La iniciación al absurdo era sencilla. Bastaba con empezar eligiendo dos conceptos que aparentemente no tuvieran nada en común. No tenían porque ser ambos sustantivos. Podían utilizarse adverbios, adjetivos, verbos y todo el inagotable espectro de vocablos que habitaran en el neocortex de uno. Tomemos, por ejemplo: “post-it” y “alpargata”. Acto seguido, se establecía el nombre del concepto a definir mediante la una unión de ambos conceptos que nos viniera en gana. Tomemos, sencillamente, “Alpargata post-it”. Bien. Ya tenemos concepto! La tarea pesada comenzaba ahora. Debíamos dar vida a nuestro concepto; definirlo, ubicarlo, inventar para él todo un mundo que le diera su sano sinsentido. Buscaríamos una época y un personaje que dotaran de rigor nuestra exposición. Y un final, sin claro desenlace, que haga referencia a la actualidad. Todo ello, como siempre, utilizando el absurdo como guía y doctrina. Cuanto más absurdo, inverosímil, irreal y divertido, tanto mejor. Una posible historia sería:
Tras las Guerras Cuánticas, allá por el quinto lustro del Futuro Imperfecto (trabajaré, comeré, viviré), no era poca la animadversión que se sentía hacia las Ciudades Volquete (cena, duerme y vete). El fanatismo por la moda había hecho estragos entre la población. Todos eran pijos, chics y metrosexuales confesos. Fue en estas latitudes que surgió la figura de Ruth Ina, una joven oficinista Cansina (de Cansas) que iba a cambiar, sin saberlo, el rumbo del mundo. Una mañana, aburrida como los que esperan OVNIS en invierno, se descalzó y colocó sus pinreles desnudos sobre la mesa. Fue en estas que uno de los post-its que pululaban por su insulsa zona de trabajo fue a quedarse adherido a la planta de su pie izquierdo. Lo que hubiera pasado desapercibido para hombres y gominolas, tomó sentido cuando su jefe entró bruscamente en la oficina. Al bajar los pies de sopetón, nuestra amiga descubrió que el pie con el post-it estaba más cómodo y tenía menos frío que el otro. Así, comenzó a colocarse aquellos papelitos amarillos en los pies para andar por la oficina. Un buen día, confortable en sus zonas más bajas, se olvidó de ponerse los zapatos y salió a la calle. Fue allí que un calzatalentos del mundo de la moda quedó asombrado al verla. Era el súmum del diseño, del minimalismo, de lo conceptual y estético. Era lo más, vaya. En pocos meses, Ruth era un ídolo para la sociedad consumista de tijera y encaje. Sus denominadas AP (Alpargatas post-it) desfilaron con flamante éxito en las mejores pasarelas del universo: Nueva York, París, Pozuelo, Mercurio (en salud)… Con la patente de su invento amasó y amasó montañas de dinero, ante la cara de gilipollas que se les quedó a los de la casa post-it que perdían un juicio tras otro en sus lógicas denuncias. Si es que los jueces, la prensa, todos estaban encantados. Ruth Ina había traído un nuevo aire de frescor al mundo. Durante un tiempo, las AP coparon todos los mercados del calzado. La tía venga sacar colecciones, y líneas y modelos (según la gama de tamaños que ofrecían los de post-it, quienes seguían flipando) hasta que un día desapareció sin dejar rastro. Muchos comentan (to que explotan) que no supo digerir la fama. Pero la leyenda dice que en fechas recientes y en desiertos no muy lejanos, los clientes de varios centros de spa y thalasoterapia de una isla del Mediterráneo afirman que les han colocado post-its en los pies para andar por el complejo.