siempre hay algo que contar...

miércoles, noviembre 30, 2005

tiempo...

Siempre es el tiempo, el que nos deja sin argumentos, el que nos dice quién tira primero, el que decide cuándo acaba el juego.

Siempre es el tiempo, el que de un soplo nos corta el vuelo, el que se estrella en el firmamento, el que retuerce los sentimientos.

Tiempo; olas que van entre vida y sueño, lo que es fugaz y lo que es eterno, cada estación de un camino incierto.

Siempre es el tiempo, el que encasilla cada momento, el que renace al tocar el suelo, el que sonríe entre los lamentos.

Siempre es el tiempo, el que se escapa al cruzar los dedos, el que retoca el color del lienzo, el que gestiona un sutil recuerdo.

Y es cuando hay tiempo, cuando me pierdo y después me encuentro, cuando sonrío al tocar tu pelo, cuando cautivo el compás del viento.

Es cuando hay tiempo, cuando preguntas qué es lo que siento, cuando me acuesto sobre el cuaderno, cuando es en ti que proyecto un verso.

martes, noviembre 29, 2005

piedras al rio

No recuerdo las palabras que nos decíamos a la cara. Ni la voz impostada con la que, a veces, nos apuñalábamos con suavidad. No recuerdo la expresión, ligera, que volvía dóciles las sombras que nos perseguían hasta la bañera. Ni las manos exfoliadas de tanto seguir contornos. Puede que nos equivocáramos. Puede que hiciéramos un uso fraudulento de nuestras palabras. Tomando unas de aquí y otras de más allá, sin sentido y sin criterio, como quien se traga el aburrimiento lanzando piedras al río. Puede que no supiéramos gestionar el miedo, ni el desazón, ni el exceso de vidas extra que nos daba la partida. Puede que perdiéramos la gama de alegaciones que crecen entre el blanco y el negro. Y puede que fuéramos ingenuos, menos sabios de lo que esperábamos y más maduros de lo que nos gustaría. Demasiado doctorados y demasiado poco alumnos, atados a las teorías que creíamos inexpugnables. Puede que perdiéramos el mapa de atajos comunes. Y así, las fantasías, diferían como difieren los días de las noches iluminadas. Puede que no cupieran tantos sueños en el bolsillo. Y lastrado, el presente, no alcanzó al futuro para darle el relevo.

viernes, noviembre 25, 2005

30 sonetos...

Ya tengo tus 30 sonetos.

Me falta decidir si los comparto contigo.

jueves, noviembre 24, 2005

en el aljibe...

En el aljibe, entre extraños entes acuáticos y deformes proyectos de nenúfar, practicábamos la torpe sincronización de las sirenas de ciudad. Los rosales cerraban los ojos para prescindir del espectáculo. Las arañas abandonaban la zona a gran velocidad, llevándose a sus pequeñas, concientes quizá de las intermitentes inundaciones que se avecinaban. Y las libélulas, unidades aéreas de los informativos del jardín, tomaban posiciones circundando la improvisada piscina. En las esquinas del cuadrilátero, los vasos de ginebra hacían las veces de banderín y avituallamiento. Más de uno sufrió las embestidas de los pequeños tsunamis creados por todo cuerpo adolescente en líquido elemento. Y caían, a cámara lenta, impactando sobre la tierra en derrames sin fracturas. Así los rosales; agua, gin y limonada, cambiaban de opinión y se unían a la fiesta. Las rosas coreaban cada intento de ejercicio mal ejecutado, que eran todos. Y las dos tortugas de tierra devoraban alguna de las manzanas que, cansadas de su perspectiva, se habían bajado del árbol en busca de compañía. Andrómeda y Casiopea, acostumbradas a la banalidad del tacto humano, agradecían las caricias que les propinábamos a medida que proyectaban al exterior su prehistórico cuello. Abrían la boca en la medida de sus posibilidades, como si nos hablaran e interrogaran sobre dónde había más manzanas. Ellas también daban por bienvenidas las cataratas que anegaban parte del sembrado. Sorbían, mediante una pequeña e indescriptible lengua, los charcos coyunturales. Y servían de colina y salvavidas a pequeños grupos de hormigas rezagadas que aprovechaban la incomunicación para acicalarse.
Era algo asombroso, diría que mágico si no tuviera vetado este término por insustancial y manido. Era como si algún extraño metabolismo convirtiera en armónico lo común, y en común lo excepcional. Permanecíamos atentos a todo y todo permanecía atento a nosotros, en una simbiosis mutua de admiración y respeto. Y así, de este modo, las cosas, simplemente, acontecían.

martes, noviembre 22, 2005

el tacte adhesiu... / el tacto adhesivo...

Et trobes nua. I nua, somies que et vesteixen de llum i de fulles precipitades que reneixen al tacte adhesiu de la teva pell. Així, tu ja no ets gris i la teva nova cuirassa d’alé terrós transmuta en verda. I verda, seduïx la llum. Seduïx la llum, i els arbres, i aquells petits fruits encarnats dels que s'alimenten les aus. El bosc oníric t’acarona. L'herba et condecora faquir de peus de porcellana, cinta transportadora entre el cel i l'hivern. Mires, alleujada, el teu aspecte en el mirall d'una gota suïcida. Cau. I tu caus amb ella, conduint-la, amb les mans, cap a les teves fronteres. Així germineu, juntes, tu i ella, en un ball de rosada que t'hidrata i reconforta. És tal el plaer de la resurrecció que tanques els ulls. I a l'obrir-los, et trobes nua. Sobre el coixí, el tatuatge d’un deixant d'humitat, corrobora els teus dolços presagis.

………

Te encuentras desnuda. Y desnuda, sueñas que te visten de luz y de hojas precipitadas que renacen al tacto adhesivo de tu piel. Así, tú ya no eres gris y tu nueva coraza de aliento terroso transmuta en verde. Y verde, seduce la luz. Seduce la luz, y los árboles, y aquellos pequeños frutos encarnados de los que se alimentan las aves. El bosque onírico te mima. La hierba te condecora faquir de pies de porcelana, cinta transportadora entre el cielo y el invierno. Miras, aliviada, tu aspecto en el espejo de una gota suicida. Cae. Y tú caes con ella, conduciéndola, con las manos, hacia tus fronteras. Así germináis, juntas, tú y ella, en un baile de rocío que te hidrata y reconforta. Es tal el placer de la resurrección que cierras los ojos. Y al abrirlos, te encuentras desnuda. Sobre la almohada, el tatuaje de una estela de humedad, corrobora tus dulces presagios.

jueves, noviembre 17, 2005

la nit s'enfonsa...

La nit s’enfonsa sota el vel d’una nova matinada. Algú s’ho rumia. Algú escorcolla entre les tonalitats de blaus i vermells. No és el color el que ens cobreix de por, si no la seva intensitat. No tinc rès més a dir. Hem tocat amb els dits els llavis de l’angoixa i el sexe dels àngels que ens han donat l’esquena. El cel ja no trona. La vida, d’aquella manera, torna a girar.

martes, noviembre 15, 2005

nacer otra vez...

Todos tendríamos que nacer otra vez. Empezar de nuevo conscientes y aleccionados por nuestra estancia anterior. Enmendar todo aquello que hicimos al revés y elegir otros caminos y otras formas de avanzar por ellos. Gozar del comodín de la segunda oportunidad, pero íntegros en lo sabido y en lo vivido, sin reajustes y sin formatear. Empezando de dos en lugar de cero. Sabios, pero inocentes. Y saber así, ya desde niños, a qué debemos y a qué no debemos tener miedo. A quién podemos y a quién no podemos amar. Saber que la cuna se convertirá en una cama. Y la cama, en un problema. Saber que el alma sufrirá mutaciones, y el cuerpo cambios, y el corazón puñaladas. Y así, esperar con paciencia cada nueva mudanza. Sin sentir pánico y con la cuestionable garantía de poder influir en ella. Coger más fuerte el timón y tener más clara la ruta. Saber sanar antes incluso de ser heridos. Conocer las situaciones que desembocan en momentos que terminan en decepciones. Y, una a una, evitarlas. Igual que evitar el óxido de la rutina y la mugre de los sueños mal calculados. Aun a merced de todo elemento nocivo, sentirnos más seguros y menos vulnerables. Y así prosperar, reconquistando paisajes ya conocidos pero no por ello menos sorprendentes. Y aun teniendo claro el guión de consecuencias, volver a equivocarnos. Recapitular los valores que damos a las cosas. Y rescribir con ellos toda una nueva existencia.

Sí. Todos tendríamos que nacer otra vez. Y morir otra vez. Y amar otra vez.

lunes, noviembre 14, 2005

dos cautivos...

Iban camino al Puerto de Alicante. Era el 27 de noviembre de 1938. Se acercaban por el sur, desde algún recóndito lugar en las afueras de Murcia. Leopoldo caminaba delante, con las manos atadas a la espalda, aspecto desfallecido y una camisa convertida en jirones tras varios intentos por superar la alambrada. Detrás iba Sebastián, blandiendo un fusil rematado en bayoneta, también cansado y con los pantalones adobados de barro y sangre. Habían recorrido 16 kilómetros sin detenerse y sin mediar palabra, compartiendo los posos de una sucia cantimplora que no encontraban dónde rellenar. Sebastián tenía ordenes precisas de escoltar al prisionero hasta las dependencias que el bando nacional había establecido en el puerto una vez descubierto y abortado el flujo de personas que desde ahí buscaban el exilio. Poco antes de llegar a Elche, se detuvieron en un granja regida por una familia marcada como colaboradora y afín a la causa. Les dieron agua y comida caliente, un lugar en el que asearse y les ofrecieron el pajar para pasar la noche a cubierto y seguir su camino al día siguiente. A fin de poder descansar, Sebastián ató a Leopoldo a dos enormes yugos que yacían en medio del cobertizo. La cuerda hasta la cadena era suficientemente larga como para que Leopoldo pudiera también dormir con un mínimo de comodidad tras lo exhausto de la jornada. Entre los objetos que el preso depositó en el suelo; un paquete de tabaco, un pañuelo con iniciales bordadas y varias páginas de un manuscrito. Sebastián cogió aquellos papeles. Eran poemas, escritos por Federico, otro militante republicano que había sido fusilado dos años atrás. “No te conoce el lomo de la piedra, ni el rastro negro donde te destrozas. No te conoce tu recuerdo mudo, porque te has muerto para siempre”. Leopoldo ladeó la cabeza, hundida sobre un lecho de paja, y prolongó de memoria aquellas palabras. “El otoño vendrá con caracolas, uva de niebla y montes agrupados, pero nadie querrá mirar tus ojos, porque te has muerto para siempre”. Los dos recitaban al unísono. “Porque te has muerto para siempre, como todos los muertos de la Tierra, como todos los muertos que se olvidan, en un montón de perros apagados.” Leopoldo descosió de su mirada una incontenible lágrima. Sebastián se reconoció amante de la poesía, creador furtivo de versos desde lo inmundo de tantas trincheras. “Es precioso”, afirmó. “Hay decisiones que nunca lograré entender. Nadie tiene derecho a cortarle las alas a un ángel”. Durante horas, hablaron de poesía, bebieron del bote de aguardiente con el que la familia Eldera les previno del frío, y rieron, mucho, tal vez demasiado. Fue entonces cuando Leopoldo, roto todo protocolo, le dijo a Sebastián. “Puedo verlo en tus ojos. Tú también deseas como está prohibido”. Sebastián desató la cuerda y abrió los grilletes que limitaban al cautivo. Se miraron, tan de cerca que se hicieron borrosos, y se besaron, despacio, ajenos a proclamas y reglamentos. Pasaron la noche juntos, posados y entrelazados sobre pasión y pasto. Por la mañana, salieron de aquellas tierras como habían llegado, uno delante, derrotado, y otro encañonándole como si le fuera la vida. Así se despidieron de aquella gente. Unos minutos más tarde, Sebastián soltó la correa y, con cuidado de no lastimarlas, desató las manos del prisionero. “Camina un día y medio hacia el noreste. Allí encontrarás a los tuyos. Yo me golpearé en la cabeza y así no tendré que dar más explicaciones. Esperaré a informar hasta mañana y así tendrás un día de ventaja. Suerte. Cuídate”. Leopoldo se acercó y le besó de nuevo. “Hasta siempre”. Y desapareció corriendo a través de aquel sembrado teñido de color y vida.

viernes, noviembre 11, 2005

titulos...

Posibles títulos para una futura novela:

“Entre la perra y el cielo”

Narra la historia de un niño abandonado que es amamantado por la pequeña perra Chinny y recogido y criado en una abadía en la que se convertirá en un próspero monje franciscano que cambiará la forma de entender la religión.

“Santi, sin ti soy San”

Un durísimo relato sobre la pérdida del amor entre adolescentes. Ana, de Codorníu, un pequeño pueblo de la campiña francesa, se enamora hasta las cepas de Santi, un joven andaluz que ha acudido a realizar la vendimia.

“Deporte nermas”

La desasosegada vida de un jugador uruguayo de cricket que se transforma en un ser avaricioso hasta extremos inimaginables, imposible de satisfacer y desquiciado por acumular y acumular bienes materiales de toda índole.

“En mi mundo de Fe”

Dramática existencia la de este hombre, trabajador del metal, artesano del hierro, encerrado en la solitaria existencia de su pequeña fábrica en la que comienzan a sucederse fenómenos paranormales.

“Yoko Ono”

Yoko, una joven y humilde estudiante japonesa abandona la aldea en la que se ha criado e inicia una nueva vida en nuestro país como trabajadora de una empresa de telefonía y televisión por cable.

miércoles, noviembre 09, 2005

ternura y placebo...

Quiso la providencia que el juglar frustrado esbozara versos con los que edulcorar los espíritus vecinos. Cuestión de suerte, que dijeron unos, o de abstracto destino, que pensó él. Había estado siglos intentando sin éxito dar con ellos, escrutando lo más puro de dogmas y sentimientos, de teoremas y verdades. Finalmente, no se hallaban en las complejas estructuras de miedos ni amores. No se hallaban en los odios fundamentales que brotaban de la necesidad. Ni, como siempre creyó, en las enormes quimeras de los sueños apasionados. No estaban en la magia de la ilusión ni en el pesar de la desgracia. No. Ni mucho menos. Los versos magistrales se escondían bajo el batir de alas de cualquier criatura en vuelo, en el crepitar de una ola desperezando la escollera o en el aire, flotando, simplemente, en la densidad efímera de una nueva madrugada. Tan sólo había que extraerlos de cada contexto. Mimarlos y desgranarlos en pequeñas píldoras de ternura y placebo. Él, que creía que sólo daría con ellos en la aventura desangelada del exiliado. Él, que imaginó hallar la fecundidad sólo en la soledad palpable del nómada, por fin se dio cuenta. No era preciso recorrer el mundo si no dejar que el mundo lo recorriera a uno.

martes, noviembre 08, 2005

la entereza de las olas...

Observaba la entereza depositada en las olas, los cuadrantes que dividen la vida en coordenadas, el latir desesperado de la minúscula ciudad. A veces, su cuerpo se convulsionaba inestable ante alguna de aquellas sonrisas marchitas. Las calles eran profundos barrizales. Los días de lluvia, sus ojos se desprendían del velo humano de la escasez de ternuras. Y entonces era animal, pradera y sustancia. Los dedos disipados, como pequeñas calaveras en busca siempre de su humilde cementerio de pieles obsoletas. Adoraba las generaciones de galaxias venideras. Y adoraba las cobayas, de decretos amputados e ilusiones dirigidas por aquellos que hurgan en las teteras donde se diluyen nuestras almas en océanos nauseabundos. Odiaba las frases largas y las estaciones cortas. A paso lento, seguía en procesión el devenir de las lágrimas vagabundas. Esas que, sin pena ni gloria, van a morir a los charcos y a las cloacas. Los pájaros lo seguían, como frágiles apuntadores, recordándole los puntos vitales de su desvelo. Cada despertar era el primero, solapado en el adivinar cromático de una ciega melodía. Y bailaba, bailaba y bailaba, de puntillas, en círculos deformes a través de la espuma. Auguraba el mundo carmín para las niñas sin promesas, la alfombra de miedo para los que cabalgan sin mirar dónde pisan y lecciones no aprendidas para los que lo saben todo. Cada mañana abría la ventana y anillaba, una a una, todas las alegrías. Así sabrías cuáles y cuántas veces regresaban. Miraba a su alrededor y pensaba que, al fin y al cabo, todo tendía a regenerarse; la ciudad pequeña, el rumor de los eucaliptos, la pasión de las bestias, el verso del penitente, la angustia de los relojes y el pausado, cruel, torpe e ingrávido ir y venir de todo significado.

espantosa ironia...

Ni con el silencio conseguimos acallar los demonios que hurgaban entre dientes en nuestra efímera hegemonía. Salíamos y entrábamos del infierno como quien piensa siempre que se deja algo atrás. Regalábamos la primavera a todo aquel y a todo aquello que se nos antojara medianamente fiable. Y era así como caminábamos, trastabillando entre las baldosas mal afianzadas de nuestro collage de ilusiones. Éramos medianos, entre niños y adultos. Con la inocencia de los primeros y el dramático realismo de los segundos. Éramos piel y carne hormonada, sazonada de veranos y manchada de otoños mal calculados. La ciudad era tan grande que nos masticaba deprisa con sus dientes de cemento, sus canales subterráneos y la humildad de sus parques. Proferíamos los juramentos sin crédito de quienes aun no han ganado nada. Litronas sobre la mesa, ceniceros llenos y pósters icónicos de aquellos que decidieron cambiarlo todo. Salíamos en comitiva para reafirmarnos en los dogmas que poblaban nuestro ideario. Y volvíamos disgregados, corriendo siempre, esquivando furgonetas y pelotas azules de squash. Visitábamos las desconchadas casas de los desheredados. Esas en las que siempre había dispuesto un plato, una sonrisa y un millón de melodías. Éramos lemas y profecías, gritos y sillas rotas de autobuses con alma de búho. Hicimos hábitat de la madrugada, y en ella, como sobre la fina manta de arena de las playas no comunes, vagábamos cómodos e intemporales. Frecuentábamos las frases de los poetas malditos y, en la genialidad de los humillados, descubríamos puertas por las que atravesar la desidia. Tuvimos la Facultad de elegir el futuro. Y elegimos cuaderno y lápiz, bohemia y verborrea. Llenábamos páginas, asombrados por lo que escupían las ventanas de los vagones de cercanía. Mitad ausentes y mitad reaccionarios, dejando escapar la rabia hacía aquellas ecuaciones poco equilibradas. Y así, despacio, una vez curtidos en las heridas ajenas, dejamos que la ciudad relevara generaciones en su violenta digestión.

Hoy somos presos semiatados de agendas y organigramas. Prostituimos sin altearnos muchos de los valores que enunciábamos infranqueables. Hoy bajamos la cabeza ante el desasosiego de aquellos que nos tendieron la mano. Y creamos sueños, tangibles y tributados, tan faltos de utopía que a veces nos despiertan horrorizados entre sudores a media noche. Hoy nos dicen que somos más de lo que imaginábamos llegara a ser. Pero en cambio, desde la pequeña pista de despegue del alma, nos sentimos mucho menos. Quizá sea el alto precio de la renuncia pactada. O quizá, otra espantosa ironía. Al fin y al cabo, una más.

Puerrrtooo Grrricco....

Tomamos la primera copa discutiendo banalmente sobre el tiempo y el trabajo, las decepciones futbolísticas y un viodeclip de raperos que emitían por la tele…

Durante la segunda, profundizamos en nuestras vidas amorosas, decepciones y rechazos… generalizamos acerca del comportamiento de las mujeres y establecimos patrones de conducta según situaciones…

Pedimos la tercera copa, y nos adentramos en lo divino y en lo humano, desgranamos los pilares problemáticos de nuestro mundo actual, el hambre, la guerra, la política, la injusticia…

Algo aturdidos al pedir la cuarta copa, nos acaloramos defendiendo posturas encontradas, visiones distintas de temáticas parejas… combinamos ejemplos históricos con anécdotas personales, lecturas realizadas y opiniones dispares.

En el cenit de la discusión, solicitamos, no sin dificultad, una quinta copa redentora… brindamos por una hipotética tregua y suavizamos la marea a través de una desternillante batería de chistes de cualquier temática y condición… “¿Cuál es el animal de dos patas que sangra continuamente?”…… No sé, ¿cuál?… “Medio perro”!!!!! …Y reímos hasta que nos dolían los músculos de la boca.

Así, entre risas, llegamos a la sexta. En este punto, quiso la fatalidad que la televisión escupiera un éxito musical de nuestra historia precoz. Aquí empezó la Operación Karaoke… cantamos y cantamos a pulmón partido, ajenos al ridículo y a la descomunal molestia que debíamos provocar entre nuestros coyunturales (y ostensiblemente sosos) compañeros de local.

La séptima copa marcó una inflexión. Aunque a penas nos acabábamos de conocer, nos comprometimos a ir a esquiar a Suiza, pasar el verano con nuestras respectivas parejas en Puerto Rico, formar pareja de mus y apuntarnos a clases de tai-chi.

En la octava copa nos derrumbamos. Asumimos ambos que nuestras vidas no seguían la ruta soñada, acordamos que era el momento de dejar el trabajo y perseguir nuestros ideales… de recorrer Sudamérica a lomos de una vicuña… adoptar la filosofía Zen y, en general, cambiar el mundo.

Aceptamos la invitación de la casa a la novena copa, abrazados … más bien apoyados por conveniencia y estabilidad uno sobre el otro. Yo leía algo sin sentido que había escrito en una servilleta y él, entre sollozos, no dejaba de repetir… “Es brrruueenísimo, tío!!… errres un puto genio”.

Resolvimos que no era de recibo abandonar en el escalón previo a la mítica decena. Y durante la décima, él cayó tres veces del taburete con la consiguiente descarga de carcajadas propias y ajenas. Yo saqué la cartera y, ante el tira y afloja del “De ninguna manera, pago yo!!”… solté al aire cuatro o cinco billetes de cantidades sin especificar que se diseminaron por la barra y detrás de ella… Y él hizo lo mismo… En el ímpetu del momento, tiré al suelo dos ceniceros y un enorme display de cristal de no se qué marca de cerveza… El estruendo de la eclosión resultó imponente. Y más carcajadas. Ahí fue cuando nos invitaron a abandonar el local y a continuar con nuestro espectáculo en la calle. Continuamos riendo, doblados, con dolor de estómago, durante unos minutos… Y entonces cada uno se dio cuenta de que era la hora perfecta para la retirada. Nos alejamos, en direcciones distintas… gritando desde el otro lado de la calle… “Eh… tío!!!!!.. Nrro te olrrlvides..eh??.. Puerrrtrrro Gggggriccccoooo ..eh???”…. “Sí tio, sí!!!.. Puetro Trrrricccco!!! Agosto… no vaale rajarrrse!!!!…. “Sí, si… agrrrooosto… fijo.. errr lunerrs me las pido!!”.

trigo limpio...

Bzzzziii bzzzzziii (sonido de conexión de radio)

Base!!… Base!!… Aquí Trigo Limpio llamando a base!!…, repito, Aquí Trigo Limpio llamando a base!!… … me reciben?… cambio

Sí, sí!!!!… aquí Base… aquí Base!!!.. dime??…

¡La mosca está sobre el donete!, repito, ¡La mosca está sobre el donete!!!… solicito actuación aérea en sector November Lima y fuego de contención en los cuadrantes Alfa 6 y Juliet 14!!!!…. dense prisa, por favor!!!

Bueno… bueno…. Un momento… ¿Podría repetir lo que ha dicho?…

¡LA MOSCA ESTÁ SOBRE EL DONETE!!!! … solicito cobertura inmediata, según localizadores…. Por dios… están por todas partes!!!!

Sí… tranquilo… mire, esto… es que yo soy nuevo, ¿sabe?… y aun no pillo todas las cosas y ahora mismo no entiendo muy bien lo que me está contando… si fuera tan amable de tener un poquitín de paciencia, esto lo arreglamos en seguida….

¡¡¡¡ Esto es una broma??!!!!!… póngame con algún superior… ahora mismo!!!… dígale que llama Trigo Limpio… que es urgente … menciónele la Operación Donete…

Mire… es que… no hay nadie en la oficina. Es nochebuena, usted sabe, familias y tal…. y estoy yo solo, por si pasaba algo, más que nada… Si acaso, lo que podemos hacer es… llame usted mañana que ya estará todo el mundo y seguro que alguien le puede ayudar.. ¿Qué le parece?…

Me parece una puta mierda!!!!!!…. ¡Dios!!… tengo a 300 tíos a menos de un kilómetro… que ya habrán interceptado esta llamada… y se estarán partiendo el culo mientras se acercan decididos a partirme el mío… ¡Se hace usted cargo de la situación?!!!…. Se hace usted cargo???…

No… si yo le entiendo… pero el Coronel Quintana… ese de Parla que tiene pelo en las orejas… y Don Alfredo Gutiérrez, el General, mi tío, tenían una cena en La Montilla y me han dicho que….

… ¡¡¡ Hombre!!!… ¡Hombre!… Por el amor de Dios… no revele datos de nuestros superiores… Madre mía!!!… ¿Por qué me pasan a mi estas cosas?… Mi vida está en manos de un auténtico idiota…

He!!... tampoco tiene por qué hablarme así… que yo estoy haciendo lo que puedo. Ya me gustaría haberle visto a usted en su primer día… Jo!!… Mire, no me gusta su actitud, creo que le voy a colgar… Llame mañana.

No!!! No!!!!!… ni se le ocurra!!… Oiga??… Oiga????.. ¿Sigue ahí?…. Mierda, mierda… me han descubierto… no….. aaahhhhhhhggggggggggggggg!!!!!!!!!!

especias molidas...

Flotamos, entre el aire estable de dos coordenadas. Lo demás, magmas de sociedad y flujos ingrávidos de voces y colores. Atardeceres, tan pálidos que deslumbran o tan sombríos que cubren, de mantas, cortinas, orquídeas y humo, las esferas conocidas. El tiempo se desliza a través de la alfombra. Trampas para animales que parecen personas y almohadas para personas que parecen animales. Es sencillo. Como el rumor infalible de una sutil coreografía. Un paso atrás, tres pasos adelante, parón y vuelta a empezar. Escrutamos aquello que no conocemos y, así, son prensiles las manos que nos envuelven en uno. Que sirven para asir, y coger, y quedarse enredadas. Nos emocionan las páginas que aun desconocemos, y hacemos nuestros los sueños de niños y mayores, de arcaicos y modernos, de peces y tarseros que proyectan la mirada. A veces la lluvia nos inunda en el bosque y, otras, las que más, entre el sofá y la nevera. Así avanzamos, casi sin darnos cuenta, absortos en el paisaje, magistral, de dunas y oleajes. Perecemos, sin dejar de respirar, y renacemos para, sin miedo, volver a morir. Es el lujo de los rituales indiscretos, los que se esconden bajo la cama cuando exiliamos las pupilas. Hablamos lenguas que no entendemos. Y entendemos, sin hablarnos, lo que destilan nuestros gestos. Es la alquimia del encuentro, de barajas de sueños y de mapas sin trazar. Melodías, todas ellas, sazonadas de levedad, y aceites, y especias molidas. Trashumamos, sin prisas ni visados, por todas nuestras fronteras. Expiramos. Y pensamos, con muecas de sonrisa, que hay enfermedades que merece la pena vivir.

el cuño...

Primero, vació los bolsillos de aquella joven para ver si encontraba algo que pudiera explicar qué le había pasado. Tres euros en monedas, un paquete de Kleenex casi vacío, un mechero con la bandera de Jamaica y un manojo de llaves. Le extraño que no llevara cartera ni teléfono móvil. Después, con cuidado, recolocó un poco sobre su cuerpo la ropa que le había sido arrancada. Antes, había comprobado que no tenía pulso ni respiración, aunque por su gesto y por el color de las marcas de su cuello, no hubiera hecho falta. Le dio la vuelta dejándola boca abajo pues no podía soportar verle más la cara. Observó detenidamente a su alrededor; no se advertía ningún signo de violencia ni de pelea, ninguna huella o rastro de sangre. Sin duda, había sido un crimen limpio y meticuloso. Sin pistas ni sospechosos. Todo estaba correcto, tal y como lo había planeado.

Justo antes de marcharse, advirtió algo que le sobresaltó. Había algo en el reverso de la mano izquierda de aquella chica. ¡Mierda!, pensó. Eran restos del cuño de la discoteca en la que se habían conocido dos noches antes. Toda la calma exhibida hasta ese momento se convirtió en histeria en unos segundos. Con ese maldito cuño, alguien podría atar cabos y llegar hasta él. Cegado por el miedo, cogió una piedra del suelo y empezó a frotar aquella mano inerte hasta que hubo desgarrado su piel casi por completo. De nuevo en pie, ahora ya sí manchado de sangre, nervioso y envuelto en sudor, guardó la piedra en el bolsillo. Entonces pensó que se preguntarían por qué le habían despellejado la mano, y así llegarían al cuño y así, quizá, a él. Así decidió cortarle la mano. Caminó hasta el coche en busca del pequeño serrucho que había deseado no tener que utilizar. Se agachó junto al cadáver y enseguida descubrió lo complicado que era serrar un hueso. Una vez seccionada la mano izquierda, volvió a pensar en que la policía acabaría, entre sus innumerables hipótesis, llegando hasta la posibilidad del cuño. Estaba desquiciado. Y decidió desmembrarla por completo, así seguro que nadie pensaría en lo de la maldita discoteca. Tardó casi dos horas en cortarle las piernas y los brazos. Estaba exhausto, sucio, empapado de sangre y rodeado de moscas. El minucioso asesino eventual se había convertido, sin darse cuenta, en un auténtico carnicero.

Miró de nuevo a su alrededor y le invadió el pánico más absoluto. Ahora, el pequeño problema de la mano izquierda se había convertido en una enorme suma de problemas. Todo estaba hecho un asco, repleto de huellas y manotazos ensangrentados. Además, ahora debía deshacerse de la piedra, del serrucho, de su ropa y, lo que era peor, de los miembros amputados que había enrollado en aquella camisa de lino antes impoluta.

Se echó las manos a la cabeza. ¡Qué desastre! ¡Qué auténtico desastre!, se repetía a sí mismo. Ya se había hecho de día, lo que empeoraba considerablemente la situación y sus posibles salidas.

En ese momento, escuchó los primeros ladridos de los perros. ¡Mierda! Seguramente ya habrían denunciado la desaparición y la estarían buscando. Oyó voces, que provenían del camino en el que había dejado el coche. Y supo que todo se había acabado. Que ya lo tenían.

Entonces cogió el serrucho y, con la mano temblorosa, se atravesó el cuello.