Tomamos la primera copa discutiendo banalmente sobre el tiempo y el trabajo, las decepciones futbolísticas y un viodeclip de raperos que emitían por la tele…
Durante la segunda, profundizamos en nuestras vidas amorosas, decepciones y rechazos… generalizamos acerca del comportamiento de las mujeres y establecimos patrones de conducta según situaciones…
Pedimos la tercera copa, y nos adentramos en lo divino y en lo humano, desgranamos los pilares problemáticos de nuestro mundo actual, el hambre, la guerra, la política, la injusticia…
Algo aturdidos al pedir la cuarta copa, nos acaloramos defendiendo posturas encontradas, visiones distintas de temáticas parejas… combinamos ejemplos históricos con anécdotas personales, lecturas realizadas y opiniones dispares.
En el cenit de la discusión, solicitamos, no sin dificultad, una quinta copa redentora… brindamos por una hipotética tregua y suavizamos la marea a través de una desternillante batería de chistes de cualquier temática y condición… “¿Cuál es el animal de dos patas que sangra continuamente?”…… No sé, ¿cuál?… “Medio perro”!!!!! …Y reímos hasta que nos dolían los músculos de la boca.
Así, entre risas, llegamos a la sexta. En este punto, quiso la fatalidad que la televisión escupiera un éxito musical de nuestra historia precoz. Aquí empezó la Operación Karaoke… cantamos y cantamos a pulmón partido, ajenos al ridículo y a la descomunal molestia que debíamos provocar entre nuestros coyunturales (y ostensiblemente sosos) compañeros de local.
La séptima copa marcó una inflexión. Aunque a penas nos acabábamos de conocer, nos comprometimos a ir a esquiar a Suiza, pasar el verano con nuestras respectivas parejas en Puerto Rico, formar pareja de mus y apuntarnos a clases de tai-chi.
En la octava copa nos derrumbamos. Asumimos ambos que nuestras vidas no seguían la ruta soñada, acordamos que era el momento de dejar el trabajo y perseguir nuestros ideales… de recorrer Sudamérica a lomos de una vicuña… adoptar la filosofía Zen y, en general, cambiar el mundo.
Aceptamos la invitación de la casa a la novena copa, abrazados … más bien apoyados por conveniencia y estabilidad uno sobre el otro. Yo leía algo sin sentido que había escrito en una servilleta y él, entre sollozos, no dejaba de repetir… “Es brrruueenísimo, tío!!… errres un puto genio”.
Resolvimos que no era de recibo abandonar en el escalón previo a la mítica decena. Y durante la décima, él cayó tres veces del taburete con la consiguiente descarga de carcajadas propias y ajenas. Yo saqué la cartera y, ante el tira y afloja del “De ninguna manera, pago yo!!”… solté al aire cuatro o cinco billetes de cantidades sin especificar que se diseminaron por la barra y detrás de ella… Y él hizo lo mismo… En el ímpetu del momento, tiré al suelo dos ceniceros y un enorme display de cristal de no se qué marca de cerveza… El estruendo de la eclosión resultó imponente. Y más carcajadas. Ahí fue cuando nos invitaron a abandonar el local y a continuar con nuestro espectáculo en la calle. Continuamos riendo, doblados, con dolor de estómago, durante unos minutos… Y entonces cada uno se dio cuenta de que era la hora perfecta para la retirada. Nos alejamos, en direcciones distintas… gritando desde el otro lado de la calle… “Eh… tío!!!!!.. Nrro te olrrlvides..eh??.. Puerrrtrrro Gggggriccccoooo ..eh???”…. “Sí tio, sí!!!.. Puetro Trrrricccco!!! Agosto… no vaale rajarrrse!!!!…. “Sí, si… agrrrooosto… fijo.. errr lunerrs me las pido!!”.