siempre hay algo que contar...

miércoles, abril 27, 2005

al final...

Al final no nos darán las gracias. Ni nos recibirán en comparsa aquellos que creímos tener a nuestro lado. Al final no sumarán las horas perdidas en sistemática rutina a lo largo de décadas. Quizá sea eso, la decadencia, el repetirse en vacío durante décadas. Al final no obtendremos de la división el resultado esperado. La inversión en valores guardados entre algodones resultará improductiva. Al final, al final de todo, no nos juzgarán por nada que hayamos hecho o dejado de hacer. Ni nos reubicarán en las zonas donde descanse la pureza. Que va. Al final no habrá calma, ni paz, ni visiones esféricas del mundo abandonado. No habrá resúmenes de las cotas alcanzadas, ni enormes puertas de espacios prometidos. Al final no seremos más que eso, un final, una nada que se diluye entre torpes aspavientos. No habrá eternidad en el alivio de las nubes, ni en la tortura de fuego. No habrá confeti ni serpentinas, ni marcas de agua sobre los expiados. Al final nadie hará la media de lo sacrificado a lágrimas, ni de lo usurpado a tientas, ni de lo perdido. La infamia y la caridad caerán en un mismo saco, sin indulgencia ni galardón. No habrá debate ni exposición sobre lo bien o mal que supimos gestionarnos. Nada valdrá lo aprendido, ni lo olvidado, ni lo extirpado con rabia. Nada valdrá lo amado ni lo odiado. Nada valdrá el calor con el que pudimos conmover a las estrellas. Ni la indiferencia con la que hicimos nacer tormentas sobre tantas cabezas. Al final, cada labio correspondido no valdrá su sabor. Y cada corazón roto será una víscera menos en el cómputo de sueños. Al final, no habrá lamentos justificados, ni sonrisas resbaladizas que confirmen lo anhelado. No habrá reencuentros, ni reproches. Y todo sacrificio, todo, habrá sido en balde.

Al final los buenos no recibirán ningún premio. Y los malos, ningún castigo. Contad con ello.

soliloquios...

Son los soliloquios mentales de verano una forma entretenida de relacionarse con uno mismo. En las rocas, o en el agua, o en el coche que corta, en moderado deleite paisajístico, los aires cálidos que recorren las costeras. Como un regocijo interno, un éxtasis de los sentidos en contacto con un medio que los distrae, y les habla, y los acaricia. Y los sentidos así saltan, ríen e inhiben con salitre y calor las habitaciones oscuras de los malos pensamientos. Ronda la alegría en las caras y en las pieles tersas y doradas. La amniosis de todo cuerpo sumergido evoca infancia y ternura, y enajenación controlada en cabriolas, gritos y chapoteos. Los organismos chocan, y retozan. Y así convivimos hombres y peces, y caracolas, y el musgo resbaladizo de algas que cubren algunas rocas. Igual sucede con el sol, que nos agasaja con mimos flagelados de una luz distinta y un inmenso calor. Y nos anestesia, tranquiliza y entumece disipando el frío que nos mantenía distantes. Pasamos a formar parte del entorno abandonado durante meses. Somos más fauna y menos maquinaria, rebozados de arena y sal, de tactos novedosos y de días que se alargan tanto que la luna no espera su relevo e inquieta, sale a compartirlos. Y notamos cada noche el cansancio balsámico del estío en cada poro que transpira vida, crema, césped, ilusión y fibras de toalla. El sueño nos abraza y nos ampara, como a las fieras exhaustas de merodear. Nos abraza, y aplaca el hambre de todo instinto. Y nos acopla, para renovarla, el cargador de la energía consumida. A gusto morimos, entre sueños de espuma y oxigeno amansado en las orillas. Hasta que despertamos, con el reloj de sol salpicándonos la cara. Abrimos la ventana. Y de nuevo el entorno, la luz y la calima nos secuestran los sentidos. Y de nuevo, conscientes o no, recordamos que en esta pequeña gran parcela sí somos afortunados.

viernes, abril 22, 2005

minuscula patria de nadie...

El lujo de la noche cerrada se diluía con los primeros esbozos de horizonte. Las cuartillas, lastimadas por el rocío, se mecían diseminadas entre la hierba. Las palabras se filtraban y, a la larga, darían lugar a coquetos madrigales que lucirían y se abrirían honrando el escenario. Todo parecía diferente a la noche anterior. Manaban nuevos sonidos de las ramas de los árboles. Sonidos inocentes, más conmovedores y menos inquietantes que los suspiros de la oscuridad. La cortina de niebla se había disipado y, tras ella, el barniz tornasolado volvía a cubrir las tejas, las baldosas y las vigas de madera. Una larga procesión de insectos se apresuraba a recolectar los excesos de una perfecta velada. Migas de piel y fibras de roces, y pan, y ternura. Las pupilas resucitaban su perímetro entelado, con caras borrosas y cortinas de agua gélida que serpenteaba por las laderas de todo cuerpo imperfecto. Y caía, sin sonido ni queja, en trampolines de briznas que se doblaban a su tacto. Así la naturaleza, en meticulosa genuflexión, nos daba los buenos días. Y todos los troncos brillaban, peinando y desperezando sus pomposas copas de recién nacida primavera. Y las aves sonaban en unísono latir, en posturas mímicas de corazones pétreos ante la inminencia de su vuelo. Todo recuperaba su función y la magia del teatro sin acotar jugueteaba en cabriolas a través de un cielo marino y traslúcido. Así descendía y nos inundaba la vida a través del paisaje. Y así empezaba un día más en la minúscula patria de nadie.

jueves, abril 21, 2005

tecleo confuso...

JGHLG kigahvv lsqhkv aqUbab OAUUOljlj JAL iIahl ILAIN inAJ –k

Lo de arriba es el fruto de un instante confuso de tecleo automático (incluyendo dedo itinerante sobre la tecla de mayúsculas y la barra espaciadora). Procedería a continuación a su meditado análisis pero, cuanto más lo miro, más me desconcierta. A simple vista, podemos deducir que mis dedos a su libre albedrío sobre un espacio rectangular delimitado y subdividido en pequeñas parcelas marcadas con caracteres, sienten predilección por la letra ‘A’ (8/52). Quizá este hecho resulte de lo más normal teniendo en cuenta que se trata de una de las vocales más utilizadas por lo que nuestras yemas tienden a acercarse a su perímetro. Pero, si así fuera, también resultaría normal que las letras cercanas a la ‘A’ en el teclado, tuvieran una presencia considerable. Y no resulta así, sólo la ‘Q’ (2/52) cumple tan elemental predicción. Después, hay que alejarse hasta la ‘V’ (3/52) para encontrar el caracter más cercano a la vocal inaugural. Destaca en segundo lugar del ranking la ‘L’ (7/52), seguida de la ‘I’ (6/52), la ‘J’ (5/52) y la ‘H’ (4/52). Llegados a este punto, una carencia, un hueco descomunal que trastoca mi cotejo. Una de mis letras predilectos, de las más apreciadas, no sólo no figura entre las primeras sino que no se encuentra entre los 52 impulsos infringidos durante el experimento. Se trata de la ‘E’. La ‘E’ de tantos sonidos dulcEs y sElEctos, tiErnos y EspEcialEs, parece no llamar la atención de mi subconsciente. Un duro golpe, sin duda. Un paso atrás en la lógica de esta investigación.
Con tres apariciones, amén de la mencionada ‘V’, encontramos la ‘G’, la ‘K’ y la ‘U’. Ésta última, la ‘U’, aparece en mayúscula en sus tres comparecencias. Este dato lo dejo ahí para futuros análisis algo más pormenorizados. Por último, cierran la lista la ya expuesta ‘Q’ junto a la ‘B’, ‘N’ y ‘O’ (en una misma ‘palabra’ y también en mayúscula presencia) con 2/52 momentos de gloria. El carácter suelto, y que he preferido pasar de largo por miedo a su estudio, es ‘-’ (1/52). Y, como digo, este tema prefiero no comentarlo debido a su obvia gravedad. Igual que prefiero no entrar a valorar el doble binomio ‘lj’ que cierra la quinta palabra, que resulta ser, a su vez, la más mayusculada (sirva por hoy el término).
Y nada más. Sé que el análisis ha resultado demasiado superficial teniendo en cuenta las infinitas posibilidades que ofrece así como el inmenso interés que las mismas suscitan, pero no veo correcto eternizarme. Quedan cosas en el tintero, como el hecho de que la media de letras por palabra, según el criterio de mis dedos, parece ser de unas 6. El hecho de haber usado sólo 14 caracteres distintos entre los muchos que pueblan mi teclado. Y tantos y tantos hechos más que trabajaremos en otra ocasión.

Sed conscientes de que acabamos de establecer un gran avance en el mundo de la psicología dactilar. Una rama de la que seguro se hablará durante años, figurando probablemente en innumerables libros de texto y generando extensas charlas y debates en el mundo de la docencia. Pero bueno, que se la queden ellos, y que se lleven ellos el Nobel. Nosotros nunca hemos sido pretenciosos.

miércoles, abril 20, 2005

ciudad condenada...

Vivo en una ciudad condenada. Una ciudad sumida en la frivolidad más decadente y en el eterno materialismo. Una ciudad donde las personas no luchan por ser mejores de lo que son sino mejores que los demás. Una ciudad de potenciales inhibidos bajo el yugo de la mediocridad. De mediocridad en sus calles, y en sus parques, y en sus museos. De mediocridad en sus fiestas, en sus teatros y en sus conciertos. Una ciudad donde los que rigen no saben de personas sino de sumas y papeletas. Y así nos confunden, nos maniatan y nos engañan. Al devaluarnos como ciudad, nos devalúan como ciudadanos y, así, como individuos. Aunque no lo notemos. Así nos merman e infravaloran, como al rebaño cabizbajo enderezado con perros y varas. Nos llenan las manos con escasez, no de la que enriquece sino de la que alimenta. Nos ayunan el espíritu, y las inquietudes, y, en la medida que ambos confluyen, el corazón. Vivo entre aceras castigadas por la soberbia de los que no las pisan, y entre perfiles de campos amputados sin sentido. Vivo entre grandes proyectos que sobrevienen enormes fiascos que repueblan y urbanizan las carteras de los que sonríen en las fotos. Vivo donde la razón tiene dueños con caras y nombres, y firmas, y enormes monopolios. Donde triunfar no es ser sino tener. Donde ser joven es ser un potencial criminal. Y ser viejo, un potencial estorbo. Vivo en una ciudad que no sabe de las diferencias que pueblan este mundo. Y por ello no las acepta. Y las mira mal, y las censura, por la espalda y entre dientes. Vivo en una ciudad a la que no le preocupa cómo es sino cómo la ven. Una ciudad callada, hermética y desconfiada. Una ciudad insensible y seca, como sus amos. Sin guiños ni gestos. Movida por hilos puestos en manos torpes y poco delicadas. Una ciudad sin relevo ni aire fresco en el horizonte. Una ciudad sin futuro.

Pero a veces la contemplo. Y aun me sobrecoge. Me sobrecogen las gentes que ríen ajenas cuando el mar engulle el sol. Y me sobrecoge cómo la luz se distribuye amable por los rincones. Su vida, me sobrecoge. Y esas pequeñas voces que rugen en su estómago, ávidas e inquietas. Que no enmudecen ni se doblegan. Las que gritan; “mañana, si queréis, todo será diferente”.

martes, abril 19, 2005

salvavidas ajado...

Han abierto la puerta de las aguas de la nostalgia. Alguien, sin rostro ni paradero. Han accedido allí donde la paciencia, con palos, y ruido y grandes antorchas de fuego amarillento. Percibo una voz encima de la corriente y el tacto húmedo y frío me hace retroceder. Hablan las noches sosegadas, y replican, en pánico y desespero, los momentos vacíos. Es la enfermedad de la ficción del escenario. De la obra repetida tras el telón, lejos de su sentido. Siento la acidez de la falta de palabras. Como el roce del campo mustio y agrietado. Es el sacrificio de la quietud. Tan cerca y tan lejos de una comparsa perfecta. Recuerdo el olor de vidas similares. El ungüento balsámico que rodea el corazón cuando deja de latir. El todo y la nada, tan diseminados que la suma pierde valor. Vuelvo a verme atravesando las sombras. No importa cuándo ni cómo pues es la niebla el entorno de los que temen atravesarla. Faltan palabras que no puedo utilizar. Y mudo, acepto y desvirtúo mi rol de necesidades. Sufro más por no hacerlo en compañía. Recluyo todo sentir y todo reclamo de ayuda. Y dejo que me asfixien los falsos carnavales. Es la mirada el gesto que muta y fluctúa a raíz de los sentimientos. Inhibo, pues, la mirada. Y oculto el dolor tras máscaras forzadas que no se adaptan a mi perfil. Así deambulo, entre ti y la nada, carente de recursos. Y temo que el viento derribe el decorado de esta función a medias. A veces colapso en necesidades desatendidas, y caras sin luz, e historias sin nombres. A veces, maniatado al silencio, maldigo los pactos que lo propiciaron. Y caigo en estados no recomendables. De rabia y escasez. De dudas que cuelgan y ramifican como enredaderas por mi tapia de miedos. Y es de nuevo el silencio el peor de los consejos. Aunque el único, al fin y al cabo. Y a él me agarro, como a un salvavidas ajado que, mientras se hunde contigo, hace que creas que flotas.

viernes, abril 15, 2005

dilatado suspiro...

Así, las primeras luces del alba centelleaban entre su piel y la cama, como el aura de las sirenas de los delitos sin ruido. Rebotaba en ella, en la colcha y en el techo para diluirse finalmente en mis pupilas, menguadas como lunares. ¿Merecía la pena despertarla para explicarle que formaba parte de tan grato fenómeno climatológico? Deduzco que no. Que en sus sueños habitaría mejores y más extraños procesos. Me incorporaba, y deambulaba por la casa como un animal desubicado. A paso lento, reptando, dejando estelas de humo, piel y colchas profanadas. Impregnando cada rincón con humores de sexo, y bálsamo, y alegría. Disipando de mi cuerpo el miedo y el sudor y dejando sólo adheridas las caricias, como una coraza de retales, que ella pronto se encargaría de renovar. Por el camino alfombras, mimbre, cajas de cds, y ropa desterrada y diseminada al azar por el campo de batalla. La puerta semiabierta y, a través del canal de luz de entrada al nocturno escenario, en el pedestal, su figura. Ladeada, ausente, envuelta en crisálida de sábanas, y alientos, y sonidos sonámbulos sin raíz etimológica. En la nevera, agua helada que fluía derritiendo mi pudor y llevándose los restos de cada beso recolectado. En la mesa, nada. En la tele, nada. En la ventana, nada. Y en el cuarto todo, inmóvil, dispuesto y regenerado tras reposar de cada pequeña muerte infringida horas atrás. Así entraba, en sigilo, como las fieras que acechan, en busca de mi trofeo de gestos y rituales. Así la despertaba, al tacto, al roce más tierno y menos casto, más puro y menos pudoroso. Y ella levantaba las verjas de su bazar de mimos, y se giraba, y sonreía, y se adosaba aun más a mí. Y ya no quedaba entre nosotros espacio para el aire, ni la luz, ni la duda. En su recién instaurado desvelo, volvía a cerrar los ojos, y aprobaba con tensión, y mímica, y contoneo, cada suave o violenta fusión de esqueletos. Hasta que la muerte en miniatura volvía a visitarnos. Entonces caía a su lado, inconsciencia y vahído, redibujando a un palmo su cara. Y mi “Hola. Buenos días”, obtenía por respuesta un profundo, sentido y dilatado suspiro.

jueves, abril 14, 2005

esta es mi boca...

He llegado a tu esfera, ésta es mi boca. Como fruta en medio del desierto metálico. Miel, y piel de enredaderas solapadas por el viento árido de tiempos peores. Amor, y sombra. Ayer enloquecía al contacto con la luz. Así llego, y entro, trasegando por caminos aun sin mutar. Despierto en el roce del agua fría de febrero redibujando mi cara. Tu espejo colorea mis espacios bitonales, lo que fui, sujeto a un ábaco de dudas oxidadas, inmóviles, incapaces de deslizarse hacia donde el tiempo suma. Han dormido alfombras, y lienzos vacíos, y cartas quemadas, allí donde establecí mi punto de partida. Han anidado pájaros de otras galaxias, y todas las aceras rubias y cálidas de un agosto enloquecido. Una mano equivocada, un beso a destiempo que ha implantado sin criterio un extenso mundo de sapos. Mírame. Dame tiempo. Sólo al tocarse descubren los niños que la piel es un canal de conexión con el alma. He cargado estaciones en relojes parados. Una, y otra, y otra más, hasta romper sus contornos. He sobrevivido flotando en tus brazos. Y un firmamento de balizas en cada ángulo que esquina tu figura. Eras lluvia y ternura, suerte y contratiempo, nieve y caramelo.
He trepado hasta tu lógica. Y hemos visto, desde el tejado de nubes, cómo los ángeles mercadean con la agonía. Respiro lo que exhala tu hemisferio. Eres la delicia de las palabras ausentes. Como el fluir de las cadenas rotas. Como la paz de la sábana impoluta de una muerte dulce. He previsto las horas marchitas y las he apilado junto a los rastrojos en los que se acomodó la tristeza. He prendido fuego a todo. Así, embudo de humo de la tierra al infinito, han sabido las miserias, todas las miserias, que no habría más treguas, ni más inmunidad, ni más invitaciones. He fluido bajo las puertas donde se pudren los tesoros que nadie cree merecer. Me he fragmentado, en mil pétalos volátiles, para encontrarte en el aire de las ciudades oscuras. He rastreado la estela y el perfume de animales que te rozaron. He impregnado la luna de mi y la he invitado a tu comparsa de bienvenida. He interrogado a las flores, a los cirios y a las cometas. He involucrado a las farolas, a los gatos, a las piedras y a las estrellas. Y te he encontrado.

recolectores de estrellas...

El coraje no lo era todo en el pequeño mundo de los recolectores de estrellas. También importaba el corazón. Porque resultaba imprescindible a la hora de localizar a las estrellas pequeñas, las que se escondían entre nubes y bandadas de cometas. Ellas desprendían mucha más ternura de lo normal. De ahí la importancia del corazón a la hora de intuirlas. Aun así, el coraje era fundamental. Algunas estrellas no se dejaban atrapar y no imagináis lo que es luchar contra ellas. Son muy fuertes y, cuando quieren, muy violentas. Sobretodo las adolescentes, las que habían huido por convicción.
Aunque habían actuado mal, la mayoría de estrellas que escapaban tenían algún poderoso motivo para hacerlo. Ninguna estrella hace algo porque sí. Por eso debían ser tratadas con respeto, no como criminales sino como enfermas. Había tres clases mayoritarias. Las más pequeñas, por regla general, se habían perdido. Las más peligrosas, las medianas, se sentían infravaloradas en sus galaxias. Estaban enfadadas y estaban rabiosas. Por eso había que temerlas. Las viejas, normalmente, habían caído presas de la tristeza y, sintiéndose inútiles, faltas de luz, se habían marchado, sin importarles en absoluto lo que pudiera sucederles.
Algunos planetas se habían unido ante la creciente desaparición de astros que afectaba directa y fatalmente a su ritmo de vida. Para eso nacieron los recolectores de estrellas, para salir en su búsqueda, localizarlas y convencerlas de que debían volver. La psicología era una parte fundamental de su tarea. Todas las estrellas son comprensivas y, en la mayoría de ocasiones, bastaba con recordarles lo importantes que eran. La falta de cariño empezaba a convertirse en una epidemia a lo largo y ancho de todo el universo. Aun así, no todas las estrellas podían ser recuperadas. Algunas, en un medio extraño, morían y colapsaban antes de que llegaran los recolectores. Otras, simplemente, se perdían y nunca se las localizaba.
Siempre que una estrella se daba por perdida, o por muerta, se declaraban 1000 años de luto en todo su sistema. Los planetas lucían negros crespones a lo largo de su diámetro y las otras estrellas de su nebulosa lloraban cada noche. Por suerte, para esos casos, existían las Voluntarias. Ellas, cedidas por las galaxias más prolíficas en astros, cubrían las vacantes. Eran, junto a los recolectores, admiradas como diosas pues, al fin y al cabo ellas, las Voluntarias, garantizaban el futuro del universo.

Leiden...

La luna dibuja un tenue destello sobre la catedral de Leiden. Ella camina bajo la lluvia y yo camino bajo el hipnótico influjo de sus pisadas. Una perfecta cadencia de movimientos. Como un baile de pubertad al que sólo han sido invitados sus pies y los charcos. El trazo de sus huellas, cada vez más acentuado, marca en el suelo el camino de este ciego rastreador. A diferencia de la sangre negra de esta pluma, que mengua y desfallece quizá por miedo a quedarse corta intentando describirla. Ella no para de reír sin motivo y yo recuerdo que nunca antes había visto nevar sobre un campo de tulipanes. De hecho, nunca antes de subirme a ese tren había visto un campo de tulipanes. A medida que avanzamos la ciudad se duplica. Una frente a nosotros, con sus majestuosas casas clónicas de fachadas grises. Y otra a nuestros pies, idéntica pero temblorosa, reflejada en los canales. La segunda es la que más me gusta, manchada de hojas, y cisnes, y pequeñas barcas destartaladas que se abren hueco a través de las oscuras bocas que existen bajo los puentes. El mar es una serpiente mil veces ramificada que vigila sigilosa todo el país. Que avanza entre las calles, los colegios, las iglesias, los hospitales… intentando recuperar el terreno que le robaron. Ella también avanza, ajena a las miradas que le propinan todas las bicicletas que descansan apoyadas en aquella barandilla verde y oxidada. Yo la miro igual, y la sigo, y no la pierdo por más tranvías que intenten interponerse entre nosotros. Al fin y al cabo, es una historia extraña en un país extraño y, por ello, es absurdo intentar maquillarla de cordura. Yo sé que ella se acabará cuando se acaben los canales. Ella, en lugar de pensarlo, sonríe y, cuando lo hace, dulcifica el agua y consigue que el mar se retuerza y retroceda. Así las aguas se relajan y se duermen. Y dormidas, vuelven a ser el espejo donde contar las estrellas que ondean entre los círculos que germinan con la lluvia. La misma lluvia que desciende, apresurada, por el trampolín que forman su nariz y su boca. Desciende hasta que, armado de valor, despacio, absorbiéndola, yo la detengo.

señales de humo...

Quizá debiera recurrir a las señales de humo, o conseguir esas luces que se usan en la pista del aeropuerto y colocarme ante tu ventana. Quizá si me disfrazo de gallina y paseo en círculos alrededor de tu casa, o si secuestro un autobús cargado de colegiales. Quizá si alquilo una avioneta y me declaro con una enorme frase que cubra el cielo de la bahía, conseguiré que te fijes en mi. Por lo visto, los medios tradicionales no han surtido ningún efecto. Al principio se trataba sólo de un interés recién despertado, de un gusanillo que daba vueltas por mi estómago cuando estabas a mi lado. Pero ahora es algo personal. Más allá del enamoramiento del que haya podido caer presa, se trata de un reto. Puede que si te consigo, pierda el interés. Puede que lo que me motive sea sólo la lucha. Pero ese es un tema que ahora no debe preocuparme porque ya se verá más adelante. Quizá deba plantearme un cambio radical de maneras y pasar de todo. Dicen, los que siempre aconsejan, que lo mejor es que no te haga caso, que te ignore y que así tú te empezarás a interesar. Vaya mierda de estrategia, creo yo. Pero está claro que estoy pez en tácticas sentimentales. Yo prefiero lo de siempre, lo de demostrar y esperar a que me demuestren. Pero dicen que la cosa no va así. Dicen que para triunfar hay que hacer sufrir al contrario. Pero ¿qué contrario?, joder, estamos hablando de alguien que te gusta, no de la puta batalla de Waterloo. No lo entiendo, con lo fácil que es decirle a alguien “oye.. esto, que.. me gustas”. Y punto. Pues no, cuanto más cariño desees obtener, menos debes dar. Cuanto más cabrón, mayor beneficio. Pues vaya teoría chapuza. Es más, si es así, no quiero. Paso de tratarte como el culo. Si yo lo que quiero es que me quieras, no que me odies para luego quererme. Creo que esa fase nos la podríamos ahorrar. Quizá soy un tío anticuado y no me sale eso de actuar como un cerdo. En fin, ¿sabes qué te digo?, que si te gustan los cabrones te busques uno, que el mundo está lleno. Que yo seguiré con mi palo, a mi bola, demostrando lo que siento y cagándola las veces que hagan falta. Que no me va ese rollo de fingir ni de actuar. Mira, ¿sabes que te digo? Que paso de ti, que te den, que ya no me interesas.

Ring… ring…ring…ring

Sí, ah! Eres tú… ostras! llevaba tiempo esperando que me llamaras. Sí, ah! Que has leído la carta.. sí… y quieres que quedemos.

vidas en la arena...

La arena dibuja cualquier figura que, abstracta a los ojos, adopta en el corazón la forma y el contenido que el volar de la imaginación desee obtener. La arena adopta cualquier contorno, menos el tuyo. Quizá tu límite sea el único que no puedo trazar revolviendo entre conchas y restos de mundos que ya han desparecido. La espuma se acerca y vaticina que todo lo que hemos recorrido puede llenarse de agua y, en un instante, desaparecer. Nunca te he esperado en la orilla pues es allí, precisamente, donde no quiero encontrarte. La orilla no es, ni fue, ni será nuestra. Es el margen en el que se disputan las horas los que llegan y los que se van. La arena cubre lo que el mundo quiere esconder y el mar destapa lo que no debió cubrirse. Y, despacio, se lo lleva. Allí donde nadie pueda volver a enterrarlo. El mar es el vehículo y la arena es la lanzadera que nos impulsa hacía cotas que no hemos tenido el valor de alcanzar. No hace falta encontrarle un sentido, basta con dejarse llevar. Las manos hundidas en la pequeña materia que la historia ha acumulado. El sol calienta esa materia y, por un instante, es capaz de revivirla. Y así, nuestros dedos, recorren la vida que muchos dejaron enterrada. Si sabemos, podemos extraer de la arena las historias que han ido a morir a cada orilla. Cerrando los ojos, podemos vislumbrar porciones de universo. Lapsos de tiempo que algunos creerán perdidos para siempre pero que sólo descansan, en la arena, esperando a que el mar se los lleve. No puedo, con mis yemas recorriendo cada pequeña duna hasta sumergirme en ella, evocar tu figura. Pero si puedo revelar caras, nombres y palabras que un día fueron pilares en los que se apoyaron otros. Sentirlos. Sedimentos de un pasado que reposa. Así lo abstracto conquista todo significado. Cada huella que el mar arrastró hacia sí, dejó una marca que no adivinaremos con los ojos, pero sí con las manos, cuando menos lo esperemos. Por eso, sé que tu límite descansa en cualquiera de las mantas amarillas que cubren mi litoral. Esperando, sin más, a que llegue una ola, y se lo lleve con ella.

coordenadas...

Estamos sumidos todos en este precioso ritual, de mares y tierras. Un enorme carrusel que gira, y gira, y gira, y gira. Y menos mal que gira porque el día que deje de hacerlo estaremos perdidos. En ese instante cesará toda ley de gravedad y, cuando nadie le recuerde a nuestros pies que deben tocar el suelo, igual que los globos que consiguen escaparse de las manos de los niños, caeremos hacia arriba. Tú, y yo, y todos, quedaremos dispersos por el espacio. Flotando, como burbujas en una botella. Y nos miraremos al cruzarnos unos con otros, con cara de asombro, mientras intentamos, con mayor o menor acierto, aprender a orbitar. No será fácil. Nos alimentaremos de gases y polvo de estrellas. Conoceremos otros planetas. Y veremos pasar los globos que hayan triunfado. Así es como descubriremos que allí arriba se reúnen por colores y viajan en grandes manadas. Quizá hagamos carreras por las pistas de los anillos de saturno. Y cuando quiera tocarte sin que nadie nos vea, nos esconderemos en la cara de la luna en la que hace millones de años se fundió la luz. Hará frío, pero sabremos superarlo con tacto y cercanía. Ya verás qué gozada de noches, repletas de puntos luminosos. Buscaré un cráter bonito y cómodo para nosotros, con vistas a la montaña. Si sabemos apreciarlo, seremos felices. Sin puertas, ni paredes, ni semáforos que gestionen cuándo y cómo avanzar. Deslizándonos, dejándonos llevar a través de este universo amniótico. Ya no seremos los mismos porque tendremos nombres de coordenadas, y los iremos cambiando. Y así, siempre que estemos juntos, nos llamaremos igual.

si te acercas...

Si te acercas, te hablaré de mi. Te explicaré cómo soy, qué siento y quién me ha hecho daño. Te diré que a veces me siento vacío y que me duele el cuello de tanto mirar las estrellas. Te contaré que sueño, demasiado, más de lo que soy capaz de digerir. Y que con los años he aprendido a no hundirme en la derrota y a no crecerme en el éxito. Si te acercas te diré que el miedo es sólo un consejero, que la vida es un juego y que el tiempo es un reloj que se adelanta y se atrasa pero que nunca se estropea. Si te acercas seré yo y no otro quien te cuente sus historias y quien escuche las tuyas. Historias similares con nombres diferentes. De dolor y de alegría, pues, puestos a compartir, compartámoslo todo. Si quieres seré tu voz, y tú mis ojos. Y juntos gritaremos más fuerte y veremos más lejos. Si quieres, si te acercas, te enseñaré que tras los ojos se distingue el corazón, y que el cariño es un derecho y no un golpe de fortuna. Te seré sincero, aunque no siempre será fácil. Confiaré en ti. Te daré la llave para entrar en mi conciencia, y te exigiré la tuya. Y hurgaremos, con cuidado, extirpando todo aquello capaz de lastimarnos. Y así sanaremos. Y así llegaremos más allá de lo que nos creíamos capaces. Si te acercas, juntos, empezaremos un viaje. Y en él recorreremos tu vida y la mía. Seremos más fuertes y avanzaremos más deprisa. Llenaremos las maletas de tiempo y, abrazados a ese tiempo, tumbaremos las barreras que otros levantaron. Y enterraremos sus dudas. Si te acercas, créeme, ya no te marcharás de mi lado.

chapoteo...

Chapoteo en el estuario donde desemboca la tinta de todas las frases que no tuve el valor de escribirte. Respiro. Tomo aire y me sumerjo. Braceo envuelto en verbos y adjetivos más o menos intensos, más o menos acertados. Palabras, calamares cuyas estelas me ciegan a su paso. Leo en las rocas del fondo las metáforas adheridas, líquenes de placer, de odio, de amor y de olvido. Descanso en la ribera derecha, junto a maderas húmedas y conchas cerradas. Todas llevan impresas promesas y profecías. Entorno los ojos, bajo los guantes de un sol que me acaricia la cara. Que me mima, y me arrulla. Y me deja dormido. Y al dormir sueño que cribo y dreno este río de poesía que se anegó, empapada y caduca. Selecciono aquellos versos que más me acercaban a tu latitud e intento salvarlos. Tendiéndolos sobre rocas, insuflándoles el aire no corrupto de la profundidad de mi vientre. Algunos tosen, y se convulsionan, y así renacen, expulsando el líquido que los ahogaba. Otros, aquellos a los que el roce y las corrientes han diluido y amputado fracciones, están malheridos. A esos los sano, y curto, y completo con lo que encuentro disperso por el suelo. Pequeñas ramas, fósiles, restos de alquitrán y algas. Una vez remendados pasan su convalecencia en cuarentena en mi regazo. Al final todos retornan a los libros huecos, a las cuartillas despobladas y a esas cartas con tu nombre que no conocieron buzón. Misivas sin franquear pero repletas de franqueza. Vuelven, uno a uno, al lugar del que nunca debieron escaparse. Y siento con júbilo que puedo, si quiero, empezar otra vez de cero.

Pero entonces despierto. Y siguen las conjugaciones nadando a mi lado, junto a nombres, lugares y estrofas sin rima. Sigue el oleaje de letras desordenadas bañándome las plantas de los pies. Sigue el sol. Y sigo yo, allí, tumbado, armado de valor para chapotear de nuevo.

libreta...

Y así fue como se cansó la gloria de ser gloria. Y las hojas empezaron a repeler la tinta con la que quise perdurar. Así quedó la historia más hermosa jamás concebida. Dormida, enjaulada, ahogada en el tintero de la falta de recursos. Así supe que no seré capaz de escribirla como no seré capaz de tantas y tantas cosas. Por vago y por limitado. Porque intentarlo es un paso pero nunca una garantía. Y por más malabares, por más remiendos que suturen mi realidad, ésta sigue desconchada en tantas materias. Y seguirá, sí, brotando el verso sin compañía. Y una tras otra, pequeñas cotas que me van alejando de la cima. O de la idea hecha de la cima, lo que resulta aun más gracioso. Sabe la libreta de momentos geniales faltos de continuidad. Sabe de gestos ilustres y de carencias. Sabe de mí, y de ellos, de playas con dos terrones y de bolis sin tinta que arañan el papel. Sabe de inspiraciones envueltas en mareo, y de montañas rusas que corrompen la alegría. Pero ¿a qué precio?. Es así, como en una especie de zoológico, o de zoo ilógico, en este caso, que viven enjauladas las manos que exprimen los sentimientos. Hasta que se cansan de estrechar, de bordear palabras envueltas en desconsuelo. Y a veces se rinden, se escapan y huyen allí donde nadie las necesite. Sabe la libreta que muchas cosas dejan de tener sentido. Que el actor se harta a menudo de su teatro. Y que toda obra tiene un telón que la delimita. Sabe que al desnudarte te invade el frío. Y que, en ocasiones, es más fácil ausentarte que localizar las mantas bajo las que renacer. Sabe la libreta que aunque la eche de menos, sólo intento respirar. Y no siempre es sencillo. Sabe que mudo soy más gris, pero menos vulnerable.

surrealismo...

Para encontrar, más allá de tus manos, el surrealismo perfecto, debo dar la doble o triple vuelta al sentido de cada cosa. De tu cara, la llanta de la rueda que me hace girar. De tu piel la alfombra, sobre esta cama de clavos, que me hace andar. Necesito el desorden perfectamente ordenado. La coalición de sedales en los que atrapar tu mirada. Es sencillo, al fin y al cabo. Pues al fin y al cabo del día, allá cuando bosteza, repaso las frases menos necesarias. Y me quedo con lo absurdo de cada sintonía. Es pues la voz el reclamo de los que acuden a indagar. A más sirenas, más voces. Y más marineros perdidos tras cada voz. Así busco en ti la palabra que deponga mi voz. Callado, como los árboles en otoño. Igual de despoblado. Absurdo y ausente, porque te has desdibujado de este paisaje. Es por eso. Porque te has recortado de mi postal y ya no hay quien la franquee. Si rebusco y te canso. O si me repito o me atasco, me dan calambres. En cada ojo que te buscó y en cada mano que te encontró. Presas del diccionario, se quedan cortas las cuadrillas de letras que pululan por ahí. Con tanto manoseo que ya no saben lo que significan. Que si se pierde una se sienten mejor. Y las perras son peras, y las cartas, catas. Para catar hasta dónde nos echamos de menos. O si la cambian por otra. Y los muertos son huertos, las putas son puras y las tumbas son timbas sin ases bajo la manga. No recuerdo bien pero antes las juntaba e inventaba nuevas. Y septihambre eran las ganas de libertad que me entraban tras el verano. Y neciositar era la forma obscena y dolorosa con la que te añoraba. Te neciosito, te necesito como sólo un necio sabría hacerlo. Así se cae, por su propio peso, todo significado. Entonces hay más puertas y son más grandes. Y río más, aunque llegue el domingo y sepa que mañana volveré a ser el otro. Descorchamos una semana, y los perros miran mis zapatos rojos desde detrás del contenedor. Porque los ven al revés, y les hacen gracia, y los siguen con la cola. Así te encuentro, sentadita descalza entre tanta poesía. Llorando por necesidad, que no por pena. Porque hay que mojar los ojos para que no se resequen. Como el cristal del coche por el que ya no veo nada. Y sonríes de repente en forma de lava. Y se acaba la tormenta. Así te tengo presente. Del café de cada lunes a la almohada de cada domingo. Mitad real y mitad invento. Sin saber cuál me resulta más hermosa. Soñamos mucho. Porque no conozco más normas que las que dictan los bordes de mi cama. Contigo en primer plano, cada montaña es más pequeña y cada puesta de sol, detrás, se difumina. Sé que llega la noche porque te veo peor. Y sé que llega el día porque descubro legañas en tus linternas azules. Sólo por eso. Hace tiempo que borré el reloj de esta muñeca. Me guío por luces y penumbras, por polvo de estrellas y cortinas que filtran las gotas de sol. Con eso me basta. La luna es una bola de papel arrugado que ya nadie leerá, allá arriba, en el fondo de la papelera de este infinito. Y, de repente, ya no te neciosito si no que te tengo, y te hablazo. Que es abrazarte, usando la voz. Y encuentro así la palabra con la que poblarte de frases que tú sabrás amoldar. Ya está. Ya no busco más. Ya tengo destino y destinataria. Voy a contárselo al café, a mis zapatos, a los perros y al otoño. Que bien. Que suerte he tenido.

dejarian de existir...

La lluvia esparciéndose en ondas asimétricas a través del cristal. El cielo salpicado de algodones. El campo amarillo de espigas cursivas en contacto con el viento. El olor del café por la mañana. El mar en calma. El eco del agua. El crujir del pan preso entre las yemas de los dedos. El tacto de la hierba. La suma imposible de todas las estrellas. El sol rebotando sin saberlo en el techo de la estación. Los círculos concéntricos tras la piedra en el lago. Aquella acogedora explanada de dos plazas. La mesa junto a la ventana en aquel restaurante. Esa forma de dormir, tan humana, que tienen los perros. La primera rosa que nace y muere en los rosales de la cabaña. El horizonte carnoso previo a los días de viento. El crepitar de la chimenea. Todas las canciones que tienen sentido. El aire helado en la cara antes de que amanezca. El tintineo de los hielos en los vasos de tubo. Los granos de maíz que quedan sin inmolarse en el micro. El chirriar corrosivo de las puertas antiguas. Los chistes absurdos de aquel humorista. El soplo de libertad que envuelve este acantilado. Las muecas cíclicas de la luna tras una tela de araña. El llanto insoportable de los gatos en celo. Los lomos de los libros formando en la estantería. Las pelis de fibra y pañuelo. Las voces de los niños tras la verja del colegio. Las palabras que inventamos dotando de significado. La tormenta aislada entre el colchón y la manta. El surco encriptado de las frases que desgarran los bolis sin tinta. El amuleto infalible de una sonrisa. Los saltos inesperados que da el calendario. La marea de caras de un sábado noche. Los cuatro costados de esta carta sin remite. El arte de observarnos sin decirnos nada. El alumbrado cómplice de la lámpara de papel. El informe minucioso de cada mirada. Este precipitado doblar de esquinas. La camisa desconchada de los días de bricolaje. La esperanza, impoluta, de que todo vaya bien. Los unos y ceros de esta ilógica premisa. El paso nostálgico entre dos estaciones. La alegría y el miedo de otra página cerrada.

... dejarían de existir si no pudiera compartirlos contigo.

tiempo elastico...

Como una goma, el tiempo se tensa elástico a medida que progresamos por esta vida. Por eso cada vez es más complicado y cada paso cuesta un poco más que el anterior. Por eso, supongo, al final del camino, cuando perdemos el punto vital de sujeción, el tiempo retrocede a gran velocidad en un sinopsis de fotogramas de nuestra historia personal. Una explicación poco científica pero convincente a efectos metafóricos. Aun así, el punto en el divergen dificultad y avance se explica a través de la fuerza aplicada. Cada vez somos más fuertes y por ello percibimos miniaturizado el aumento de tensión. Conviven puntuales lapsos de distensión con embestidas brutales. Y cada metro recorrido es robustez y es ímpetu para los metros siguientes. Si dejamos de empujar, la vida nos catapulta hacia atrás impregnándonos con la sensación del tiempo perdido. Si, en cambio, avivamos demasiado el esfuerzo en nuestros tirones, el avance se muestra casi insostenible corriendo el riesgo de que el elástico se rompa empotrándonos sin control. No todos los tiempos son igual de laxos al igual que no todas las personas son capaces de aplicar una intensidad constante. Podemos, si deseamos, vararnos en un punto, cómodo de soportar, y observar desde nuestra atalaya el paisaje recorrido. Pero al fin y al cabo, debemos avanzar si queremos refrescarnos con el estímulo de las metas derribadas. No es más que algo que todos sabemos: avanzar cuesta pero recompensa. Por eso, lo recomendable es forzar nuestro tiempo, instruirlo, como a un músculo cualquiera para que se dé cuenta de que ni él podrá frenar nuestra intención de prosperidad. Y avanzar incluye cambiar, ceder, pararse a pensar, no bajar la guardia y no perder los mínimos cánones de la estabilidad. Avanzar, cuerda tensa al cuello o a la cintura, es querer avanzar. Sentir en cada poro que la evolución es posible. Y hacerlo. Hacerlo después de pensarlo, después de incubarlo, después de sopesarlo. Pero hacerlo. No estancarnos en los procesos de decisión, dilatando tanto las acciones que llegan a perder todo sentido. Quizá sea cierto que una parte de nosotros pertenece al tiempo, expuesta desnuda a sus impulsos e intenciones. Pero la otra, la que suma, la que importa, la que fluctúa, depende sólo de nosotros. Y de la coctelera donde combinamos nuestra voluntad, confianza e ilusión.

un dia...

Un día te diré que el equilibrio no se encuentra en aquello que deseamos si no en aquello que podemos permitirnos. Y que a veces debemos anteponer la infelicidad al completo desorden. Triste pero cierto. Desclasificaré mis pasiones para expresarte que los entusiasmos son universales aunque sus efectos, particulares. Y dependen de cómo veamos escorarse el futuro. Un día te explicaré que ni yo mismo sé qué nubes ensombrecen mi cabeza. Ni cuáles son los recuerdos que me robaron la inercia. Un día te contaré una historia, preciosa pero imposible, acerca de dos personas. Un día te escribiré, con la mano temblorosa, que a veces es sólo el tiempo, o sólo el momento, los que deciden por nosotros. Y te detallaré cada instante de presencia que hoy ni imaginas. Porque lo que hoy imaginas es sólo el primer peldaño de una escalera enorme. Hecha con proyectos y emociones. Hecha con renuncias y verdades. Un día sabrás que las cosas se vuelven complicadas en contacto con nuestra lógica. Pero que en sí no lo son. Y que esta paradoja, resulta insalvable. Un día te meceré con el aire de las palabras que hoy no me atrevo a decirte. Y haré que todas las lágrimas remonten por tu cuerpo y vuelvan a sus cavernas. Preciosas, por cierto. Un día declararé ante este tribunal que son mis sentimientos. Y ellos, y tú, sabréis absolverme. Un día te confesaré que, sin pretenderlo, pudimos habernos hecho mucho daño. Y te enumeraré todos y cada uno de los motivos que han hecho de este corazón un vehículo inestable. Todas las promesas y todos los desenlaces. Un día te señalaré dónde encallaron mis dudas. En qué extraños arrecifes perdí el equilibrio. Te explicaré que todo es relativo, y que lo que hoy no tiene sentido, mañana sí lo tendrá. Un día, te contaré que a veces mi paisaje resulta tan frío, y tan desolador, que no quisieras formar parte de él. Y que me esfuerzo continuamente para que no sea así. De verdad. Un día te haré saber que tras mi mirada pudiste ver todo lo que escondía mi voz. Por torpe y entrecortada. Un día. Un día te explicaré que yo también sentí, aunque no supe demostrarlo.

un salido...

Por no fijarme metí los pies en aquel charco y me ensucié los calcetines que, por no fijarme, llevaba de distinto color. Por no fijarme se me cayó el café encima del teclado y jodí el ordenador. Sí. Por no fijarme borré tu número y ahora no sé cómo localizarte. Un desastre, vamos. Por no fijarme se me pasó la boda de Luis, el cumpleaños de Marta y la operación de Esther. Así es. Por no fijarme, por no prestar atención, perdí el autobús, y las llaves, y los papeles. Y se secaron los tulipanes que traje de Holanda. Siempre por no fijarme. Ando por ahí como si las cosas no fueran conmigo, mirando las musarañas y recluido en mi mundo. Así pasa lo que pasa. Que casi me atropellan, que casi me resbalo, que casi me dejas. Y se me hace de noche sin darme cuenta, se me pasan las pelis que quería ir a ver, se me escapan tacos delante del jefe. Esto no puede seguir así. Si es que por no fijarme te estuve esperando dos horas en el portal que no era y, además, me había olvidado el móvil. Aunque, total, como soy idiota y borré tu número. Y el otro día le envié un mail a una clienta despidiéndome con ‘Un salido’ en lugar de ‘Un saludo’. Claro, por teclear sin fijarme ni releerlo. Y doy vueltas a la manzana como un loco cada tarde porque no recuerdo dónde he aparcado. Creo que ya está bien. Debería empezar a fijarme en las cosas. Ser consciente de dónde estoy y de qué hago en cada momento. Ese será un primer paso. Se acabaron las pizzas-carbón quemadas en el horno y los sms románticos que en vez de enviarte a ti me equivoco y envío al mecánico. Que voy a quemar el motor porque me da miedo ir a cambiar el aceite. Ya está. Se acabó el echarle azúcar a la ensalada y el mear fuera de la taza porque me distraigo leyendo lo que han pintado en la pared: ‘Aquí estuvo Rufino y aquí plantó su pino’. Ya está. En serio. Desde hoy voy a vivir atento a todo, mirando con lupa cada paso que doy. Ya verás, desde hoy soy un perfeccionista. Así que nos vemos. Hasta pronto. Un salido.

hoy...

Hoy te enseñaré a mirar a través de las nubes. A imaginar el sol hasta que llegues a sentirlo. A saber cuáles piensan descargar sobre nosotros y cuáles pasarán de largo. Hoy te enseñaré a leer en mis ojos. A descifrar por qué a veces caen como cortinas y otras brillan igual que los cristales mojados. Te contaré la historia de dos niños que no se dieron cuenta de que se hacían mayores. O la de dos mayores que creían que aun seguían siendo niños. Te meceré con Mistral y Tramontana, y te arroparé con olivos y melenas de palmera. Hoy escucharás los sonidos que me acunan a través de la persiana. Algunos casi imperceptibles, y otros densos y ásperos como los labios resecos. Como una comparsa de aves, te guiaré en la oscuridad bajo en influjo y la presión del cielo y de la marea. De la Cruz del Sur a la Estrella Polar, con los ojos cerrados. Hoy te mostraré el punto exacto donde rebota la luna en esta época del año. Te acomodaré en él y así leeré en tu contorno si crece o mengua el planeta. Hoy te instruiré en los olores de la noche. Almendros en flor y hierba mojada.
Sin miedos, sin prisas, sin trampas... Hoy te enseñaré a qué temperatura se funde la voluntad.

he pecado...

Padre, he pecado. Y no un poco sino un montón. Mis obligaciones laborales no me permiten desplazarme hasta la iglesia así que confío en que usted reciba esta confesión y tenga el gusto de absolverme. Realmente esto de Internet es un avance. Pues, al tema. Como le explicaba, he pecado, he pecado tanto que no recuerdo por dónde debería empezar mi redención. De hecho, supongo que he olvidado la gran mayoría de mis pecados así que, si no le importa, le haré un resumen aproximado. Además, tampoco recuerdo muy bien lo que era pecado y lo que no. Bueno, lo intentaré. Padre, he robado, no mucho pero sí lo suficiente. Robé un juguete en una tienda de Londres a los 15 años y, más adelante, un par de cds en la FNAC y algunos vinilos en el Corte Inglés, bueno, cuando robé era Galerías Preciados aunque supongo que eso no importa. Ah! Tengo una duda acerca de lo de Londres. A efectos de absolución, ¿cambia algo que el pecado se cometa en otro país? No sé, quizá en Inglaterra exista otra jurisprudencia. Ruego me lo aclare. Qué más… Ah! He fornicado, padre. Ufff! No imagina cuánto he fornicado. Hubo una época en la que lo hacía varias veces al día (pero era con la misma chica). Después bajé un poco el ritmo y se convirtió en algo esporádico, tampoco vaya a creer que soy un obseso. Matar, que yo sepa, no he matado a nadie, así que ahí tengo un punto bueno, no? Qué más.. qué más.. Ah! Sí, me he emborrachado un montón de veces, aunque no estoy seguro de si eso es pecado. Al fin y al cabo, la primera vez que probé el alcohol fue en la iglesia así que algo de culpa tienen ustedes. También habré usado el nombre de Dios en vano pero eso no me lo tenga en cuenta ya que no ha sido nunca con mala fe (la expresión viene bordada, eh!, si es que soy un cachondo, padre). También me he tocado padre, bastante. Un compañero suyo me dijo de pequeño que si me tocaba mucho me volvería ciego y, por el grosor de sus gafas, debía decirlo con conocimiento de causa. Más adelante comprobé que no era cierto. De hecho, si no me permite ni fornicar ni tocarme, me hace un traje, padre. Que yo soy un tío muy activo y con mucha vida. Bueno, no se me ocurre nada más que sea digno de comentar. Realmente me acabo de quitar un peso de encima. No le molesto más, ruego me envíe la absolución a esta misma dirección lo más pronto posible. Mejor si puede ser durante el día de hoy y así empiezo el fin de semana limpio. Un abrazo y adiós, o Amén, o… en fin, padre, gracias por todo. Le debo una.

contando las olas...

Querido día, ayer, estaba contando las olas y… pensaba, sobre la soledad, sobre hacerme viejo o no, estaba pensando, no estoy seguro pero, de alguna manera, nada que los niños no puedan entender es realmente importante ¿verdad?… no sé. Mi tiempo me contempla. Un soplo, frágil. En ocasiones hay que renunciar a la alegría para alcanzar la inspiración. Sé que no hay líneas rectas en la naturaleza y que cuando los órganos de percepción varían, los objetos percibidos parecen variar. Hoy noto que mis órganos varían peligrosamente. Es complicado. Siento que la edad de la escritura ha pasado, que debemos inventar una nueva metáfora, reestructurar nuestros pensamientos y nuestras sensaciones. Los niños lo saben. No asumo que lo entiendas. Todas las teorías que pretenden estructurar este caos resultan caóticas en sí mismas. Este es un universo cruel y caótico, que se une y se divide de forma infinita (y dicen que ordenada) en todas sus posibles permutaciones. Y aquí, nosotros, estúpidos en nuestro mundo eléctrico, con nuestra cultura mecánica, andamos de lado a lado, cansados y vacíos, explorando. Querido día. No muy lejos de aquí, existe un lugar donde es probable que no me recuerden. Y que no me esperen. No pretendo entender qué diré cuándo llegue allí, ni a quién encontraré. Quiero dejar que las pequeñas cosas, que por lo general me aburrirían, hoy consigan deslumbrarme. Debo ser consciente de lo que hago, de lo que ocurre a mi alrededor, de lo que piensan los demás, de lo que hace que rían y de lo que hace que, irremediablemente, rompan a llorar. Pero a veces no puedo. Quizá no consigo explicarme con claridad. Es complicado. Siento que nos estamos secando. Después de todo; ¿cuánto amor necesitamos? ¿Cuánta ternura? No sé. Lamento hacerte perder el tiempo. Se ha hecho tarde y ni yo logro comprenderme. Sólo los niños lo saben.

estaciones incompletas...

Estudio el ocaso de las estaciones incompletas. De los campos helados. De la noche, y de la ambigüedad de los vasos. Leo la tierra, árida en porciones que se disputan hombres y gusanos. Y vuelo, por encima de las lápidas que despuntan en esta quietud. Es el tiempo un desafío. La apuesta sin valor de los que se deslizan entre balizas que mutan según desvaríe la esperanza. Repto, por los pasillos que conducen a la pasión y al olvido. Siento frío en tus enredaderas. Hojas muertas y savia, que gotea blanquecina entre tu cielo y mi pared.

Algunas mañanas, recorría de tu mano los túneles donde desagua la soledad.

Retraído. Visitante ocasional de las pizarras despobladas. Tiza y barniz. Diviso el planear cansino de las nubes ocres de un desazón común. Común a nombres y a especies. Exhausta, cambia la vida de guión y la muerte de calendario. Nadie comprende nada. Pero vivimos, aun yermos y estériles, en los manantiales donde florece el vacío. Puede que un ángel se descuelgue al bajar el bastidor de esta obra improvisada. Puede que haya caras detrás del decorado. Y labios, aún puros, que nos anestesien con saliva y apósitos el corazón.

Contribuyo a la deforestación de las almas. Exprimo la tristeza. Ayer aprendí a llorar sin motivo.

sin ti...

Sin ti soy el mismo que era antes pero un poco más triste. No cambian las cosas sino que cambia el modo de percibirlas. Sin ti pienso en lo mismo pero lo hago más despacio. Y descanso menos, porque salgo más. Y salgo más porque en casa, sólo, las horas cunden menos, pero duran más. Sin ti casi todo es cuestión de más y menos. Río menos y escribo más, pero con menos sentido. Sin ti duermo más, aunque sueño menos. Y esa falta de sueños me vuelve melancólico. Por eso escribo más. Por eso río menos. Sin ti me emociono menos y me analizo más. Descubro más errores y menos soluciones. Y aunque hago más cosas, las disfruto menos. Porque me implico menos en aquello que hago. Sin ti me llaman más, pero hablo menos. Y, al dejar de trabajar, me preocupa no tener a alguien con quien perder la noción del tiempo. Sin ti llueve más. Y espero en las aceras a que me cojan la mano para poder cruzar. Sin ti, aunque camino menos, me pierdo más. Olvido aquello que más me gustaba porque presto menos atención a todo lo que me rodea. Me entrego menos y exijo más. Sin ti soy más vulnerable aunque lo demuestro menos. Sin ti me ahogo, cada día un poco más. Y aunque vivo más, mi vida me gusta menos. El mundo, en definitiva, me gusta menos. Es fácil de entender, ¿no?. Sin ti sufro menos, pero duele mucho más.

deja...

Deja que viva como quiera, porque esto es corto y porque no hace falta complicarlo demasiado. Deja que abandone, a veces, los caminos marcados, porque resultan aburridos y porque los pies se pegan al asfalto y hacen que avanzar resulte frustrante. Deja que escriba, sin pautas ni guión, sobre aquello que algunos no consideran importante. Deja que escriba sobre ti, y sobre mi, y sobre todos. Deja que reviva los paisajes que me emocionaron, aquí y allí, de Sant Francesc a Nairobi, de Ciudadela a Bohemia. Deja que aprenda y que descubra lo que ocultan las personas. Que palpe las caras y escuche las voces de quienes quieran gritar. Deja que desaparezca cuando lo crea necesario, lejos, allí donde nadie hace preguntas. Que así abandone este eterno interrogatorio y esta cárcel sin barrotes. Deja que te toque, y acote tu figura, y trace tu mapa. Deja que decida cuáles serán mis fronteras, y cuál mi tiempo. Que caiga y me levante, que dude, que odie y adore más allá de su justa medida. Deja que interprete cada nota, cada gesto y cada palabra. Que me limite a observar. Que componga mi propio mosaico, de sombras y colores, de ayer y de mañana. Deja que te desnude desde la distancia porque no consigo hacerlo en la intimidad, y que te envuelva en frases, unas falsas y otras tan sinceras que ruboricen tu piel. Deja que te contamine con el cariño imperfecto. Que acuda a ti en busca de refugio. Y que me deslice cuando no te necesite. Tan seguro y tan perdido. Deja que me equivoque, deja que me emborrache, deja que me consuma. Deja que me diluya en las noches más amargas, y que renazca con el día. Deja que decida cuándo entregarme y cuándo tirar la toalla. Deja que te quiera, o no. Deja que me quiera, o no. En fin, deja que siga delante de la única forma que sé, que deje la puerta abierta para que tú decidas cuándo entrar y cuándo salir. Deja que pasee por tu mundo y yo dejaré que pasees por el mío. No pido más. Con eso es suficiente.

Deja que llegue la primavera… y así, de paso, la vida entera.

cuando me duele el corazon...

Cuando me duele el corazón me lo llevo al mar, o al cine, o la barra de algún bar en el que pueda entretenerse contando palillos. Cuando me duele el corazón le doy cerveza, y le río, y le cuento historias de cuando estábamos en Irlanda, o en La Haya, o en Formentera. Cuando me duele el corazón le pongo canciones, y se las canto, y se emociona como un adolescente idiota. Le digo que no se preocupe, que se le pasará pronto, que se acuerde de todas las otras veces. Cuando me duele el corazón, consciente de su hipocondría, le dosifico placebos que lo mantengan ilusionado. Le digo que el viernes veremos a esa camarera que tanto le gusta, que el sábado iremos a pescar, y el domingo al partido. Cuando me duele el corazón lo meto en un concierto para que salte, y coree melodías, y se sienta aliado con otros corazones. Lo obligo a bailar, y a trasnochar, para que se canse y después se duerma enseguida. Cuando me duele el corazón le hablo despacio, como a los niños, le prometo cosas o le compro algún juguete. Cuando me duele el corazón lo tumbo en el sofá, le pongo la manta y le busco algún documental de animales que parecen personas. O lo subo al coche y me lo llevo de compras para que elija algún libro o algún disco con los que distraerse. Cuando me duele el corazón le explico el proyecto de algún largo viaje que es probable que nunca hagamos. Pero a veces consigo que se lo crea, y entonces se alegra. Cuando me duele el corazón le pongo tiritas en forma de olas, o estrellas, o caras conocidas que sé que sabrán sedarlo. Cuando me duele el corazón escribo, y así lo despisto, y le hago creer que el protagonista no es él, si no otro.

y tu sin saberlo...

Soy el eco de los gritos con los que desabrochas la rabia. Soy la manta que te cubre. Soy la lluvia que te moja y el suelo que evita que camines en vacío. Soy la tormenta de viento que desmelena tu pelo y soy, en plena bonanza, la caricia del sol que te ayuda a renacer. Soy el juicio que vas perdiendo cada vez que te sientes sola. Y soy la paz latente que reposa bajo tu almohada. Soy la última calada de cualquier inhibidor que cubre tus penurias. Soy el minuto exacto en el que echas a alguien de menos. Soy el botón de la lámpara que liquida tus días y el ruido del despertador que vuelve a reavivarlos. Soy el perro de la esquina, que vigila sin ladrar. Soy la línea que perfila tus labios, la luz que te atrapa dentro del ascensor, la canción que tarareas camino a casa. Soy la presencia que te envuelve cuando sin saber por qué notas que hay alguien más en aquel sofá azul. Soy ese preciso escalofrío que te recorre como un latigazo y hace que cierres los ojos para, durante un segundo, cambiar de vida. Soy la ventana donde se invierte tu cuerpo cuando pasas por delante. Soy el cordón desatado que adereza tus pasos con el riesgo y la emoción del tropiezo inminente. Soy la esponja que te alisa en la ducha y la espuma que desciende sin pudor por tu piel. Soy la elección que tomas al abrir el armario, y la nevera, y el garaje. Soy las ganas de ayunar que hormiguean en tu estómago y soy la forma delicada con la que aprietas el periódico contra tu pecho. Soy la pared en la que fijas la mirada cuando escapas de la realidad y escrutas el infinito. Y soy la ilusión con la que miras el reloj, o el teléfono, o el buzón. Así es. Soy la ironía de tus frases más acertadas y el pacto previo con el que gestionas tus silencios. Soy la vida que se escapa resbalando entre tus dedos. Ya ves, soy la imprudencia con la que vas llenando los vasos de ginebra y soy la franqueza con la que lloras sin tener un motivo.

Y tú sin saberlo.

sepias...

Tenía un vecino que domesticaba sepias. Sí, ya sé que suena raro pero aquel hombre tenía un don, además de un acuario enorme en medio de la salita. Con solo mirarlas, conseguía que aquellos animalitos realizaran las más diversas coreografías. Las sepias suelen ser bastante tímidas pero al verle a él comenzaban a mover sus delgadas aletas en señal de alegría. Nadie conocía y quería tanto a los cefalópodos como el bueno de Tomás. Había que verlas, totalmente entregadas a su amo, amigo y domador. Incluso les puso nombres: Neptuno, Neptdos, Neptres y Neptcuatro. En una de las ocasiones en la que visité su casa, tuve el honor de presenciar en primicia la versión de ‘El Mercader de Venecia’ que habían estado ensayando durante meses. Ciertamente, la representación era bastante fiel y aproximada al clásico de Shakespeare. Habían surgido algunas rencillas a la hora de repartir los papeles puesto todas las sepias pretendían ser Porcia, la hermosa y joven heredera. Al final, el papel le tocó a Neptres aunque todas las demás estaban geniales: Antonio, Shylock el judío resentido que acaba siendo bueno, Basanio y los papeles secundarios que se repartían entre las cuatro. Recuerdo cuando Tomás recitaba, en boca del Rey Moro, aquello de ‘Hagámonos una incisión por su amor y veamos si su sangre es más roja que la mía’. Soberbio! Aun se me pone la piel de gallina. Como cuando Shylock decía lo de ‘¿No tiene un judío manos, órganos, dimensiones, sentidos, afectos, pasiones? ¿No se alimenta con la misma comida, no lo hieren las mismas armas, no está sujeto a las mismas enfermedades, no es curado por los mismos medios, no es calentado y enfriado por el mismo verano e invierno, al igual que un cristiano? Si nos herís, ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas, ¿no reímos? Si nos envenenáis, ¿no morimos?’ Neptuno lo bordaba y yo, en pie, con dificultad contenía las lágrimas a la vez que aplaudía desaforadamente. Neptdos se hacía la muerta de una forma tan real que viéndola allí, flotando boca arriba en el acuario que Tomás había ambientado como la Italia del S.XIV, se me partía el corazón. ‘Esto tiene que verlo la gente’, decía yo. Pero Tomás sabía que sus soberanas actrices sólo actuaban ante un reducido número de amigos ya que un aforo mayor las pondría nerviosas. Supongo que por ello el mundo se quedó sin conocer a mi vecino y a sus cuatro artísticas mascotas. Una mañana, descubrí un cartel de ‘se vende’ colgado de su balcón. Llamé a la inmobiliaria para pedir información pero no sabían nada, ni de él ni de su acuario. Había desaparecido dejando la casa completamente vacía. La visité, rodeado en un inmenso halo de tristeza. En aquel paisaje desértico, entre la nada, encontré las pequeñas cortinillas rojas que Tomás utilizaba como telón para sus obras. Disimuladamente me hice con ellas. Aun las conservo con suma melancolía. Son para mi el recuerdo de que aquel hombre existió en realidad. Aunque aun no he conseguido que nadie crea su historia.

prefiero...

Prefiero la luz tenue de tus ojos a media asta que la mirada inquieta que avanza junto a la duda. Prefiero tu ronroneo a las frases incisivas que requieren de la lógica para ser descifradas. Prefiero que el mirlo siga mirándome sin acercarse, manteniendo vivo este ritual de cariño sin conquista y de respeto sin entrega. Prefiero que sigas siendo tú, y seguir siendo yo, sin mutar en función de lo que se espera de nosotros. Prefiero mimetizarme a llamar la atención. Prefiero lo que deseo a lo que necesito y lo que espero a lo que llega. Prefiero el pan para hoy. Y mañana, ya veremos. Al final, prefiero abandonar a reiniciar el camino. Y el milagro de aprender, siempre, antes que el peso de enseñar. Prefiero un pedazo de playa en común a media ciudad para mi. Y, a veces, una canción antes que un beso. Prefiero ser sincero a ser delicado. Y prefiero ser justo a ser poderoso. Prefiero la caricia cómplice de una sonrisa antes que el frío en los ojos sumisos de los que respetan con miedo. Prefiero ser listo a ser valiente. Y ser valiente a ser disciplinado. Prefiero el papel a la pantalla. Y prefiero llorar a desgarrarme por dentro. Prefiero el erotismo implícito de aquellas actrices antiguas, dejando entrever entre bambalinas la carne justa para imaginarlas sin distinguirlas, sin tenerlas, sin ensuciarlas como a las de ahora. Prefiero los pocos versos que salen de la basura para acabar en nuestra boca a los muchos que sufren a la inversa el mismo proceso. Prefiero una palabra torpe a mil imágenes huecas. Y prefiero que no me entiendan a tener que explicarme. Así es. Miro al cielo, miro mis manos vacías, y prefiero de largo cien pájaros volando.

particulas...

No somos más que partículas. Que sufren y se emocionan a partes iguales. De pie, escrutamos el cielo con la esquina de las pupilas. Cada vez más lejos la enorme esfera que nos sobrecoge. Y se precipita, por arte de magia, sobre campos que nadie nos dijo nunca que iban a ser eternos. Cierro los ojos, y ya sé hacer poesía. Los árboles que hemos plantado nos miran y escupen el reproche del que no eligió dónde nacer. La vida se nos va de las manos, tras cada gesto mal calculado. Hasta aquí han llegado los hombres. Los muros se estrechan y casi no cabe luz por las rendijas. La tristeza se multiplica y se contagia. La soledad es venérea. Y en ella, damos vida a las almohadas que acolchan nuestros sueños. Y los cubren de miel, y los digieren. Conscientes de que nos crearon en un globo caduco. Y en él, abandonados, buscamos nuestro sitio. Veo pasar las huellas de otros que me preceden. De hierro y esparto fosilizados. Cierro los ojos, y ya sé hacer poesía. Cuento los días que me caben en un minuto. Y hago el inventario de una noche hiperreal en la que perdimos la gravedad. Y caímos, fruto de siglos de retroceso. Cada cuerpo salpica historias llenas de vida que nos oxigenan. Respiramos. Y una bocanada de aire caliente desciende por nuestra espalda cada vez que morimos. Una o un millón. Un faro gira y nos ilumina. De tejados absurdos, y hombres, y marionetas. Nos volcamos cada día en busca de una respuesta. Y en los libros de mentiras las palabras se despintan. Cierro los ojos, y ya sé hacer poesía. Hasta el final no dejaremos que la rima acote este sinsentido. Que cada uno absorba lo que quiera. Porque tenemos miedo. Todos tenemos miedo. Un enorme tablero repleto de peones. ¿Qué especie de sacrificio se espera de nosotros? Pájaros que atacan, sin destruirla, la jaula en la que viven. Y soñamos jirones hechos con las banderas. Paredes huecas que se nutren de nuestra indiferencia. ¿Qué vendrá? No sé más que vosotros del diluvio que se acerca. Dicen que la alegría acecha, en un rincón, esperando su era. Y siento que nace la rima desde el fondo de mi llanto. Por eso cierro los ojos, y ya sé hacer poesía.

Si morimos, al final, ¿para qué vivimos tanto?. ¿Puede, de tanto gritar, un hombre acabar ahogado?

Refugiados, dictadores, contratistas y soldados. Y si el mundo sigue así, paradlo, que yo me bajo.

Que es difícil habitar, tantísimo desencanto.

foniatra...

Una década tardó Luis en recuperar el habla perdida aquella tarde de agosto cuando, sentado en aquel banco desde el que se divisa la playa de Portals, con su isla y sus cuerpos en adobo, tomó la mano de Inés. Habían pasado muchas, muchísimas cosas desde entonces. El foníatra, la impotencia del silencio, las eternas sesiones de logopeda, la garganta anestesiada, el adiós de Inés y su consiguiente desesperación y soledad. Diez años más tarde, una mañana cualquiera, mientras compraba pescado a su pescadera preferida en el Mercado de Santa Catalina, volvieron a funcionar los engranajes del sonido. Entonces, todo surgió como en la cola de impresión de las impresoras que guardan el archivo en la memoria para estamparlo en cuanto les reponen el papel. Así, como de la nada, Luis pronunció aquel “¿Quieres casarte conmigo?” que debió haber brotado diez años atrás. María, la pescadera, le miró sorprendida y le dijo que sí.

una vida fascinante...

Tengo un patio pequeño con tortugas, y tiestos, y gnomos de terracota. Vamos, lo normal. Una fachada con ranas, soldados romanos, cariátides en tanga y logos de Nestlé. Lo típico. Tengo un pasillo de luciérnagas que me ahorran en luz y escarabajos peloteros que recogen el polvo y la mierda y me ahorran en lejía. Seis antorchas-barbacoa donde se fríen los mosquitos que alimentan a las ranas que son un poco tiquismiquis en su gastronomía. Y tengo un techo de estrellas fosforescentes, con cortinas de macramé y pelo de elefante que asustan a las abejas, y estalactitas de caramelo que voy lamiendo si me entran bajones. Una cocina con un huerto en la encimera y una granja en la despensa y una incubadora en el horno. Y ella misma se gestiona y se sacrifica y se cocina sola. Y siete pingüinos porteadores me llevan a la mesa suculentas viandas sin que yo tenga que hacer nada, ni elegir menús ni abrir la nevera donde está la piscifactoría de Doradas con abriguitos pequeños sin mangas ni bolsillos. Y a veces patinan demasiado y hay comida por todo. También tengo un baño, de baldosas de coral, con ducha y una bañera repleta de nenúfares. El espejo es el ojo izquierdo de una orca gigante que vive al lado, y aprovecho para peinarme sólo cuando ella pasa y se detiene ante mi pequeña ventanita presurizada. Y es que ella, igual que mi ventanita, es cotilla. Por eso me mira, y me confunde con plancton, y lame el cristal con una lengua tan grande como mi edredón de enredaderas. Así vivo, y no me aburro para nada. Cuando tengo frío, cuelgan de mi, con su adhesión retráctil, martas y zorros que escaparon de la máquina de hacer abrigos. Mutan de guantes a bufandas en un instante, paseando por mi espalda, y torso, y cabeza, haciéndome cosquillas diminutas que me erizan la piel. Y así, todos reímos cuando eso sucede. Y duermo, con la profundidad de las fosas abisales, sobre un colchón de medusas de las que no pican. Yo les doy calor, y ellas me dan ternura de sal y gelatina, mesando mi pelo con sus entrañables flagelos. Apoyo mi cabeza en una enorme y elástica tela de araña que mis viudas caoba tejieron con mis iniciales. Y me dejo. Y muero así cada noche. Y no sueño, porque tengo todo lo que necesito. Una vida normal en un mundo fascinante.

arrecifes abandonados...

Recuerdo las austeras mañanas de mayo, el legado de los labios sobre los vasos aun dispersos por la mesa de trencadís, el porche, mitad sombra, mitad primavera, el ilógico contoneo de dos lagartijas. Recuerdo las persianas, semiabiertas para filtrar el humor de los cuerpos, el jadeo de las cajetillas vacías de tabaco, el aire corrupto del aislamiento. Arena. Buscando recovecos y colores pálidos de toallas exhaustas, seseando, viento y reptil a ras de suelo. Veo las piedras inútiles y fatigadas, celadoras del camino obsoleto por el que ya no hacen surcos las suelas de goma de las bicicletas de los niños. Desde un balancín que ha gemido más de mil generaciones, dormito y recuerdo los estatutos del olvido y de la entereza. Ladeado, sobre una espalda que late, repaso el libro del frío. Intuyo la playa, parda, macerada con algas y vida. Y encima, los enormes párpados del sol ardiendo en mi nuca. No lamento ni padezco, y almaceno en sal marina los guiños de una isla íntima y presumida. Contemplo la calima. Vengo del miedo y de la añoranza. Y he despertado, entre gaviotas, medusas y plásticos a la deriva. Aun achico con calma los posos de la cavidad donde confiné la tormenta. Climas en miniatura y nubes de algodón enmohecido. Receloso, tuve sueño ante los tentáculos de la luna pero olvidé decírselo a mis ojos. Por eso descanso, ante una pared de esperanza y de mosquitos, ajeno al minutero que consume la vida. Eras joven y asustadizo, fuiste herido por el viento inestable de las hadas temporeras. Y hoy las recuerdas, entre sonrisas de tinta y anillas que guillotinan sin precisión tu cuaderno cuadriculado. Tu pensamiento es sólo nostalgia y gratitud. Hipocondría controlada con píldoras de ilusión de mil tamaños y colores. Hay redes secándose en el pantalán de tu impaciencia. Restos de coral y escamas, inmutables, de piel muerta y salitre. El puerto reposa en cuarentena de veranos y en el mar deslumbra el reflejo de la galaxia. Vuelvo a casa atajando entre la espuma que me engalana y oxigena. Doblo los faros para que alumbren el infinito. Cierro los ojos. Y sonrío ante la pureza de los arrecifes abandonados.

solfeo...

Estudié solfeo a distancia a través de tus ojos. Cada vez que se movían, se abrían o se cerraban, aprendía una nota. Y así los traduje en un millón de partituras. Siempre de lejos, compuse melodías cara a la pared, castigado en el aula anexa a tu mirada. Vacío y autodidacta, cultivé las escalas sonoras de tus párpados en contacto con el aire. De allegros en tus sonrisas y de requiems en tu pesar. Sin tutora y sin manuales eduqué en la vista todo lo que otros educan en el oído. Me perdí en temarios que nadie me asignaba. E inventé sonidos antes inconcebibles. Siempre remoto en tu cara a cara, me salté la reválida que incluía la cercanía. Triste alumno. Triste asignatura. Y así te cursé, año tras año, repitiendo las lecciones que dictaban tus pestañas. De ahí deduje que pupilo era el que estudiaba absorto en tus pupilas, que nunca supe dilatar. Sostuve hasta deformarlas todas las sinfonías. Y no pasé ni una criba. Ni un maldito examen superado, exhausto, dormido sobre el pupitre de tus cejas arqueadas. Es normal, nadie apuesta jamás por el músico inaudible, sin un repertorio que llevarse a la boca. Me convertí así en el lutier de tus sentidos. Y concebí con ellos instrumentos imposibles que sólo yo sabría tocar. Estudiante fracasado. Maestra indecisa. Y acabé la carrera sin cruzar la meta, extraviado, a medio camino entre todas tus materias. Sin un diploma de compañía ni un triste título correspondido. Abatido, incineré mi cuaderno de grises partituras. Con todo lo compuesto y con todo lo que quedaba aun por componer. Y al final, ya ves, tan entregado y tan poco instruido. Así suspendí. Y suspendido, entre tu mirar y el viento, suspiro que me aleja, decidí estudiar poesía a través de tus labios. Y en eso estamos. Cada vez que se mueven, se abren o se cierran, a distancia, aprendo un verso.