sentimiento general...
El sentimiento general era la desidia, la apatía, la escasez de recursos con los que generar ilusión. Ya no la ilusión estructural y perenne sino esos conatos que endulzan las horas. El sentimiento específico, el más intenso y menos racional, se lo proporcionaba ella. Su roce, su voz, su pensamiento. En definitiva, su sola existencia y la conciencia y seguridad de que ésta misma era real. Yen el contacto de ambos sentimientos, a veces colapsaba, sintiéndose torpe y desubicado. El sentimiento específico lo sedaba, lo sumía en procesos de esos que los libros llaman felicidad. Durante muchas etapas, felicidad para él era la no agonía. Pero ahora ésta llegaba aderezada además con sus dosis de entrega, de fascinación, de respeto, de cariño y de profunda alegría. Así es, el sentimiento específico era la porción de vida que serpenteaba a través del sentimiento general intentando cambiarlo y abrirle los ojos. Pero no era tan sencillo pues el sentir general había calado hondo desde tiempo atrás, arraigando su desazón en estrías que lentamente le corrompían el gesto, el habla, la ambición y la madurez. Aun así, se aferraba al descubrimiento de un hecho enormemente positivo; cuando habitaba la emoción específica, solían desaparecer todos los efectos de la conmoción general. Se evaporaban, casi como si nunca hubieran existido. Pero al contrario, sumido en el existir nocivo, podía evocar, casi con la periodicidad que él decidiera, aquella burbuja en la que era inmune al dolor. Podía viajar, entrar y salir de la dulzura, cuando el padecer se hiciera insostenible. Aquello lo mantenía erguido, lo dotaba de fuerza para seguir adelante y suavizaba los colapsos, cada vez más escasos y menos prolongados. Así, el sentimiento específico era la ternura afilada con la que rasgar la mustia tela de araña que el sentimiento general había tejido. Y él, sin casi darse cuenta, había aprendido a utilizar esa arma cada vez con más soltura, con menos miedo y con mejor resultado. Así se abría hueco entre sus propias sombras, avanzando despacio pero seguro, con la luz de cada fogonazo de calor correspondido.