siempre hay algo que contar...

martes, junio 07, 2005

sentimiento general...

El sentimiento general era la desidia, la apatía, la escasez de recursos con los que generar ilusión. Ya no la ilusión estructural y perenne sino esos conatos que endulzan las horas. El sentimiento específico, el más intenso y menos racional, se lo proporcionaba ella. Su roce, su voz, su pensamiento. En definitiva, su sola existencia y la conciencia y seguridad de que ésta misma era real. Yen el contacto de ambos sentimientos, a veces colapsaba, sintiéndose torpe y desubicado. El sentimiento específico lo sedaba, lo sumía en procesos de esos que los libros llaman felicidad. Durante muchas etapas, felicidad para él era la no agonía. Pero ahora ésta llegaba aderezada además con sus dosis de entrega, de fascinación, de respeto, de cariño y de profunda alegría. Así es, el sentimiento específico era la porción de vida que serpenteaba a través del sentimiento general intentando cambiarlo y abrirle los ojos. Pero no era tan sencillo pues el sentir general había calado hondo desde tiempo atrás, arraigando su desazón en estrías que lentamente le corrompían el gesto, el habla, la ambición y la madurez. Aun así, se aferraba al descubrimiento de un hecho enormemente positivo; cuando habitaba la emoción específica, solían desaparecer todos los efectos de la conmoción general. Se evaporaban, casi como si nunca hubieran existido. Pero al contrario, sumido en el existir nocivo, podía evocar, casi con la periodicidad que él decidiera, aquella burbuja en la que era inmune al dolor. Podía viajar, entrar y salir de la dulzura, cuando el padecer se hiciera insostenible. Aquello lo mantenía erguido, lo dotaba de fuerza para seguir adelante y suavizaba los colapsos, cada vez más escasos y menos prolongados. Así, el sentimiento específico era la ternura afilada con la que rasgar la mustia tela de araña que el sentimiento general había tejido. Y él, sin casi darse cuenta, había aprendido a utilizar esa arma cada vez con más soltura, con menos miedo y con mejor resultado. Así se abría hueco entre sus propias sombras, avanzando despacio pero seguro, con la luz de cada fogonazo de calor correspondido.

despedida...

Lunes 24 de enero

Ayer leí que el miedo no siempre gesticula. Que a veces se esconde bajo los párpados iluminados de la apariencia sosegada. Deduzco que lo mismo sucede en mi caso. Ha pasado el tiempo y aunque no he sido capaz de deshacerme del miedo, sí he aprendido a ocultarlo. No sé en qué proporciones considerar este hecho positivo o deprimente.

Martes 25 de enero

Los sucesos de estos últimos días han reforzado mi aislamiento. Vivimos en cajas separadas. No me cabe la menor duda.

Miércoles 26 de enero

Si la vida fuese más interesante, creeríamos en menos cosas. Necesitamos vivir conectados a la esperanza del cambio inminente. Nos mueve la ilusión de conseguir superar el sufrimiento. Sin sufrimiento, no habría ilusión. Sin ilusión, no habría vida.

Jueves 27 de enero

Hoy he dormido con la radio encendida. Una mujer desgarraba su voz en sollozos a lomos de un piano. Cada nota era una lágrima que resbalaba hasta el suelo. Al despertar, yo también he llorado.

Viernes 28 de enero

Calma. Voy haciéndome a la idea de haber tomado la decisión correcta. No voy a hablar con nadie. No bajaré a la calle. No existo fuera de estas paredes. Necesito estos tres días para despedirme de mí mismo.

Sábado 29 de enero

Sopeso si me juzgarán por mi valor o por mi cobardía. Pero que hagan lo que quieran. Ya no me importa lo que piensen. Me da igual. No tienen ningún baremo con el que catalogar mi agonía. Somos almas diferentes. Somos mundos diferentes. No a todos nos basta con respirar.

Domingo 30 de enero

El sol luce espléndido esta mañana. Ayer no pude conciliar el sueño. Tengo un nudo en el estómago y otro en la garganta. He creado mi propia prisión. Pero sé que en unas horas todo habrá finalizado. Siento que hoy se cierra una larga lista de despropósitos. No llegué a cumplir ni uno solo de mis objetivos. Aunque bien pensado, esta tarde cumpliré el más importante de todos ellos. Igual con eso compensa. Esto es un hasta luego. No especuléis acerca de mi. No creáis conocerme.

la muerte del poeta...

Nadie escribió versos en la lápida del poeta. Nadie lloró, recostado sobre los adoquines helados que circundaban su modesto sepulcro. Ni una sólo lágrima plañó su suerte. No hubo discursos, ni esbozos de gratitud, ni ecuánimes epitafios. No hubo estrellas en el calendario para sellar su despedida. A él, forjador de palabras que alumbraron tantas vidas, nadie le devolvió una sola de ellas. A él, que a todos confió sus pasiones, sus miedos y su locura. No hubo una sola reverencia de lealtad ante su pluma, ya seca e improductiva. Así fue. Nadie repitió las letanías de estrofas que en su día conmovieron a hombres y mujeres, a viejos y a niños, a reyes y a esclavos; “Duerme, mas no te ocultes en tus sueños”. Nadie le dio las gracias por elegir el sufrimiento como modo de sustento, por él y para los demás. Por ahogarse ante el papel y compartir, sin lucro ni recompensa, su inmenso padecer. Nadie cubrió su tumba de pétalos carmesí. Así se trasladó hasta la jaula etérea donde descansan las almas. Sin comparsas de cortesía ni historias conmovedoras sobre su espíritu enfermo. Sin honores, ni galones, ni promesas. Se marchó sólo pues sólo había vivido, y crecido, e inventado registros con los que destripar los sentimientos. Se marchó sin saber que renacería, una y mil veces, en un millón de alcobas. Que aun absorberían sus páginas la sangre, las lágrimas y el sudor de los ojos entregados. Que aun le repetirían voces de toda estirpe y procedencia. Y honrarían sus letras como quien honra aquello que se le incrusta en el corazón. Porque, no él sino su verso, había aprendido a tocar los corazones con las yemas de los dedos. A hurgar en los umbrales del dolor y la alegría. A trasplantar al papel todos los estadios del amor y la agonía, y sobretodo, del amor agónico, aquel que germina sin tierra en la que crecer.

Nadie lamentó la muerte del poeta. Porque el poeta no importaba, importaba la poesía. Y esa, sin duda, era inmortal.

esa pena...

Dicen que los bosques se pueblan con las almas de los que no han perdonado. Y que los corazones extraviados ruedan hacia el acantilado para despeñarse por él. Dicen que el frío se instala entre los huesos de quienes nunca colapsaron ante una mirada. De quienes nunca murieron, siquiera una vez, por un amor. Dicen que el tiempo es más elástico en compañía, y que los abrazos no correspondidos pasean impenitentes entre las sombras del aeropuerto. Dicen que el miedo nace en las aguas turbias de la incomprensión, incubado por las dudas y criado en la soledad. Y que tú y yo somos tan volátiles que podríamos desaparecer, evaporándonos, en cualquier instante. Dicen que los días difieren unos de otros en la medida en la que sepamos dotarlos de significado. Dicen que a veces desaparecemos, estando presentes, para viajar a otras vidas que tengan algo más que ofrecernos. Que no dejamos de buscarlas, de noche y de día, por los rincones despoblados de nuestros mundos internos. Dicen que una palabra puede sacarnos de cualquier profundo letargo, y que una sola sonrisa es capaz de iluminarnos el camino. Dicen que la ilusión es nuestro mejor escudo. Y que al perderla, menguamos y nos volvemos vulnerables ante cualquier estímulo. Dicen que, entonces, es sencillo derribarnos. Por eso afirman que debemos alimentar la ilusión, con bocanadas de deseo y algunos tragos de locura. Dicen que es posible perder el sentimiento, la estima, la ambición y la esperanza. Y así, existir sin existir. Y ser sin ser. Siendo sólo una parte, no partícipe, de un absurdo e invariable decorado. Dicen que al caer nos acolcha la garantía de poder remontar el vuelo. Que esa posibilidad se mantiene intacta y latente dentro de nosotros. Pero dicen también que no todos sabemos usarla. O que algunos, simplemente, se cansan de levantarse para volver a caer. Así llega el abandono. La rendición. El cese de ese forcejeo que nos maniata a la vida. Dicen que no es recomendable cuestionárnoslo todo. Pues en la falta de explicaciones nos ataca la pena. La pena estructural de los que buscan un sentido. La pena sucia y pegajosa de la insalvable fragilidad. Esa pena. La que entra y sale, la que hace y deshace, cuando le viene en gana.

Dicen que, en general, las cosas son más sencillas. Pero cuesta demasiado darse cuenta.