de cada poro maltratado de esta piel confundida. Y así, que volveré más íntegro y volátil, como vuelven las golondrinas tras superar los inviernos. Antes de irme, quiero vaciar la maleta para traerla cargada de ilusión, y salitre, y simétricas dunas que ondean donde empieza todo atisbo de paz. Quiero imaginar que, mecido entre las algas que pueblan el paraíso, olvidaré nombres y caras y lugares enquistados. Que será el sol mi rutina, y el mar mi despacho, lleno de tinta de arena y de los papeles que conforman un imponente dossier de atardeceres. Quiero pensar que en la isla permanecen intactos los restos de lo que soy, y no de lo que he sido. Que macerados, podré desempolvarlos, y limpiarlos, y humedecerlos, para volver a vestirme con ellos. Que será aquel espejo negro y salpicado que algunos llaman galaxia el que refleje todo lo que mis ojos han dejado de ver. Quiero dejar de computar las horas y, perdido en la voluntariedad del aislamiento balsámico, dejarme llevar. Expiar toda torpeza acumulada y arrojarla por cualquiera de esos insignes acantilados. Dejar que los faros flanqueen la mudanza pausada de mis sentidos. Flotar en el rumor de la madera, del gin, de los anzuelos, del humo medicinal y de la extensa y única artería que recorre mi oasis.
Antes de irme, quiero convencerme de que soy el que era. Que sólo un tránsito de incongruencias ha minado mi gratitud. Y que, una a una, pienso despedazarlas y enterrarlas en las sombras que enmoquetan las higueras. Y después volver, más volátil y menos acartonado, para ya no cambiar jamás.

evaporarme...

Tengo previsto un armisticio, entregaré mi arsenal y dejaré que me apliquen sus leyes y torturas. He pensado en darles la razón, en abandonar esta lucha insana y platónica contra su absurdo sistema. Debo aceptar que han ganado, que lo que yo consideraba justo carece de argumentos ante su enorme maquinaria de poder. Me entregaré voluntario, sólo para que satisfagan su sed de reproches. Sólo para que crean que me juzgan y someten. Así de sencillo. Debo rendirme, superar los preceptos que antes me guiaban, recoger las alas y olvidarme de volar. Puede que un día, no muy lejano, descubra que todo mereció la pena. Ese día, puede que todo padecer adquiera sentido. Y quizá todas aquellas lágrimas saquen a flote lo impreciso de vuestra estructura. Tengo previsto el abandono. Quedarme suspendido, entre ellos y el suelo, harto ya de prever soluciones imposibles. Quiero quedarme, aun sin acabar de asumir esta existencia. Quiero respirar, y contemplar, como mero espectador, muchas más primaveras. Sentirlas sin vivirlas, sin tocarlas, sin compartirlas, igual que la brisa ajena. Quiero poder erguir la cabeza cada vez que mire atrás. Sin miedos, ni añoranzas, ni estatuas de sal.
Tengo previsto desaparecer, aun estando presente. Exiliarme allí donde viajamos con la mente. Y allí fortificarme, con tinta, y papel, y voces desconocidas que me dicten su antología. Deseo evaporarme, y gas y silencio, recorrer sus rincones sin poder ser descubierto, ni atrapado, ni malherido.
Y, una vez juzgado, deseo, sobretodo, que nunca me recuerden. Porque sólo si me olvidan, sé que no vendrán a buscarme.

miserable...

Tú tendrás el poder pero yo tengo la razón. Tú tendrás la palabra pero yo tengo la verdad. Tú tendrás la capacidad de anular mi poder y acallar mi palabra pero nunca harás desaparecer la razón ni la verdad. Tú mueves los hilos pero yo puedo cortarlos. Tú inhibirás mi sonrisa pero no borrarás mis sueños. Y al final, con esos sueños, con esa sonrisa, con esa razón y con esa verdad, yo seré lo que quiera ser y no habrá nada que tú, miserable, puedas hacer para impedirlo.

supermal...

En el albor de un nuevo milenio, cuando asoman los primeros destellos de una cultura caótica y desangelada, ante la inminencia del colapso de la raza humana, nace un nuevo superhéroe. SUPERMAL, el superhombre en mayúsculas, el héroe definitivo llamado a contrarrestar los excesos de una sociedad desquiciada en su búsqueda de la perfección. SUPERMAL supone la antítesis de todo lo hasta ahora conocido. El héroe más humano, más cotidiano, más de ir por casa. Cuando ya nadie vale nada si no le sale todo bien, llega nuestro salvador decidido a imponer el reinado del hombre imperfecto, torpe, nimio en suerte y poderes. SUPERMAL viste zapatillas de felpa a cuadros escoceses, slips rotos y ajustados, medias rojas de lana, camiseta imperio y gafas de culo de vaso. Ya nos hemos cansado de ídolos impolutos, de absurdos semidioses cuya único objetivo es ser mejor que los demás, más fuerte, más bello, más poderoso. SUPERMAL no da una, y eso lo hace especial. Lejos de criptoníticas miradas láser, SUPERMAL no ve un teletubbie a dos metros, se desplaza despacio, casi arrastrándose y es suficientemente listo como para saber, tras un primer intento, que nunca podrá volar. Lejos de la ficción, nace el héroe real, de carne, mucha carne, y hueso. Aquel que se trastabilla al perseguir a un ladrón, el que se queda sin aliento a la quinta zancada, el que es incapaz de mover cualquier objeto de más de cinco kilos. Su poder es la torpeza, su arma; el error. SUPERMAL; sin intuición, sin instinto, sin glamour, pero con un gran futuro. El futuro reservado al hombre que no vale nada, a aquel que, por fin, sí nos representa.
Preparaos villanos magnánimos y agraciados, apolíneos y virtuosos. Vuestra hora está cerca, muy cerca.
SUPERMAL. El perdedor universal. El héroe mediocre y defectuoso. El titán de una humanidad que acepta sus limitaciones.
SUPERMAL. Gracias por venir. Estamos contigo.

la locura...

A veces renacemos. Porque a veces morimos. No es complicado. A veces colapsamos. Son procesos similares en situaciones diferentes. Cada uno con propia crudeza y su propia duración. A veces minutos. Y a veces años. Dicen que hay gente que, incluso, toda la vida. Me pregunto cómo debe ser el colapso definitivo. Aquel que ya no superarás. El que cierre puertas y ventanas y oscurezca tu alma para siempre. ¿Cómo? ¿Será como un latigazo? ¿Cómo cuando sientes romperse un hueso pero multiplicado por mil? ¿Cómo una implosión tan brutal que te suma en la locura? Si cada pequeño colapso lleva consigo tremendos procesos analíticos y un considerable grado de tristeza, no imagino el efecto desbordante del gran colapso. Imaginad. El ataque de pánico más devastador que el hombre pueda imaginar. La ansiedad puntual capaz de generar tanta energía que desconecte e inutilice todas las conexiones que nos permiten vivir enjuiciando lo que nos rodea. Quizá después, invirtiendo el dolor sufrido, llegue la calma total. Quizá una vez desconectado te conviertas en alguien inmune a todo padecer. Puede que sí, que cruzada la frontera ya no exista el sufrimiento. Y así, pasen los sentimientos a un papel tan secundario que ya no vuelvan a aparecer a lo largo de nuestra rutina. Ello, con sus consecuencias, que no se me antojan tan negativas. Quizá perderíamos la capacidad de sentir alegría y de valorar en grados la felicidad de cada instante. Y el poder de enmudecer ante la gratitud de un corazón, o una mirada, o ciertas palabras. Puede que no volviéramos jamás a sonreír ante la mueca exquisita de un niño, o ante la torpeza de un animal desubicado. Puede que no volviéramos a conmovernos ante la plenitud de un beso, ni volviéramos a cerrar los ojos cuando nos tocan el corazón. Supongo que ya nada ni nadie nos tocaría el corazón. Puede que perdiéramos para siempre el llanto y la voluntad, ajenos al devenir de todo sentimiento. Pero siendo así, lo mismo sucedería al contrario. Y puede que resultara rentable. Renaceríamos inmunes a las torturas cotidianas. Seríamos libres de los absurdos tormentos que nosotros mismos nos infringimos. El miedo y la angustia perderían su poder, y los días negros, al igual que los rosas, pasarían a conformar un gris estable y quizá más llevadero. No nos sentiríamos morir ante cada rechazo, ni nos abandonaríamos a los reprochables criterios del orgullo y la pasión. Sí. Desprovistos de emociones, seríamos menos vulnerables a los constantes ataques del día a día. Inmunes a la injusticia, al dolor y al miedo. Sin sentir las puñaladas de las pócimas que recorren nuestro padecer interno. Sin derrumbarnos, sin inculparnos y sin cuestionarnos.

Al fin y al cabo puede que, llegados a cierto punto, la locura no sea una condena sino una absolución.

suspirar...

Debiéramos suspirar por aquello que, precisamente, no nos hace suspirar. Y, así, rebajar las cotas de la felicidad alcanzable. Si sólo lo casi inaccesible acciona nuestro palpitar, nos estamos dejando demasiadas sensaciones por el camino. Por ello, desde hoy, suspiraré por los cactus que pueblan la ventana, por los perros que olisquean cajas junto al contenedor, por las baldosas rotas de la calle Caro, por la correspondencia del banco y de la comida a domicilio, por el hombrecito rojo que espera en el semáforo. Suspiraré por el olor que escupe el horno por las mañanas, por el café con leche fría que degluto en segundos, por el césped recién cortado que parece una alfombra. Se acabaron las necesidades enormes y las monumentales expectativas del día a día. Se acabaron las mínimas dosis de felicidad alcanzada sólo en la conjunción de astros y suerte y esfuerzo y milagro. Se acabó. Suspiraré por los molinos que flanquean la carretera, por el 2% de bahía que alcanzo a ver desde la terraza, por cada mensaje de alguien que ha pensado en mi. Suspirar. Suspirar por el simple hecho de lavarme la cara, de beber un vaso de agua, de escuchar cualquier canción. Suspiraré y suspiraré por todas las cosas cotidianas y seguras, pequeñas o torpes, manidas o hasta ahora indiferentes. Y así reiré más y seré mucho más feliz. Es una gran decisión. Sí señor. Suspiremos.

alas nuevas...

Quisiera que tuvieras un instante para volar por la ventana. Que supieras de los campos, de las gentes y de los bosques de algodón que nos separan. Que conocieras la verticalidad del tiempo y la forma en la que éste nos mima y suaviza las juntas de nuestro cuerpo. Si pudieras evaporarte, y rehacerte, en los momentos y lugares que han poblado mi torpeza. Desearía que vieras, y tocaras, las llagas de acero que cargo en mi superficie. Que con las manos las recorrieras, y calentaras, y así sellaras. Para que no regresaran ni en un millón de vidas, o de muertes, que al fin y al cabo sumarán lo mismo. Quisiera que de una vez despedazaras la muralla invisible que acota tus deseos, que fundieras la cúpula metálica del cielo establecido, y con ella te construyeras una nueva armadura. Quisiera que, al volar, plegaras el arco iris para en un futuro extenderlo al antojo de nuestra lluvia. Que planearas, cubriendo desiertos y plantíos, hasta la extenuación de lo cotidiano. Y allí te esperaría, mitad encuentro, mitad despedida. Te haría ascender, despojándote del lastre de la piel muerta y de las falsas devociones. Extirparía los restos de las ternuras nocivas y, de tus ojos, el velo que enturbia tu inherente claridad. Treparíamos por las nubes hasta ver todos los mundos, cada vez más y más pequeños, y así elegiríamos uno en el que establecernos. Cuando cayéramos en él, con toda delicadeza, te arrancaría las alas. Y arrancaría las mías. Veríamos así cómo nacen unas nuevas. Unas sin contaminar. Unas que no recordaran el camino de vuelta.

canviar de registre...

He de canviar de registre si vull el meu espai dintre d'aquest món. O, almenys, això diuen. He d’adaptar-me als cànons del ‘negoci’, a les seves subvencions i als seus rentats de consciència institucional. He d’usar només la llengua que em diuen. La mateixa que ells prostitueixen i la mateixa que jo tant estimo però que més em costa bolcar sobre el paper. De fet, no importa el que registri, no importa la seva qualitat, la seva sensibilitat o la seva falta de talent. Importa la burocràcia. Veig lògic, correcte i fins i tot necessari, semblant suport a la cultura pròpia, que comparteixo i intento transmetre sempre que puc. Però no veig lògica l'actitud i la forma de fer les coses. No veig lògica la falta de criteri del “aquí, no importa el que facis mentre ho facis així. Dóna igual si és bo, dolent o regular. Tu fes-ho com et diem i nosaltres et donarem suport”. La vida, i els seus vaivens, em van dur a escriure en una llengua distinta al meu llenguatge materna. Una llengua en la qual em sento còmode i em desembolico, amb major o menor encert, però amb seguretat. Una llengua que em permet arribar més lluny i a més persones. Una llengua que m’agarada i que no penso abandonar. No ens enganyem. No busquen joventut, il·lusió ni talent. Busquen marionetes que els ajudin a justificar pressupostos. Busquen vots. I busquen que els seus noms ocupin podis preferents en tot agraïment que pugui sortir del teu paper o boca. Manca gent que faci coses i que tregui el que duu a dintre, comenten entre escarafalls. Fa falta que mogueu això un poc, que trenquem a bocins aquesta postal d'illa florer, que sàpiguen que també aquí hi ha coses que dir. Manca gent com tu, bueno, com seràs tu amb uns quants retocs que nosaltres et farem. ¿Qué et sembla?

Em sembla que ens esteu decebent, matant a poc a poc, emmudint i aïllant com mai ho hem estat. Em sembla trist. I al final, vist el que he vist, em sembla que us faré cas doncs tinc clar el que vull i, per a aconseguir-ho, pot ser que us utilitzi com vosaltres preteneu utilitzar-me a mi. Com veureu, la llengua no és el problema. El problema és la llibertat.

ultimatum...

El corazón me dice que le de una tregua. Que si sigo acumulando tanto que reprochar, será incapaz de digerirlo y se atragantará. Me dice que necesita escapar, un tiempo. Y me asegura que lo hará, con o sin mi. El corazón me dice que actúe más y piense menos en cómo debería actuar. Me recuerda que son de papel mis cadenas y de algodón las nubes que acumulo en mi horizonte. Que basta con un soplido, valiente y certero, para reconquistar la luz que hoy veo agonizar. Me mece y me aconseja que, de seguir dando vueltas, puedo marearme. Y aturdido, enfermar. Y enfermo, rendirme. Que nada vale tanto la pena como para enfundar la ilusión. Y me advierte, que de seguir así, corro el riesgo de consumirme. El corazón me dice que el presente sólo es hoy, y el futuro un inmenso camino que se esconde tras el velo de un simple gesto sincero. Me demuestra que la puerta está tan cerca como parece y que no todos los techos saben crear hogar. El corazón me pregunta por qué estoy petrificado, por qué no parezco capaz de liberar esta carga, por qué motivo he aceptado una nueva glaciación. Me dice que, de algún modo, estoy traicionando mis días, mis formas y los cimientos del modo con el que juré avanzar por la vida. Que estoy, quizá sin saberlo, hipotecando las reservas donde guardé la alegría. Que, como la piel, la sonrisa también se acartona. Y que aun soy muy joven como para renunciar a soñar. Me zarandea para ver si así despierto. Me asegura que no soy yo, ni él, los que dibuja este perpetuo gesto de ausencia. Que sólo es la máscara que me impuso el desazón. Y que basta un dedo, o una palabra, para deshacerme de ella.

El corazón me mira y siente lástima de lo que ve. Por eso, exige que me revuelva, que pelee, que levante la cabeza y que salga de este charco donde se pudre y fermenta la esperanza. Dice que, por ahora, tome esto como un consejo. Que más adelante, si no le he hecho caso, acepte su ultimátum.

dice la luna...

Dice la luna que si eres capaz de hablar con ella es que estás enfermo.
Y yo le digo que eso es una chorrada.

alli donde vamos...

Allí donde vamos, le dijo, no tendremos que escondernos, ni mentir, ni mirar de reojo los pomos de las puertas. No hará falta maquinar escenas que se superpongan a las reales para coartar el miedo. Ni asumir que la falta de libertad es un precio justo a pagar para poder caminar de la mano. Allí donde vamos no habrá fuentes de dolor salpicando en cada esquina. Ni se abrirán heridas al paso de cada columna de aire confundido. Los juicios se harán cuando sean necesarios y no a cada soplo de aliento común. Allí donde vamos, no necesitaremos los cuadernos de excusas, ni una máquina del tiempo que distribuya los encuentros. Allí donde vamos dormiremos tranquilos, sin tribunales de inquietudes que entorpezcan nuestros sueños. No habrá nadie que censure lo que es incensurable, por real y por ecuánime. Allí no existen los egoísmos, ni las voces vacías que se ahoguen en el absurdo de gritar por gritar. No perderemos ni un solo instante de verdad en beneficio de la duda que estremece los estómagos. Todo será tan puro, y tan inocente, que no habrá ranuras para la falta de comprensión. Allí donde vamos seremos nosotros y no nuestra imagen proyectada sobre el telón de un escenario. No habrá ojos que escudriñen cada pequeño ritual de cercanía. No habrá inquisición ni recelos sumarios que nos alejen de la ilusión que genera la alegría cuando no hace daño a nadie. Tan y tan inocentes, que haremos jirones con nuestras propias falsedades. Y con ellos, trapo, y vela, para que la apariencia navegue y se hunda, lejos, mar adentro. Y así, sin guión ni decorado, sin disfraces ni focos que circunden lo que sí puede verse, reiremos más y sufriremos menos. Allí, por fin, no habrá nada que disculpar, nada que perdonar, y nadie a quien herir.

todos...

La historia trazó una línea que separaría a los hombres, sus sueños y sus fronteras. La marcó a fuego, con el cruel temperamento del que ejecuta una orden en la que nunca ha creído. Una línea gruesa e infranqueable tras la cual se asentarían las bases de toda injusticia. Un plan macabro pero, según algunos, necesario. Era simple; unos lo sacrificarían todo para que otros gozaran de la más amable existencia. A unos se les adjudicaría la penuria como hábitat natural. La miseria estructural y la negación de toda esperanza. A los otros, la libertad. La posibilidad en mayúsculas, la elección de sueños y propósitos. La garantía de un futuro aun por escribir. Así, definidos los segmentos, se apresuraron a llamarlos Primer y Tercer mundo. Obviaron un Segundo para marcar aun más la diferencia entre ambos. Establecieron que la vida de las personas del Primer mundo valdría mucho más que las del Tercero. Y así, sus problemas serían mucho más importantes, sus tragedias más dolorosas y sus necesidades, aunque infinitamente menores, más preocupantes. Los de la mitad marginada, verían desvanecerse sus deseos agrietándose en tierra seca. Su única meta sería la supervivencia. Un vivir parcial y un diluirse por completo. Como sucede en la luna, la cara oscura de la tierra se vio privada de voz y de voto. Sin capacidad de expresarse o de darse a conocer. Un transcurrir hacia atrás, tan decadente que llegó a doler a los ojos desacostumbrados. Y dolió tanto que aquellos ojos terminaron por cerrarse. Decidieron que dejar de mirar era la mejor forma de olvidar aquel desastre que habían generado. Sin duda, se les escapó de las manos. Aturdida, la historia lloró ante semejante infamia. Lloró e intentó borrar la línea inicial. Pero ya era tarde. Uno de los mundos, ya cerrado a cal y canto, no aceptó ningún retroceso. Prometió a la historia que se encargaría de todo y velaría por el mundo desatendido. Pero, obviamente, no lo hizo. En ese punto la sinrazón alcanzó su máxima fortaleza. Unos tenían riqueza, poder, progreso, alimento, presente y porvenir. Los otros, en cambio, no tenían ni nombre. Por eso se cansaron, como se cansa todo ser de morir sin motivo. Se cansaron de aquella condena sin juicio ni delito. Y entonces se levantaron. “Ya que tanto os gusta la muerte, muramos todos”, dijeron. Con toda la rabia, el valor y la fuerza que otorga la sinrazón, vinieron a por nosotros. Y nos hicieron daño, sin importarles cómo, ni cuándo, ni a quién, igual que a nosotros no nos había importado. Y no lo entendimos. Entonces, el mundo predilecto se dirigió a la historia para pedirle explicaciones. Todos clamaron, lloraron y maldijeron. Pero la historia, aun resentida, nos giró la cara. Sin duda, nos lo habíamos merecido.

inspiracion...

- Eso que acabas de decir ha sido precioso…

- Todas las cosas preciosas tienen detrás una fuente de inspiración preciosa que las conforma y complementa.

- ¿Tú crees?

- Sí. Estoy seguro.

- Y, por ejemplo… ¿esas flores de ahí fuera? Son preciosas, ¿qué las inspira?…

- Las inspira la colina, su hierba, el paisaje en el que están inmersas y que las nutre y acompaña.

- ¿Y, entonces, a la colina? ¿Qué inspira a la colina para que sea como es?

- Sin duda, el río. El río que la atraviesa. La artería que hace que su corazón bombee en frescura y naturaleza.

- ¿Y al río? ¿Qué inspira al río?

- Que pregunta. El agua. El agua convierte en poesía su cauce, sus orillas, sus peces, sus cantos rodados…

- ¿Y qué inspira al agua?

- El agua no necesita inspiración. El agua es la vida. Y la vida, en sí misma, es inspiración.

- … Jo! Que bonito.

esbozarte...

Cómo escribir que veo tu cara en la hierba crecida que humedece mis mañanas. Cómo explicar sin torpezas que hidratas y nutres mis zonas costeras, aquellas que, faltas de cuidado, más rápido se arruinarían. Cómo devolverte el regalo de tu sola presencia, la dosificada y la perpetua, la palpable y la ya adherida a las lonas que sellan mis párpados al caer. Cómo. Cómo verter en esta fórmula limitada todo el quehacer que hormiguea en mis venas. Todo el color que destilas al aparecer, clara y cálida, arroyo y manta, en cada diapositiva que proyecto al exhalar. Cómo explicarte que rememoro cada momento que ya hemos privatizado. Cada gesto dulce e incoherente de reacción al contacto. Cada deslizar de piel curtida en distintos sabores según brillen las estaciones. Cómo narrar que te sé de memoria, pliegue a pliegue, poro a poro, centímetro a centímetro. Que mis manos tienen ya la forma exquisita de tus caderas. Que podría moldearte con los ojos cerrados. Cómo acariciarte con torpes párrafos repletos de palabras manidas, y gastadas, y tan poco propias. No puedo. Quedarían todos minúsculos y obsoletos nada más escapar de mis dedos. Desmerecerían de inmediato el objeto por el que nacieron. Perderían valor y sentido. Y así, se apagarían, sin conseguir siquiera esbozar tu paisaje.

si no te echara de menos...

Si no te echara de menos, amanecería más deprisa. Y miraría más al frente y menos al suelo. Si no te echara de menos, no imaginaría tantas veces dónde estarás y qué estarás haciendo. Ni cerraría los ojos ante los paisajes comunes, como si pensara que al abrirlos iba a tenerte delante. Si no te echara de menos no atravesaría el cielo y la pared con el pensamiento, queriendo volar a tu encuentro, atravesando las nubes y olas que te mantienen serena, persiguiendo ese tren en el que viajas dormida. No acotaría el tiempo en porciones imposibles a través de las cuales transcurra indoloro. Si no te echara de menos, no sazonaría mi piel a la espera de que vuelvas pronto a alimentarte de ella. No reservaría cada esquina de mi cuerpo para consumirla sólo contigo. No dosificaría cada gesto, cada sonrisa y cada mirada. Ni haría acopio de todos mis deseos a expensas de poder lanzarlos directos a tus fronteras. Si no te echara de menos, no recordaría cómo sienta fundirse tras tu cuello. O deslizarse sobre ti. O desbordarte en entrega. No recordaría cómo tu habitación adultera la luz y los colores. O cómo tu ventana revela traslúcida que, fuera, insignificante, el mundo sigue dando vueltas. Si no te echara de menos no valoraría los lugares, y las gentes, y las palabras, en la medida en la que pueda compartirlos contigo. Ni guardaría en la retina todo aquello que creo capaz de enternecerte. No daría a tus palabras el valor de promesa. Ni sería tu voz remedio y placebo, constante y dosificado, suficiente para mesar alguna página más de este monótono calendario. Si no te echara de menos no estaría allí, contigo. Y tú no estarías aquí, conmigo, viendo lo que veo y sintiendo lo que siento cuando el aire que te ha rozado llega y me golpea la cara. No creería verte en cada esquina de esta ciudad incinerada. En cada puerta y en cada carretera. Ni en cada estrella de las que me roba este exceso de luz.

Si no te echara de menos, no sería consciente de que, hoy por hoy, te necesito.

memoria comun...

Nos despedimos sin siquiera mirarnos a la cara. Como dos cualesquiera en la tétrica cola del estanco. Sin guiños a lo vivido ni esquejes de los reproches que quedaban por insinuar. Al fin ya al cabo, las personas no nos importan más que en las parcelas en las que convergen con las nuestras. Lejos de esa convivencia interesada, nos dan igual. Nos da igual lo que les pase, nos da igual el modo en el que sufran y la forma en la que se entusiasmen. Aunque a veces parezcamos vigorosamente interesados, no nos importan en absoluto sus sueños ni la distancia a la que éstos estén de sus manos o de sus moribundas quimeras. Ya tenemos bastante con lo nuestro y con aquello que hacemos nuestro. Los demás, son sólo periferia. Satélites que orbitan a lo largo de nuestra galaxia, con mayor o menor cercanía y con mayor o menor influencia. Por eso, al despedirnos, al decidir abandonarnos, nos convertíamos en material obsoleto para la construcción del futuro del otro. Roto el presente y vacío el futuro, recordábamos que el pasado es lastre y que el lastre debe arrojarse para poder avanzar. Por eso, en un instante, en la ínfima dosis de presente que se iba consumiendo, ya no éramos y ya no importábamos nada. Sólo teníamos una cosa en común: urgencia y prisa por quitarnos de en medio. Urgencia generada en la piel, en el habla, en la vista y, sobretodo, en el subconsciente. En aquella fosa por la que drenamos lo que se nos antoja inservible. Bien pensado, la despedida había tenido lugar tiempo atrás. En el preciso momento en el que nuestras ilusiones y nuestras esperanzas comenzaron a decirse adiós. Lo demás, lo de entonces, era sólo parte de la manida burocracia sentimental. Del violento trámite que exigen las incomprensibles pautas humanas. Sin duda, seguro que las hienas, los gatos, las amebas y los helechos, no perdían tanto tiempo en intentar justificar y maquillar sus ausencias. Simplemente, se marchaban o llegaban, sin más preámbulos y sin más torpezas. Por eso no nos despedimos sino que sólo nos alejamos. Sin mucho ruido y sin muchas palabras. Sin más miedo que el acumulado. Y sin más parafernalia que la de empezar a caminar, sabiendo que a cada paso, como los paisajes otoñales, nos íbamos despoblando de la memoria común.

y sois el futuro...

Estáis todos tan vacíos que a veces me da pena existir a vuestro lado. Igual que me dan pena los troncos huecos de los árboles que un día lucieron en plenitud. Es como si os hubieran extirpado lo más puro de nuestra naturaleza para sustituirlo por el aire gélido de la indiferencia. Carcasas que al avanzar chirrían en muecas robotizadas. Guiños tan comunes y tan falsos que corrompen todo lo que rozan. Sois la angustia de las criaturas desaprovechadas, las que pululan por los hemisferios de la simulación y el artificio. Sois el gesto antinatural que nace esperando otro gesto. Y así, en cadena, nada es real y todo es tan triste como el día a día de las marionetas rotas que se pudren en una caja. Porque, aunque no podáis notarlo, al igual que ellas, os estáis pudriendo por dentro. Como los cadáveres maquillados, de hermoso aspecto y nula existencia. Sois la sonrisa ensayada y postiza con la que creéis conquistar peldaños de esta inmunda escalera. Sois las baldosas sumisas sobre las que caminan aquellos cuya sola presencia os corta la voz. Sois un decorado, de piedra y cartón, ante el que representáis vuestra patética función de gusanos que sueñan con ser mariposa. Agradecéis cada cucharada de humillación que vierten sobre vosotros. Cada patada y cada insulto. Vuestra alma destila la mugre de los que se saben vuestros amos. Y vuestra lengua apesta a las suelas que debéis ir lamiendo para abriros camino. Antes, erais sólo la mierda necesaria que esputa una sociedad enferma. Bastaba con mirar a otro lado. Pero ahora todo ha cambiado. Ahora la mierda se ha expandido y lo cubre casi todo. Ahora sois la implacable mayoría. Minucias clonadas bajo un patrón burdo, basto y repetitivo. En definitiva, sois lo que hay, y no hay más. Y por mucho que lo desee, no vais a cambiar. Carentes de emociones, sois simples, torpes, ignorantes y previsibles. Y, aun así, sois el futuro. Que vergüenza. Que Dios nos pille confesados.

Niña...

Total, como no escuchas, me centraré en lo más esquemático de esta historia. Obviaré los pormenores, los nombres, las fechas y las ubicaciones que, por innecesarias e inexactas, resultarían irrelevantes. Se trata de una historia real. Había una vez una niña, llamémosla Niña, que vivía en un pueblo al que llamaremos Pueblo, en una época no muy lejana que no nos importa. Niña vivía con sus padres, Padre y Madre, en una pequeña casa rural cerca del río Río. Así las cosas, y saltándonos todas las anécdotas superficiales que había preparado sobre la trágica fiesta del pueblo, la frustrada comunión de Niña, el asalto y paliza de los bandoleros a Padre, lo del tráfico de armas, la alcoholemia de Madre, las denuncias de pederastia vertidas sobre el párroco y el gran gran incendio, diré que Niña tuvo una infancia, cuando menos, traumática. Un día, llegó a Pueblo un hombre cuyo nombre todos conoceríais pero que llamaremos Hombre, por no saturar con datos más que nada. Aquel hombre, hoy eminente político, era viudo y tenía un hijo (Hijo, para nosotros) que con el tiempo se convirtió en una estrella mundial de cine. También tenían un gato al que llamaban Sebastián (Uy! perdón). Hombre, Hijo y Sebastián se instalaron en una granja árida vecina a la casa donde vivían Niña y Padre (hemos obviado la muerte de Madre en extrañas circunstancias en el seno de una secta y la brutal contaminación del río Río por culpa de la nueva central nuclear). Una mañana, Sebastián se escapó de la granja y, atraído por el impresionante olor a arenques, fue a parar al regazo de una ya demacrada Niña. En esta parte de la narración, he evitado colapsaros con los detalles sobre la desmesurada adicción de Niña a las drogas sintéticas y su posterior rehabilitación a través del programa ocupacional en el que se le asignó la tarea diaria del secado de pescado azul para su envasado y exportación. Hijo salió en busca de su apreciada mascota y, cuando caminaba por el jardín vecino, a la altura de la tumba de Padre (bueno, ya imagináis, ¿no?, conspiración, trata de blancas, ajuste de cuentas) se encontró cara a cara con Niña. En ese mismo instante se enamoraron locamente, como se enamora el mechón de la oreja izquierda o el horno de la bandeja. Al poco tiempo, la pareja abandonó Pueblo y se fue a vivir a una ciudad enorme. Allí, en Ciudad Enorme, medraron veloz y exitosamente. Niña se convirtió en modelo y a día de hoy aun se la puede ver desfilando para las más prestigiosas marcas en las pasarelas de medio mundo. Hijo, por su parte, tiene a sus espaldas un total de 98 películas, 5 premios de la academia y el reconocimiento unánime por parte de la crítica internacional.
Ya veis. Una historia sencilla, de gente sencilla, sin más interés y sin más trascendencia.

quiero pensar...

Quiero pensar que no se han borrado las rutas pintadas a lápiz sobre aquellos mapas cosidos a remiendos. Que siguen en pie y abiertas las puertas del jardín de atrás. Que aun soy yo el que espera el momento oportuno para cruzarlas. Quiero pensar que no se me escapa, volando entre los dedos, el tiempo que reservé para desabrochar fronteras. Que es la conveniencia, y no la apatía, la que va día a día lastrando mis alas. Que podré desperezarlas, de un soplido, como se arranca el rocío con los tres primeros rayos de sol. Quiero imaginar que existen cotas más altas y menos pretenciosas, que aquél pequeño terrario donde incubaba la libertad sigue a la espera de un poquito de lluvia que la haga germinar. Quiero suponer que el valor no es una barra de energía que mengua con la entrega ya disipada. Que los sueños se acumulan y no se superponen. Quiero pensar que hay atajos, y desvíos y amplias circunvalaciones en las que dar media vuelta. Que existe un arcén donde parar y replantearse el camino. Así es. Me gustaría imaginar que no hay errores estructurales, sino simples intentos fallidos. “Lo acepto, no era buena idea, probemos otra cosa” o “Sí, fue buena idea, pero quizá haya otra mejor”. Quiero borrar las directrices que implantan la evolución como una meta salarial o jerárquica. Pensar, mientras sonrío, que ni el estornino, ni el armadillo, ni la luciérnaga, ni el caracol, ni la gacela, ni la albacora… viven aferrados a esa necesidad. Y aun así viven, haciendo lo que pueden y no lo que les dictan. Quiero pensar que, aun desprovisto de luz, a tientas, podré gatear hacia mis dulces escapatorias. Que la vida que voy exhalando, y regalando, y malgastando, no exagerará a la hora de pasarme factura. En fin. Quiero cerrar los ojos y abrirlos en otra realidad menos decepcionante. Despertarme sin pensar que estoy tirando el tiempo. Desaparecer. Apartarme de estas siluetas grises que apolillan mi sonrisa. Y crecer, a mi quizá torpe manera, dónde, cuándo y cómo desee.

la nueva caja...

El día que el ratón entró en su nueva caja todo le pareció fascinante; un espacio relativamente cómodo para el solo, comida diaria sin necesidad de pelear por ella y un cuidado periódico que mantendría limpio su recién estrenado hogar. Lo primero que hizo el ratón fue recorrer su nueva caja, conocer y adaptarse a cada recoveco, a cada piedra de gravilla y a cada porción de pared. Podía trepar por su caja, divertirse haciendo girar la rueda o acercarse hasta las hendiduras en las que le iban colocando pedazos de fruta y verdura. Podía dormir todo lo que quisiera, beber hasta quedar saciado y escarbar amontonando guijarros que movía de un lado a otro. Una vez adaptado hasta al último milímetro, se sentó sobre su rueda y se preguntó qué haría ahora. Sus posibilidades eran alarmantemente limitadas así que comenzó a compaginarlas; rueda, fruta, piedras, dormir, agua, fruta, rueda, dormir, piedras, rueda, fruta, agua, piedras, dormir. En poco tiempo descubrió que sus actos, más allá de placenteros, eran compulsivos. Bebía de forma compulsiva, comía de forma compulsiva, escalaba, rodaba y amontonaba piedras de forma compulsiva. No disfrutaba haciéndolo pero aun así lo hacía porque, al fin y al cabo, no tenía otra cosa que hacer. Un día, mientras trepaba, recordó cómo habían sido sus primeros días en la caja. Se vio a él mismo trepando con la alegría y la ilusión de quien se siente maravillado. Saltaba y se agarraba al techo a gran velocidad, caía sobre el lecho de grava en piruetas y cabriolas… y sonreía, tras cada salto y tras cada nueva remontada. Al recordar, se dio cuenta del tiempo que hacía que ya no encontraba pasión tras ninguno de sus actos. Ahora escalaba despacio pues así le mantendría ocupado un rato mayor. Colgaba del techo como cuelgan los ahorcados, sin fe y sin acrobacias. Todo era automático y previsible, sin novedades y sin alicientes. Todo era la caja y las cuatro actividades que ésta permitía realizar. Su vida ya no le divertía y, por extensión, ya no era feliz. Entonces decidió que había llegado el momento de abandonar la caja. Vigoroso y convencido por primera vez en mucho tiempo, dio vueltas y vueltas en busca de alguna ranura por la que salir de allí. Pero no encontró ninguna. Exhausto, se sentó en su rueda y se sintió aterrado. Aunque quisiera no podía escapar, pues no sabía cómo hacerlo. Pensó y pensó en una solución que no llegaba hasta que, por fin, dio con una. Escaló lentamente hasta la tercera hendidura, pasó, no sin esfuerzo, su cabeza a través de uno de los radios de aquella rueda metálica, observó detenidamente todos y cada uno de los rincones de la caja y, en un simple impulso, soltó sus pequeñas patas. La rueda giró, la inercia hizo en resto y él, de un golpe, quedó inmóvil. Al fin y al cabo, aquel segundo, aunque el último, había sido lo más emocionante que le quedaba por vivir.

aguantarles la mirada...

Confío en que el tiempo trace las líneas donde seguro convergerán todos los polos desangelados. Frío y levedad, roturas perennes de sueños intemporales y esporas, muchas, todas, que transportan sin saberlo nuestro latente germinar. Descanso de las caras que han precedido a cada eclosión, de los mimos cuadriculados del cuaderno naranja, de las escamas que poblaron cada injusta recaída. Tregua y respiro. Miedo a la indiferencia que anida en las personas y las moldea, a ciegas, a través de las galerías donde exponemos, descalza, la soledad. Sé que aun quedan restos de las fotos del paraíso. Imágenes en las que escribo con miel sobre tu espalda desnuda. Y borro, si hay que borrar, con la lengua aun entumecida. Gotas de rocío, incienso y ternura. Con eso bastaba para bajar el telón. Recuerdo el aliento de las frases imprecisas. Ayer, hoy y un inédito mañana. El mundo lamenta que estemos dormidos. Y que, dormidos, no veamos más allá de los párpados comunes. Hay más dignidad en los ojos que padecen y más decencia en las pieles abandonadas. Hay más devoción en las almas necesitadas, las que no tuvieron más remedio que aprender a valorar, y a agradecer, cada minuto de paz. Sí, créeme. Hay mucha más vida en aquellos que sufren. Recorro, en mi oscuridad astral, cada inimaginable recoveco. Las tierras gélidas o abrasadas donde mueren nuestras clónicas cobayas. Los mares inclementes donde se ahogan los gritos que no quisimos escuchar. En el camino, veo niños y animales y mundos y marionetas. Y al mirar a través de sus ojos ausentes, sé que no soy su dolor sino su enfermedad. Y me pierdo y te pierdo y os pierdo a todos. Y siento que nada ni nadie valemos nada. Siento desplomarse en mi cabeza el lujo de cada promesa y de cada carcajada. Y, helado, descompenso en angustia la rabia de todo este bienestar. Colapso y me fragmento. Y cada pedazo de existencia, cada pequeña porción de mi, se agarra a la estabilidad de su heredado egoísmo. Entonces, sólo deseo despertar. Y, despierto, ser en redención mejor de lo que era. Y así poder, la próxima vez, aguantarles la mirada.

si me lo propongo...

Si me lo propongo, puedo hacer que los objetos se muevan, que los animales hablen y que las farolas se apaguen. Si me lo propongo, puedo saber lo que estás pensando, elevarme 20 centímetros del suelo y ver con claridad a través de la pared. Si me lo propongo, puedo predecir sucesos futuros, alterar el clima y doblar con la mente el metal. Así es. Si me lo propongo, puedo generar fuego sólo con la manos, hacer que crezca vegetación y seguir un rastro a miles de kilómetros. Si me lo propongo puedo realizar en décimas de segundo cualquier operación matemática, recordar cualquier dato e imitar cualquier sonido. Puedo, si me lo propongo, resucitar a una persona, curar enfermedades y levantar o mover cualquier peso.

Lo que pasa, seguramente, es que no me lo propongo.

ponerle el pijama al sol...

No conseguirán robarme el verano. Quizá puedan amputarlo, cercenarlo, limitarlo a las exequias de lo que imagino como una digna porción de libertad. Pero aun así, aun maniatado y enjaulado en su castillo, no podrán hacer que deje de creer en él. No. No conseguirán que me arranque, de un plumazo, el verano de la piel, ni de los ojos, ni mucho menos de mi ya maltratado subconsciente. Tu cuerpo se debe a ellos, en ubicuidad espaciotemporal y siempre dentro de los cánones que tú mismo aceptaste un día. Pero aun teniendo tu cuerpo, no tienen tu alma y, obviamente, tampoco tu corazón. Por eso, no conseguirán que deje de imaginarme lo que quiera cuando yo quiera. Y esta tarde, aunque certifiquen con máquinas y reproches mi presencia, yo estaré lejos de aquí. Viajaré. Sí. Dejaré aquí mis manos para que, aliadas con este polvoriento teclado, esculpan, a una más que aceptable velocidad, mentiras, sarcasmos y promesas, que pronto quedarán obsoletas, de gentes que no conozco. Y yo me iré. Buscaré alguno de esos puntos mágicos en los que el tiempo no se fragmenta. Esos que nos curten de salitre y postales. Y allí descansaré, o descansaremos, dormidos en la melodía de la espuma y la roca. Allí nos sentiremos más pájaros y menos cobayas, encendidos por el sol que acaricia sin quemar. Cerrando los ojos, podremos cambiar de postal y de espuma, variando de escenarios según dicte el apetito. Y así, incluso cuando ellos amen verme desterrado de mi único mundo, yo habré vivido más y mejor. Volveré, comprobando que el binomio yemas-plástico han colmado páginas y páginas mejores incluso de lo que exigen y merecen. Y entonces, recogeré mis manos y cortaré la alimentación de estas esposas virtuales. Íntegro y renovado, les regalaré una sonrisa que desmiembre sus sádicos esquemas. Y a esa hora saldré a la calle, y aún me quedará tiempo de sobra para ponerle el pijama al sol mientras me mima las pupilas.