siempre hay algo que contar...

miércoles, marzo 29, 2006

un dia mas...

Querido diario; la verdad es que el día de hoy no ha dejado nada reseñable. Bueno, nada excepto el triple asesinato en casa de los Andersson y lo del cocodrilo que se ha colado en la piscina pública. Tenías que haber visto cómo corrían los niños embutidos en sus grotescos bañadores. Lo más gracioso ha sido cuando el pequeño Timi cruzaba la calle huyendo del reptil y ha sido atropellado por un coche. Luego hemos sabido que el que conducía era el que había degollado a los Andersson. A Timi le ha tenido que amputar ambas piernas. Y poco más. Ah, sí! También hoy me he puesto un piercing genital, pero lo he tenido que hacer a escondidas porque mamá dice que no es algo propio de una niña de once años. Ha dolido un poco pero queda la mar de mono. Y hay algo más, aunque preferiría no recordarlo. Papá nos ha abandonado, esta mañana. Se ha escapado con la señorita Mables, la del Centro Cristiano. Por lo visto ambos frecuentaban un local de encuentros sadomasoquistas y ella se había convertido en su ama dominante. Parece que se han enamorado. A las siete de la mañana, Papá nos ha despertado y nos ha dicho: “Niños, me largo. Cuando decía que deseaba tener una familia no me refería a esta mierda”. Nos ha dado quince dólares a cada uno y se ha marchado para siempre. Y… ¡Bueno, casi me olvido¡ Mamá, poco después ha tenido una crisis nerviosa, se ha desmayado y se ha dado con la esquina del lavavajillas en la cabeza. Ha dejado toda la cubertería, que estaba limpia, llena de sangre. Una ambulancia se la ha llevado y hace poco nos han llamado para decirnos que se encuentra en coma, que por el momento no pueden darnos ninguna garantía de que despierte.
Así que ya ves, un día más. Me voy a ir a la cama porque estoy un poco aburrida. Esta rutina me está matando. No sé. Puede que mañana vuele la escuela.

los ojos del dragon...

Podríamos viajar a la desconocida Edad Media, o incluso antes, y situarnos en uno de esos mundos de fantasía que sólo el cine y la literatura ponen a nuestro alcance. Podríamos ubicar en escena a un caballero, Silvan, por ejemplo, en medio de una lucha encarnizada con un monstruoso animal. Podríamos describir, detalle a detalle, cada coletazo de aquel coloso de tonalidad verde, cada golpe de espada de nuestro héroe incansable, cada brote de sangre y cada sonido desgarrador. Un castillo descomunal, de muros grises y agrietados, con una lenta pero impasible puerta tirada por enormes cadenas. Podríamos situar un abismo rodeando su perímetro, con un profundo lago oculto entre la niebla. Entonces, podríamos buscar el modo de darle la vuelta para sorprender o buscar una pincelada de originalidad en nuestra narración. Optar por la vía, no desdeñable, de que aquella criatura, de algún modo, también luchaba por unos ideales tan dignos y tan justificados como los de Silvan. Así podríamos humanizar a la criatura, darle un sentido emocional, más allá de usarlo de títere condenado de antemano cuya única función fuera la de morir para encumbrar el valor y la gesta de nuestro caballero. Podríamos cambiar la historia, intentar que en el último instante, justo antes de degollarlo, Silvan sintiera lástima por aquel enorme ser de mezquindad impuesta. Y así, pretender magullar la fibra sensible de aquel que lo leyera. Una gran y violenta batalla con un desenlace inesperado. Una batalla más con un desenlace más.

O podríamos, simplemente, pensar en todo ello, desmenuzarlo para nuestros adentros, exprimirlo y, finalmente, resumirlo en un solo instante, más intenso y más dotado de significado que todo el episodio en sí. Así, esperando que quien lo lea aporte su contexto, su historia, su modo privado de desgranar toda sensación, simplemente escribiríamos:

De repente vio ternura en los ojos del dragón.

Turion...

Escapamos a través del Círculo de Turión, huyendo de las órbitas de Nínive y Pular. Todo temblaba como si estuviéramos a punto de desintegrarnos. Sentía cómo flotaban mis órganos exentos de gravedad. Es una sensación difícil de describir; el corazón, los pulmones, el estómago… flotan dentro de ti produciendo un extraño cosquilleo y un tremendo desconcierto. Veía balancearse al unísono todos los diodos, la nave se había convertido en una inestable discoteca de franjas de lucecitas rojas y aquel sonido terrible de todo lo que cruje antes de desgarrarse. Ivessen y yo estábamos bien atados, a diferencia del ajedrez con el que matábamos las horas y aquel montón de revistas científicas. Estas últimas volaban despacio entre nosotros, abiertas, como grotescas gaviotas de papel. Lo del ajedrez fue culpa mía; había olvidado sellar la caja de las piezas y éstas se repartían entre el techo y la luna delantera de la sala de mandos. Así se confundían en el horizonte peones y meteoritos mientras la reina negra coqueteaba con la palanca lanzadera. Duró aproximadamente unas dos horas. Después volvió la calma. Sin duda, había valido la pena. De permanecer un día más en Édera, las órbitas cercanas nos hubieran arrastrado hasta hacernos colisionar y fundirnos igual que un mosquito atraído hacia la trampa abrasiva. De haberlo previsto, hubiéramos utilizado otra vía de escape más segura. Pero no nos dimos cuenta hasta que ya estábamos a punto de perder el control. De ahí lo de atravesar Turión, esa especie de centrifugadora cósmica de la que cualquier comandante responsable no quiere ni oír hablar. Las tormentas estelares eran frecuentes pero previsibles gracias a los sensores y, por lo tanto, evitables. Y más aún el Círculo de Turión. La tormenta perpetua, la llamaban. Siempre estaba ahí, invariable y asentada en sus coordenadas. Era uno de los fenómenos conocidos más extraños del universo. Y para un temerario como Ivessen, resultó ser un magnífico parque de atracciones. “Si tenemos suerte, dijo, la tormenta nos propulsará al doble de velocidad de la que nos ofrecen los generadores. Así, seguro que escaparemos”. Todos pensamos que era una locura pero nadie se opuso a la idea. Entramos en la tormenta como ovejas en el matadero. Yo cerré los ojos durante unos minutos. Al abrirlos, vi cómo Ivessen golpeaba poseso los cuadros de mando y el timón de la nave. Llevaba una sonrisa de oreja a oreja, gritaba y gesticulaba. Era feliz. No tenía miedo. Nos sacó de ahí sin un rasguño y sin un solo impacto contra la nave. Cuando todo acabó nos quedamos paralizados, mirándonos unos a otros, sin terminar de creerlo. Poco a poco, la nave se estabilizó y, en el paisaje, las violentas rocas estelares dieron paso a dulces y tranquilas nebulosas. Ivessen se desabrochó el primer cinturón para poder soltar los brazos y estiró su mano derecha hacia arriba hasta hacerse con uno de los cuatro caballos que seguían deambulando por el habitáculo. Me miró y dijo: “blancas empiezan”.

lunes, marzo 27, 2006

te escribiria...

Te escribiría un poema. Diría que tus ojos son veranos y escarcha de aceituna. Que por ellos acontece el noticiario tierno de la juventud, las ecuánimes ignorancias de la naturaleza. Diría que tus manos son calendarios, tatuados de aniversarios, festivos y tréboles, frescos de rocío. Una palabra que encumbra un verso. Y un verso, parco en continente y sobrado de contenido, que se escapa, como un espasmo hermoso y sutil, que muere junto a tu almohada. Haría recuento de los disfraces comunes, ostentosos o invisibles, con los que convertir en carnaval toda insulsa madrugada. Más allá de la lógica, más allá de la sincronía de nuestros absurdos zodíacos. Mucho más allá del miedo y la cautela que corrompen los caminos. Diría que tu boca abre y cierra el atajo donde hiberna mi sonrisa en su caja de cartón. Donde espera, en perpetuo desvelo, su impagado rescate. Diría que en tus gestos me nutro de la mímica que da coherencia a los sueños. Verdes, naranjas y azules. Ordenaría, de menor a mayor, todos los adjetivos que leo en tus comisuras. Y los iría implantando, aquí y allí, remendando con ellos las hojas quebradas de mi pálida novela. Así podría leerla, una vez más, retocando sinónimos y sonoridades, borrando aquellos párrafos que no llegué a memorizar. Diría que en tu silueta veo el patrón de las paredes de una estancia acogedora. Una y otra vez, dejando en su clonación el aire anestésico en el que cobijarse del frío. Y veo el troquel del mar y la lluvia, el campo y el firmamento. E intuyo el sol en tu cara, conchas y arena de mundos infinitos. Una ola y un motivo.

Te escribiría un poema, si supiera resumirlo.

reacciones no oficiales...

Reacciones no oficiales ante el alto el fuego permanente de ETA:

Mariano Rajoy: “Mierda! A este paso no voy a ser presidente ni de mi escalera”.

José Luis Rodríguez Zapatero: “Tengo una flor en el culo! Los de ETA que se rinden y me cae la medalla, mi barça que va a ganar la liga…”.

Ángel Acebes: “Aun mantenemos abiertas dos líneas de investigación. Cobra fuerza la teoría que el alto el fuego lo propone en realidad Al qaeda”.

María Teresa Fernández de la Vega: “Mira! Las de ETA también se disfrazan y nadie se mete con ellas”.

Javier Clemente: “Espero que hayan incluido como cláusula que se tiene que salvar el Athletic”.

Esperanza Aguirre: “¿Permanente? ¿Quién se ha hecho la permanente?”.

Ángel Acebes 2: “Considero claramente que un comunicado leído por una mujer no tiene ninguna credibilidad”.

Arnaldo Otegi: “A ver si entre esto y el Frenadol me libro del trullo”.

Federico Jiménez Losantos: “Ya que Polanco y Otegi son lo mismo, PRISA debería pedir perdón por las víctimas de ETA”.

José María Aznar (en la universidad de UTAH): “The spanish president, Mr. Shoemaker, wants to give the nation to the terrorists”.

Ronaldo: “Por un día que meto un puñetero gol y todo el mundo habla de política”.

Jesús Caldera: “Si no nos bastaba con lo de los inmigrantes, ahora habrá que buscar trabajo para un montón de pistoleros que se van al paro”.

Carod Rovira: “Cony!! Ahora estos cabrones van a empezar a pedir y pedir como nosotros”.

Mª Antonia Trujillo: “Y ahora, con todos los zulos que van a quedar sin usarse, podemos montar unos pisitos la mar de monos y dignos para los jóvenes españoles”.

Fraga: “A mi que me cuentan. 84 años y jamás me he puesto un pasamontañas”.

Maria Antonia Munar: “A mi estos no me quitan protagonismo. Decreto un alto las excavadoras permanente en Mallorca”.

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“Siempre la mala paz es mejor que la mejor guerra” Cicerón.

miércoles, marzo 22, 2006

el mimetismo del frio...

Sometía las palabras al mimetismo del frío, aves y silbidos concéntricos de viento. Escuchaba el lamento de las piedras resecas, eco coagulado en los humildes paraderos en los que muere la niebla. De vez en cuando, su voz cortaba la acústica de una o mil cuevas deshabitadas. Y, áridas, en las llanuras, las salas muertas de trigo crepitaban en armonía bajo nuestras pisadas. Siento el pesar del arroyo, la condensación suicida de sus ya escasas tinajas de vida. Siento la incontinencia de las nubes de paso, coronas negras para cielos mustiamente despoblados. Cada amanecer abro la conciencia. Asumo aquello que no me pertenece y claudico a la ilusión de las promesas intangibles. He pecado abiertamente, he abierto el sumidero de rabia y he desatado la vida que fluía paralela en magmas de dejadez. Soy el principio de las caderas remotas, aquellas vértebras sumisas maleadas por las olas. Nunca llegué a alabar los dictados de la prudencia. No llegué a tatuarme las iniciales del drama ajeno y cotidiano. Me hice flujo y veleta, trapo preñado del viento obsceno que emana de tanta gente insípida. Ahora examino el océano. Preveo catástrofes y ritos naturales. Repaso individuos con el ácido puntero de la escasa implicación. Leo la poesía intravenosa que sucede a través de ellos. No somos iguales más que en morfología. Continentes en cadena que el día a día irá rellenando. Desde una loma elevada, contemplo el presente. No deseo sufrir ni deseo consolarme. Neutral, ecuánime, en su injusta medida. Entro y salgo del laberinto. Y en la sutileza de toda percepción, no sé en qué realidad me siento más seguro. Son frágiles los días salpicados de nostalgia, orfanatos etéreos en los que abandonar nuestro nombre. Me abruma la carencia de espacio y de argumento. El empedrado macizo de esta constante hipocondría del alma. Sufro porque debo. O, al menos, así lo concibo. No tengo fuerzas para discernir entre el egoísmo y la flaqueza. Expulso lo que dictan hojas y barrizales, olivos, musgo y verjas oxidadas. Abro las ventanas. Intento ventilar la enfermedad que conmociona el aliento y la voluntad, el aroma triste de cada nuevo despertar. Tuve la salvación en el reflejo de los charcos, en las vetas del camino y en la aurora que asomaba por la arista de sus ojos. Tuve la combinación para adiestrar la sonrisa y tuve un bozal para el miedo. Los pájaros lo saben. Las estrellas lo saben. He podido renacer, pero no he querido hacerlo.

lunes, marzo 20, 2006

doctora...

Seré paciente, doctora.

jueves, marzo 16, 2006

6 faraones...

He visto llorar a los seis faraones. He visto sirenas, mitad pez, mitad maravilla, alimentándose de noche en la bocana del puerto de Aqaba. He oído rugir gargantas en el Serengeti, tan alto y tan profundo que se te hiela la sangre y quedas paralizado. He tocado los corales de Mombasa y cazado con los masais en las llanuras del Mara. Y en el lodge de Tree, he dormido, a pierna suelta, entre violentos babuinos y anófeles sedientos forzando la mosquitera. He bebido agua del Ganges, pútrida de cadáveres, y ritos y penurias. He recorrido los suburbios de Bangkok, apostando en sus jaulas y cosos de lucha en los que todo vale. He alimentado con mis manos al rinoceronte blanco, al único ejemplar que quedaba. Y en Borneo, junto a la cima del Kinabalu, he pedido perdón a los orangutanes.

Y ahora, aquí, absurdo y maniatado, me consume la pena.

en una botella...

Navegaba en un barco pequeño dentro de una botella. Su horizonte era el estampado floral de un salón anacrónico. Su paisaje, dos olas inmóviles y desteñidas de cartón piedra. Su cielo, la madera ajada de una estantería moldeada en los reflejos de su burbuja de cristal. Creía avanzar. Creía vivir aventuras inimaginables. Y creía conquistar tierras y mares en el arropo de su minúscula bandera de papel. Cerraba los ojos y creía sentir la brisa vital de los vientos tropicales. Pero sólo era polvo y ácaros, aire sucio y oxígeno contaminado. Corría por cubierta, de popa a proa, blandiendo su espada mondadientes, intentando izar velas y voltear el timón hacia el rebufo de barlovento. Y, en realidad, nada cambiaba y nada se movía. Pero daba igual. No importaba si jamás contemplaría playas ni tiburones. O si jamás sentiría el salitre latiendo en sus heridas. No importaba si jamás tocaría un cabo mojado, ni lo olería, ni escucharía el tintineo de los mástiles en la madrugada. Daba igual si nunca admiraría la puesta de sol al cruzar el Cabo de Hornos, o trazaría sus rutas sobre una gigantesca carta amarillenta, o encallaría en cualquier paradisíaco atolón. No importaba nada de eso. No necesitaba vivirlo pues lo imaginaba, y al hacerlo, era mejor incluso que tenerlo presente. Había aprendido a vivir todo lo que la vida le había negado. Y, con eso, sólo con eso, ya tenía más que la mayoría de los hombres.

miércoles, marzo 15, 2006

autopista...

Marta se ducha y viste deprisa. Olvidó cambiar el despertador del domingo y se ha despertado de milagro, trastocada por el exceso de luz que certifica que es más tarde de lo normal. Saluda y acaricia a su pequeño labrador mientras coge el bolso, la chaqueta y el paraguas y sale de casa. Apretando un poco, 15 minutos sobran para llegar a Palma y no perderse el inicio de la reunión. La verdad es que desde que se han descentralizado los núcleos habitados, cada vez hay más gente a primera hora por la carretera. Mientras sonríe al escuchar uno de los Momentos Teniente de Pablo Motos y su No somos Nadie, entra en la rotonda de Aquacity. Llueve. Va un poco deprisa y la carretera está encharcada. Pero bueno, lleva un Golf GTI del 2005 que va, según dice siempre ella, “como una bala y sobre raíles”. Encara la curva de entrada a la autopista sin percatarse del atasco que comienza a formarse en ella. Cuando se da cuenta lo tiene casi encima. Da un volantazo a la izquierda. El suelo mojado. A cámara lenta, alcanza a ver a dos niños riendo con los brazos levantados y la boca muy abierta. Va directa hacia ellos. Y una luz.

Pedro se pone el traje negro, la camisa blanca y la corbata de cuadros grises que, aunque compró mamá, le regalaron sus niños. Dice que su corbata es el secreto para haber conseguido ser el máximo vendedor durante cuatro meses en su concesionario. La promoción y el aumento están más cerca que nunca. Su mujer sale antes hacia su consulta. Él lleva a los niños a la guardería. El truco para la calma matinal es bastante sencillo. Pablo y Óscar se sientan detrás y vociferan al unísono las canciones de la última película de Disney. Cada mañana el mismo ritual, como si aquella melodía hipnotizara de inmediato a las pequeñas fieras. Salen de Llucmajor y Pedro piensa una vez más que la nueva autopista le ha regalado 15 minutos diarios de sueño. Las escobillas vienen y van. Nunca le ha gustado conducir con lluvia y por eso va más despacio y por la derecha. A la altura de Cala Blava se ve casi obligado a parar debido a la congestión de tráfico. Se quita el cinturón y se gira, gesticulando como si fuera un director de orquesta dando entrada a las voces agudas de Óscar y Pablo. Casi no le da tiempo a ver dos manchas, difuminadas por la lluvia, que se les echan encima. Y una luz.

Juan, aunque se ha propuesto hacerlo, no consigue tranquilizarse. Todo el día pendiente de la agenda electrónica que gestiona su estresante vida de ejecutivo. Ya le dicen sus amigos; “tío, te va a dar un ataque”. Pero él sabe que es difícil llegar donde ha llegado con sólo 32 años, y piensa que tiene que aprovecharlo. Que ya se relajará cuando esté forrado. Sale del Arenal, repasando lo que les dirá a los alemanes para convencerles de lo de la gestión conjunta. Y entra en la autopista. Un coche, en el carril de la izquierda, marcha a poco más de 100. Juan le presiona, pegado a su parte trasera, mientras se dice a si mismo “Cuatro gotas y ya va todo el mundo pisando huevos. Joder que mal se conduce en esta isla!”. El coche de delante parece no tener intención de retirarse. Juan, en uno de sus alardes al volante, cambia de carril y le adelanta por la derecha. Entra en la curva en la que no había calculado que se formaba una retención. Pisa el freno pero el coche se le escapa. Le da tiempo a ver a un hombre de mediana edad, trajeado, dado la vuelta, agitando en el aire un bolígrafo como si marcara el compás. Y una luz.

Marta muere en el impacto. Pedro sale despedido golpeándose contra un autobús que había enfrente y muere en la ambulancia media hora más tarde. Pablo muere en el impacto. Óscar queda atrapado en el amasijo de hierros en el que se convierte el coche de su padre y muere, junto al cadáver de su hermano, antes de que los bomberos puedan sacarlo. Juan queda malherido y muere en la misma ambulancia en la que muere Pedro.


Bon dia a tots…

Conducimos como si no nos importara nada ni nadie. Es para pensárselo.

martes, marzo 14, 2006

el estanque...

Me ha dicho la libélula que no duerme por las noches, que le molestan los renacuajos, que el estanque no es lo que era, que ya ni come mosquitos y que está deprimida. Los renacuajos, en cambio, no me han dicho nada. Son demasiado pequeños y demasiado cabezones como para saber lo que hacen. Además, los pequeños han estado lamiendo a papá sapo, y ya se sabe, se les ha ido un poco la olla. Papá sapo tampoco dice nada, mira embobado a mamá sapo, le lanza un pequeño chorro de agua para refrescarla. Y la mira, y la adora, y le susurra “ningún verde como el de tu lomo”. Ella se revuelve, coqueta y ensimismada, provocando un ligero remolino en forma de corazón. Mientras, los bebés libélula, ajenos a la desdicha de su madre, juegan con el colibrí que se saca un extra ejerciendo de babysitter. Juegan a ver quién aletea más deprisa, quién se queda más tiempo estático, suspendido en el aire sobre un nenúfar que acolchará la caída del perdedor. El colibrí siempre se deja ganar. Y las libélulas crecen felices. Por lo visto, papá libélula los abandonó, se marchó a otra charca con una abeja mucho más joven que él. Por ello llora mamá libélula. De ahí el insomnio y la ansiedad. En la esquina noreste, en un triángulo de sombra, nacen mosquitos. Aparecen sobre el agua turbia tras romper su minúscula incubadora, con las patitas extendidas y aturdidos. Esperan unos instantes antes de despegar. Los mosquitos han hecho un pacto con sapos y libélulas. Nadie los atacará en su esquina noreste pero lejos de ella serán presa común. Aun así, los mosquitos son listos e invitan a otros mosquitos de estanques vecinos, que sí son devorados por la selecta fauna local. Es la armonía del trueque justo. Los sapos, saciados, los dejan en paz sus diez o doce días de vida. Algunas noches, sin avisar, aparece el circo itinerante de luciérnagas. Los pequeños están encantados con el espectáculo de luz que éstas ejecutan a la perfección. Una incluso, la de mayor rango artístico, ha aprendido a nadar y deja a todos perplejos al avanzar serpeteando bajo el agua como una pequeña bombilla submarina. Aplauden los sapos y aplauden las libélulas. Los mosquitos no están pues han salido a buscar comida al hotel rural que hay a varios cientos de metros. La noche de circo, fluorescencia y piruetas, se alarga en la madrugada. Las libélulas pequeñas se duermen bajo el cobijo de las alas de mamá. Los sapos pequeños, sobre las plataformas nenúfar, sueñan que son grandes y se convierten en príncipes. Y los renacuajos descansan apoyados en el primer escalón de piedra cubierto a medias por el agua. Al día siguiente todos dormirán hasta tarde. Incluso la libélula, curado por una noche su mal de amores.

lunes, marzo 13, 2006

eres...

Eres el despertar de los días de mayo, la pureza sublime de toda primavera. Eres la ambigua humedad de la madrugada, melodías sin procedencia y frescor de rocío. Eres el juicio que aun no he perdido, las migas de pan que recuerdan el camino. Eres el terreno que aun no he cedido al miedo, la paz, el pacto con la sonrisa. Eres el paréntesis donde se gestiona, sin escaparse, la armonía. Eres las cápsulas que endulzan la amargura general, el cementerio de la rabia y la tristeza, el exilio de las dudas. Eres el tacto invariable de las superficies amables, la habitación acolchada, la envidiable suavidad de los tejidos perfectos. Eres el poso de las grandes emociones, los terrones de placebo que disipan el tormento. Eres el claro en la espesura, el espacio seguro en el que ser rescatado. Eres la miga de pan que se lleva la espina, la exquisita combinación de la miel entre los labios. Eres la cortina que cubre el horizonte imperfecto, el telón abierto de las comedias sublimes, su guión, su aforo, su decorado y su aplauso. Eres el párrafo de las palabras prohibidas, suaves y lentas, que remiendan cicatrices. Eres la pupila que se cierra en compañía, serena y confiada, entregada a la hipnosis de los momentos inmortales. Eres el color que combina con todo, la fórmula magistral de la alquimia de caricias. Eres la frase correcta en el instante adecuado, el susurro abstracto de lo que siempre sobrevive. Eres la luz y el apetito, la jaula abierta y el puente inquebrantable sobre el río embravecido. Eres la pieza que siempre encaja, el sello lacrado de una hermosa invitación. Eres la piel y la llama. Eres las horas que sí contabilizo, la inercia que endereza el peligroso escorzo de mi tabla de madera. Eres las comillas de las palabras honestas, la batalla ganada, la sutil diferencia entre los días similares. Eres el susurro que mejora el silencio, el cristal por el que mirar lo que vale la pena. Eres, en realidad, la muerte de la rutina y el aderezo perfecto con el que sazonar las horas. Eres, en definitiva, aquello que queda cuando suprimo lo innecesario. Nada menos.

jueves, marzo 09, 2006

pintar la casa...

Detalles a tener en cuenta a la hora de pintar tu casa:

Aunque la tarea de elegir colores para el salón, habitación, pasillo, etc… sea de por sí harto complicada, conviene tener en cuenta algunos datos importantes. Más allá de los detalles decorativos, la influencia de la luz y las gamas combinatorias, existen otros hechos que no debemos pasar por alto.

En primer lugar, encender la luz y subir las persianas. Aunque parezca trivial, sin estas acciones, cualquier habitáculo permanecerá negro por lo que no apreciaremos ni estilos ni contrastes.

Tener en cuenta, además del de la colcha, la mesa, la litografía surrealista y la alfombra, el color de los fantasmas que puedan un día convivir con nosotros. Así, no es lo mismo comprarse una casa sobre un antiguo cementerio indio que sobre uno senegalés. En este último, aunque traslúcidos, los fantasmas dotarán la estancia de presencias oscuras por lo que la claridad en el color de las paredes será importante a la hora de percibirlos. De vivir sobre un camposanto noruego, por ejemplo, utilizar colores más intensos que contrasten con la palidez de las apariciones.

Las cocinas blancas son muy bonitas. Pero el humo de la aleación aceite quemado más crujiente de bacon no lo es tanto. Pensar, por tanto, en nuestra dieta habitual para seleccionar los colores de la cocina. ¡Ah! Y pensar en los líquidos que solemos ingerir a la hora de elegir suelos.

El techo de la habitación. ¡Fundamental! Este color determinará de forma definitiva el tono de nuestros sueños. En las primeras etapas de nuestras fases REM, justo antes de quedar dormidos, miraremos al techo y aquello que veamos será el lienzo subliminal sobre el que se representarán nuestras oníricas vivencias.

El color del cojín del sofá no es tan importante ya que al tumbarnos lo tapamos y ya no se ve. Parece obvio pero hay que tenerlo en cuenta.

No acabo de entender lo de colores cálidos. Es decir, ¿si pinto la casa de naranja puedo ahorrarme los radiadores? Y si pinto de azul, ¿viviré con el forro polar como segunda piel?. Agradecería me lo aclararan.

Tampoco entiendo el tono de desprecio de algunos cuando miran por encima del hombro y, arrugando la nariz, pronuncian un dogmático: “mmmmm…. ese es demasiado rústico” Jo! Para mi rústico es el blanco con manchas negras de las vacas. Y resulta que ese precisamente les parece moderno.

De tener mascota, es fundamental que el color de las paredes no coincida con el de nuestro animal. Parece una tontería pero deja de serlo cuando descubres que tienes que localizar un hamster blanco en un salón blanco. Diferenciar pues, mascota y pared para facilitar la localización. Y si ya es demasiado tarde, siempre podremos pintar la mascota. ¡Ojo! En este apartado y por temas de salud mental, desaconsejo totalmente la tenencia de camaleones.

Nuestra cara cambia. Nuestra cara cambia. Hay que repetírselo constantemente y tenerlo en cuenta. La frase “con este moreno de Punta Cana que llevo, me quedará genial un tono clarito en el salón”, denota falta de riego. Ya me lo dirás en abril, con 42 de fiebre, tumbado moribundo en el sofá amarillo.

En fin… podría seguir y seguir pero creo que no tengo más tiempo ni vosotros más paciencia.

particulas de polvo...

Mirábamos con ternura las partículas de polvo que flotaban en el aire cálido arañado por los primeros rayos del día. Al fin y al cabo, habíamos tenido parte de culpa de aquella maraña de piel, tejido y ácaros surcando la habitación. Cada arrebato compartido nos dejaba solos sobre el colchón. Y solos significaba solos; sin oxígeno, ni luz, ni átomos de lo que fuera que hubiera tenido a bien posarse en su cama. Por ello quedaba suspendida cada brizna natural o artificial, animal, vegetal o humana, desterrada de las sábanas aun calientes de entrega. Después, cuando nos habíamos calmado, volvían despacio a posarse como minúsculas hadas. Caían, como estrellas fugaces, centelleando entre las sombras de cebra que proyectaban los estores venecianos. Y nosotros, impasibles. Desnudos, sobre nuestra góndola fucsia, dejando que la corriente eligiera qué canales seguir y cuáles vetar. Más tarde, al recuperar aliento, habla y movilidad, estirábamos el brazo hasta la pequeña bolsa de cuero oculta bajo la ropa previamente extirpada. Extendíamos sobre la cama todo lo necesario para destapar la sonrisa rojiza y adormilada. Mezclábamos y deshacíamos sobre la palma de la mano. Y después fumábamos; ahora tú, ahora yo. Y en un instante, sin dejar de flotar sobre nuestros dulces canales, Venecia era Ámsterdam. Bajábamos un poco el telón de las pupilas y nos desperezábamos entre suspiros y ligeros gruñidos. Deslizando, en un lento slalom, las yemas de los dedos, seguíamos el trazo sinuoso del cuerpo ajeno. Rotábamos, ligeramente, como rotan las piezas de un puzzle hasta encajar. Y volvíamos a desalojar, en variables arrebatos, toda existencia intrusa instalada entre nosotros. Así hasta desfallecer de nuevo. Y quedarnos exhaustos, felizmente abatidos, mirando con ternura las partículas de polvo.

martes, marzo 07, 2006

mis dos riberas...

Ayer llovió en mis dos riberas. Sufrí, sin preverlo, tremendas inundaciones. Vi como el vendaval doblaba y sometía, enteras, mis arboledas. Y tuve miedo. Miedo por los animales y por sus cuevas inestables de tierra y corcho. Miedo por el color de las flores anegadas. Y miedo por los peces desterrados del río, engañados, destinados a morir en la evaporación de los charcos. Vi correr aterradas a las liebres y vi volar aterrados a los halcones. Ambos en una misma y armónica dirección. Juntos, olvidando sus obligadas e innatas depredaciones. Vi un manto de agua extenderse sobre helechos, encinas y madrigales. Vi llorar a los insectos más torpes, resbalando hacia el río en millones de lágrimas imperceptibles. Y vi asfixiarse al musgo abrazado al oeste del inmenso cuerpo del roble. No pude salvar nidos ni madrigueras, frutos ni cosechas, ni el cuerpo verde del pasto o las franjas leonadas de un trigo agonizante. No pude, o no supe. Y no pude tampoco mirar a los ojos de aquellos que iban perdiendo la vida; gaviotas, martas, tortugas o alacranes. No pude alcanzar sus plumas, corazas o pezuñas, en los instantes previos al remolcar de la corriente. Yo, que les había prometido paz y confianza. Yo que les había garantizado seguridad y sosiego. Yo, los vi caer sin poder siquiera anunciarles la tempestad. Y así me quedé; frío y desolado. Solo. Absurdo en medio de mi bosque vacío. Inerte. Gris y desangelado. Inútil y torpe, lloré y achiqué y lloré de nuevo, maldiciendo la lluvia y maldiciendo el destino de aquel mundo de ilusión que, aun sin necesidad, había creado. Viento, aguacero y barro arrasaron con todo. Así murió el lugar donde decidí depositar toda mi ternura. Así se cerró, incompleta, una página más de mi vida.

lunes, marzo 06, 2006

cada vez menos...

Cada vez hay menos árboles conviviendo con las personas, y, los que hay, se ahogan irremisiblemente en sus cubículos de cemento. Cada vez hay más gente, y menos comida, y más armas, y menos derechos. Cada vez hay más rabia y menos palabras. Y los diálogos mueren antes incluso de tener interlocutores. Cada vez hay menos persona – persona, y más persona – máquina, y más persona – televisor, y más persona – nada. Cada vez somos más los que esperamos menos, los que nos conformamos con menos, los que cedemos más. Y cada vez son muchos más los que tienen mucho menos. Cada vez hay más reglas, y menos excepciones. Y en esas reglas, cada vez hay más cláusulas, y más letras pequeñas, y más interpretaciones. Cada vez hay más guerras pero cada vez nos parecen menos importantes. Cada vez hay más carreteras pero menos sitios a los que valga la pena ir. Cada vez hay más reuniones en las que se solucionan muchas menos cosas. Más reuniones inocuas que nos dejan menos tiempo para lo que de verdad importa. Más paripés, más florituras, y más ineptos encumbrados. Cada vez hay menos genios y más mediocres. Cada vez hay menos tinta en los buzones, y más mensajes de bolsillo, cortos, sosos y encriptados, rebotando sin sentido entre despojos espaciales. Cada vez hay menos vocabulario, y menos estilo, y más faltas de ortografía que nos importan menos. Cada vez hay más focos y menos estrellas. Cada vez hay más basura y menos música, y menos literatura, y menos cine. Cada vez hay menos historias, o quizá menos gente dispuesta a buscarlas, y escucharlas, y contarlas. Cada vez hay más sed, y menos agua. Cada vez somos más lógicos y menos intuitivos. Y en esa lógica, en esa razón común estricta y aburrida, cada vez pensamos más similar, lo que nos lleva a pensar menos. Cada vez quedan menos paraísos, y más gente dispuesta a acabar con ellos. Cada vez hay más famosos y menos artistas, y menos arte, y más vulgaridad. Cada vez hay menos en lo que creer, y menos por lo que luchar, y menos fuerzas para hacerlo. Cada vez hablamos más y pensamos menos. Y al mirar a nuestro alrededor, cada vez percibimos que hay más gente prescindible que nos aporta mucho menos. Cada vez odiamos más, y perdonamos menos. Y aunque nos veamos más, nos echamos más de menos. Debe ser porque cada vez queremos más a los pocos que queremos. A los que necesitamos más, porque cada vez son menos.

sueño...

Sueño en la pena que muere en un diván, y en todos los olores que cambian si te vas.
Sueño en partículas grises de metal, y en nombres sin sentido que olvido recordar.
Sueño que escribo sonetos sobre el mar, y en peces de colores sin jaulas de cristal.
Sueño en los miedos que escondo en el desván, y en cuatro partituras que no podré tocar.
Sueño en los labios que hieren al hablar, y en neutros calendarios que quedan sin girar.
Sueño en los pasos de baile que no das, y en grandes marionetas con hilos de azafrán.
Sueño que sueñas que sueño que no estás, y sueño que es un sueño que no podré cambiar.
Sueño que habito un eterno carnaval, con máscaras perpetuas que esconden la verdad.
Sueño en paisajes que cambian de postal, y en ojos blanquecinos gastados de mirar.

Pero no encuentro en mis sueños ni la paz, ni el aire, ni el motivo, que me hagan despertar.