Amok...
Los relatos épicos malayos del siglo XV nos hablan por primera vez del síndrome de Amok. Según ellos, como indica el Tratado de Psiquiatría de Freeman, los ataques de Amok eran considerados como reacciones naturales a la frustración, la provocación o la humillación. Hasta hace relativamente poco, el Amok era un fenómeno exclusivo de pueblos primitivos y cerrados en los que predominaba lo mágico y lo irracional. En la gestación de esta conducta, un sujeto tímido y apocado sufre una experiencia traumática cuyo lastre no consigue soportar. El individuo, solitario y acomplejado, da vueltas y vueltas en su cabeza examinando una precaria situación que no puede seguir padeciendo sin hacer nada al respecto. Todo su análisis deriva en una solución drástica: su única salida es un acto violento ya sea contra sí mismo o contra los demás. La rabia acumulada encuentra canalización en un plan y entonces, mientras ese plan siga en pie, la tensión desparece. A diferencia de otras conductas fruto de la locura, esta distorsión del juicio se enfoca de manera sistemática e inteligente. Su plan se convierte en el único alimento de su miedo y dolor, y a él se aferra. Lo prepara cuidadosamente, con toda serenidad y con todo detalle. Y esa preparación, ese vislumbrar una meta, lo mantiene calmado y aleja la agonía vivida hasta entonces. Por lo general, no hay vuelta atrás. Amok, la enfermedad, término que significa “lanzarse furiosamente a la batalla” fue descrito por los médicos coloniales ingleses en Malasia al observar en individuos de ciertas tribus este tipo de conductas. La también llamada “eclosión de rabia” provocaba que un individuo armado con un machete se lanzara a correr atacando, hiriendo o matando indiscriminadamente a todo ser vivo, hombre u animal, que se encontrara a su paso. Más tarde, el sujeto afirmaba haber sido poseído por el diablo y no recordar nada de lo sucedido. Trágicamente, en este cuadro sicótico, la selección de las víctimas suele tener poco o nada que ver con la causa original de la agonía. La violencia reprimida del ser humano hace acto de presencia y sus resultados son comúnmente devastadores.
Hoy en día, el fenómeno Amok se está instalando en sociedades y pueblos desarrollados, lo que conmueve y desorienta a los psiquiatras. Parece que paulatinamente se está desligando de la necesidad de un fenómeno cultural y se extiende esporádicamente entre individuos. Aun así, puede que las sociedades actuales teóricamente más avanzadas se estén convirtiendo en el perfecto caldo de cultivo de la enfermedad. Se trata de sociedades que basan el éxito individual en factores de bonanza económica y aceptación social. Sociedades cuyos valores alarmantemente superficiales están estableciendo cánones de exclusividad que apartan y rechazan sistemáticamente a un elevadísimo número de individuos. Estos individuos, los autoconsiderados perdedores sociales, son hoy en día los potenciales sufridores del síndrome de Amok.
Sujetos enfermos dentro de sociedades enfermas cuya genial solución al problema reside en armar a sus ciudadanos como protección ante los “locos”, sin saber que en parte están potenciando que cualquiera enferme y que el enfermo, armado, puede mañana volverse loco.